Gustavo Gordillo
Ayotzinapa
es para el México de hoy la frontera entre justicia e injusticia, entre
solidaridad y ley de la selva. Ayotzinapa nos interpela desde varios
ángulos. El más evidente es el de la justicia. El más sólido es el de
la solidaridad que ha concitado. El más drámatico, el de la crisis
profunda que ha desvelado.
Se trata de una crisis de un régimen político constituido por tres
fuerzas principales, pero excluyente de otras fuerzas ciudadanas, y un
Estado disfuncional frente a una sociedad plural, pero desarticulada, y
débilmente implantado a lo largo del país, en medio de una crisis de
credibilidad hacia casi todas las instituciones.
A pesar de esa debilidad de la sociedad, la solidaridad se ha
nutrido de movilizaciones recurrentes. Hay que entender el ciclo de
movilizaciones que se han generado en México desde 2011. Aunque han
tenido demandas y formas de lucha diferentes, entre el Movimiento por
la Paz con Justicia y Dignidad, el #YoSoy132, el movimiento
politécnico, los múltiples movimientos regionales por rescatar tierras
y recursos naturales frente a megaproyectos y empresas mineras; hay un
hilo conductor: el abuso de autoridad y las reacciones ciudadanas para
afrontarlo.
Encontrar un camino en común en un espacio marcado por conflictos
entre las elites, movilizaciones sincopadas, deterioro económico y
social, sólo será posible si desde el gobierno y desde el activismo se
ve a esta sociedad desarticulada, pero vigorosa, con ojos nuevos. No es
la sociedad de las corporaciones, no es el ciudadano sumiso que
intercambia progreso económico por retroceso político, ya no es el
presidencialismo todopoderoso que articula a los poderes fácticos y a
los grupos organizados de la sociedad. Avanzamos por un lento y largo
proceso de reconstrucción institucional, donde las minorías intensas en
sus excesos y esquematismos son malas consejeras.
No dejan por ello de ser sumamente relevantes algunos planteamientos
hechos por el papa Francisco en su discurso frente al Congreso
estadunidense. Particularmente cuando refiriéndose a la necesidad de
estar atentos a cualquier tipo de fundamentalismo llama a evitar la
polarización, n tundencia:
el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos. Y concluye con co
Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar.
A
evitar esa polarización han jugado un papel central primero los
expertos forenses argentinos, y ahora el Grupo Interdisciplinario de
Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos.
Pero trascender la polarización requiere responder a tres
interrogantes: a) ¿Dónde están los desaparecidos?, b) ¿Quiénes son los
responsables de esa situación?, c) ¿Cuál fue el móvil?
La respuesta a las tres preguntas generaría dos consecuencias. Una,
la de la justicia concreta con culpables específicos y procesos
jurídicos transparentes. La segunda el inicio de un proceso de
reconstrucción del Estado con el propósito de recuperar el territorio
nacional desde varias dimensiones. El sistema de transparencia y
rendición de cuentas para reducir corrupción, impunidad y sobre todo
privilegios. La política social y económica para reducir pobreza y
desigualdad. La necesidad de avanzar en una auténtica reforma municipal
pensando en éste como el primer eslabón de la fortaleza de un Estado
reconstituido territorialmente.
Además una acción simbólica, pero con gran visión estratégica, sería
un programa real auténtico no retórico, que termine 40 años o más de
hostigamiento a las normales rurales y las fortalezca de suerte que
contribuyan a generar una nueva sociedad rural.
Algunos dirán que esperar lo anterior es ingenuidad. Más bien es
posibilismo, que como señaló Hirschman, tiene por brújula ética un
concepto de libertad definida como el derecho a un futuro no
pronosticado.
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