Miguel Concha
No
existe medianamente una descripción, ni mucho menos, palabras que
expliquen y den cuenta de la tragedia, las profundas heridas y los
dolores que experimentan las familias de los jóvenes normalistas
desaparecidos forzadamente, ejecutados y torturados durante la noche y
la madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero.
En la memoria colectiva se mantiene la indignación que crece, y se sostienen las exigencias de las víctimas. La
verdad históricadel gobierno se cayó, y con ello crece la desconfianza en las instituciones del Estado. Ya no les creen, ni las familias ni la sociedad mexicana en general.
Hoy, a un año de aquellos lamentables hechos, la sociedad vuelve a
salir a las calles, confronta al gobierno, y vuelve a gritar: ¡Vivos se
los llevaron! ¡Vivos los queremos! Y, como ya sabemos que fue el Estado
el responsable, es el Estado el encargado de garantizar que los jóvenes
regresen a sus hogares, el que debe reparar los daños y hacer todo lo
que esté a su alcance para que jamás se repitan hechos similares, en
lugar de seguir administrando la tragedia.
Las fechorías de un mal gobierno han quedado develadas ante los ojos
de las víctimas y de la sociedad mexicana e internacional. No hay
mecanismo alguno por el cual pueda ahora negar su responsabilidad, sus
omisiones y su escasa voluntad para garantizar verdad y justicia.
En el contexto del ayuno de 43 horas, las familias asistieron a
reunirse con el actual titular del Ejecutivo Federal. Los resultados se
resumen en redundancias en torno a lo que ya se había comprometido
anteriormente. Nada nuevo bajo el sol. Sólo quizás simulación. Sin
embargo, durante este encuentro los familiares le entregaron un
documento que contiene sus exigencias esenciales (http://goo.gl/o6V4wI).
Ellas y ellos de manera contundente sentenciaron que mientras no
haya verdad, su lucha legítima y digna habría de marcar el sexenio
peñanietista. Instaron al Presidente a estar del lado de la verdad y no
de la mentira, y de paso le recordaron la indiferencia que mostró
durante semanas ante su tragedia.
Ahora los familiares saben que para lograr verdad y justicia, el
gobierno debe atender plenamente sus demandas. Entre éstas se encuentra
la que alude necesariamente al reconocimiento de la legitimidad de la
búsqueda en vida de los jóvenes desaparecidos; a que el jefe del
Ejecutivo realice este gesto públicamente ante el pueblo de México; y a
que, después de conocer el informe presentado por el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), al mismo tiempo
se declare que la investigación no está cerrada, pues se requiere una
nueva, amplia y seria, y con el más alto profesionalismo y sentido
ético.
Aunque la respuesta del Ejecutivo fue insuficiente, con un dejo de
frialdad y de unilateridad, los familiares pusieron sobre la mesa la
urgencia de que el mandato del GIEI se prorrogue por un año más, y no
por seis meses, como ha propuesto el Ejecutivo. En este sentido, el que
se acate plenamente el informe del GIEI es también pieza clave para
avanzar en la obtención de justicia, que no puede estar sujeta a
análisis, pues se trata sin duda de un trabajo respaldado internacionalmente y llevado a cabo por expertos de talla internacional y profesionalismo probado. Sería un error echarlo mañosamente por la borda.
Resulta
también importante el planteamiento de las familias para que se
constituya una unidad especializada de investigación, con supervisión
internacional, que a través de dos instancias, indague específicamente
acerca del paradero de los jóvenes desaparecidos, e investigue el
montaje de la mentira en torno a la
verdad históricasostenida por el gobierno en enero pasado. Es urgente poner atención a esta petición, aunque el titular del Ejecutivo la soslayó y trata de escabullirse proponiendo una fiscalía para personas desaparecidas en general.
¿Cómo es posible que ante tremendas falencias en el caso de
Ayotzinapa se quiera evitar entrar seriamente a la investigación del
caso, tal como lo plantean los familiares? ¿Por qué se eludiría
trabajar a través de esta unidad especializada, cuando uno de sus
resultados probables sería investigar y fincar responsabilidades por
acciones u omisiones a funcionarios de todos los poderes y niveles?
Además, esta unidad especializada debe contar con la coadyuvancia de
los abogados de las familias, del GIEI y del Equipo Argentino de
Antropología Forense (EAAF), así como de peritos especializados,
incluso internacionales.
Todo lo anterior le representa un reto al gobierno, pues, para
emprender los nuevos trabajos en las investigaciones, se requiere de
una institucionalidad que haga posible el derecho a la verdad y la
justicia de las familias; que garantice autonomía e independencia y que
genere confiabilidad entre las víctimas y en la sociedad en general, ya
que esto último es una de las principales carencias que muestran las
instituciones del Estado mexicano que han intervenido en el caso.
Las exigencias de las familias también abarcan la vital necesidad de
un trato digno a las víctimas, tanto los familiares de los jóvenes
desaparecidos como de los ejecutados y torturados. Nuevamente es
imperativo que en los mecanismos de comunicación sean principalmente
las familias las primeras informadas sobre cualquier dato relacionado
con el caso. Es inaceptable que se antepongan estrategias y tiempos del
gobierno, al dolor y la indignación de las familias.
Ayotzinapa es sin duda un punto de inflexión y de no retorno, ya lo
hemos dicho. Toca el turno de nuevo al gobierno para comprometerse
plenamente con las exigencias esenciales de las familias. La crisis de
derechos humanos que tenemos no se resuelve obviando el dolor de las
personas, y mucho menos dando largas a problemas de tan enorme
envergadura. La indignación y la exigencia nuevamente están en la
calle, y están creciendo. En acompañar y luchar al lado de las familias
de los 43 avanzamos también en la construcción de un mundo más digno,
libre, justo y en paz. ¡Justicia para Ayotzinapa!
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