Ayotzinapa, la herida abierta
Miguel Ríos recuerda cómo salvó la vida a su hijo, pese a policías y hospitales
Jugadores y cuerpo técnico del equipo, marginados ante la impunidad que impera en el caso
El club Avispones continúa con su actividad, luego de aquella trágica noche en Iguala
foto Cuartoscuro
Periódico La Jornada
Nadie
lo recuerda, pero hace un año Miguel Ríos Romero llevó a su hijo
adolescente desangrándose en el asiento trasero de una camioneta Ford.
El muchacho estaba pálido y cabeceaba, los párpados luchaban contra el
peso de un sueño moribundo. Sangraba profusamente por las heridas de
bala que recibió un par de horas antes, y resultaba asombroso que
siguiera con vida. El padre del joven conducía desquiciado la madrugada
del 27 de septiembre de 2014 hacia Iguala, sitio del que todos querían
alejarse en ese momento, menos ellos. Volvían al lugar que esa noche
fue escenario de la barbarie.
Llovía. Sobre todo llovía. La policía municipal de Iguala montó un
retén y les impidió el paso a la ciudad. Les apuntaron con rifles y
golpearon con fuerza el cofre de la camioneta para que se detuviera.
¿Qué hacían ahí a esa hora?, interrogaron amenazantes, cuando nadie
tenía motivos ni la osadía de salir a esas calles; eran poco antes de
las dos de la madrugada. Quienes les obstruían el paso pertenecían al
mismo cuerpo policiaco que disparó horas antes contra los estudiantes
de Ayotzinapa y contra el autobús del equipo de futbol de tercera
división Los Avispones de Chilpancingo, donde hirieron a su hijo, el
defensa central Miguel Ríos Ney. No podían entrar. Menos, le dijeron,
con un joven herido. En esas condiciones, no había tiempo para negociar
el miedo, Miguel aceleró y les aventó la Ford sin importarle que podían
disparar.
–Si no entro se me muere el muchacho; de que se vaya solo, mejor nos
vamos todos –fue la lógica con la que se abrió paso, junto a su esposa
y su hijo moribundo, para entrar al lugar donde nadie quería estar.
Sólo unos pocos lo saben, pero Iguala ya estaba desierta a esa hora
de la madrugada. Miguel lo recuerda. No había autos en las calles ni
gente por las aceras. Era una quietud anómala, en la cual no reparó en
ese momento. Lo único que pensaba era en conseguir un hospital que
atendiera a su hijo, quien presentaba cinco disparos de bala, cuando
volvía en el autobús de Los Avispones rumbo a Chilpancingo. Encontrar
uno dispuesto a recibirlo en ese estado fue más difícil que abrirse
paso entre la policía municipal. Lo rechazaron en tres clínicas con
distintos argumentos: no aceptaban heridos de bala, carecían del
equipo, no había especialista y el único disponible no quería salir a
las calles de una ciudad donde los responsables de la seguridad
abrieron una cacería furiosa contra normalistas, por tomar cinco autobuses de pasajeros.
Pocos lo recuerdan, Miguel Ríos Romero, en cambio, no olvidará jamás
que hace un año regresaba de ver a su hijo ganar un partido de futbol
la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala. Volvía junto con su
esposa, pues su hijo viajaba con el equipo. Ya estaba cerca de
Chilpancingo, cuando a medianoche recibió una llamada en la carretera,
era su hijo el futbolista. Le dijo que los habían baleado y que estaba
herido. El joven defensa central recibió cinco tiros. Miguel, el padre,
recuerda como si fuera ayer que dio vuelta en U sin mirar los espejos
de la camioneta y volvió sobre el camino por el que había viajado unos
minutos antes. El trayecto de una hora lo hizo en menos de la mitad de
tiempo, impulsado por una desesperación que lo hacía imaginar que si no
llegaba pronto encontraría a su hijo muerto. Pero estaba vivo. Tirado
junto a una cerca que protegía unos sembradíos de maíz, al borde de la
carretera Iguala-Chilpancingo en el cruce a Santa Teresa.
Tirado como un animal, recuerda el padre, que a pesar de que ha pasado un año, todavía hace un silencio como si tuviera la imagen enfrente.
Hundido en una zanja junto al camino estaba el autobús del equipo.
El joven futbolista sólo pudo levantar la cabeza para reconocer a su
padre. Estaba lívido y con la mirada perdida, aunque consciente. Se
levantó la playera para mostrar las heridas, entonces el padre hizo un
mohín de horror como lo hace ahora, un año después.
Tenía un gran hoyo en el abdomen, floreado, una cosa fea con muchísima sangre, dice con gesto de repulsión.
Miguel Ríos Ney sigue en el futbol, pese a las varias cirugías a que
fue sometido, y cuyo costo total no han sido rembolsado a su familia.
El joven ahora forma parte de las divisiones menores del equipo PachucaFoto Camilo Olarte
Pero
el rostro cambia al volver a su memoria que, cuando llegó casi dos
horas después al lugar del atentado, había una patrulla de la Policía
Federal y una de ministeriales. Ningún oficial lo ayudó, en cambio,
recibió un trato indigno. Uno de los policías, cuya soberbia recordará
mientras viva, trató de impedirle levantar a su hijo herido. Después de
la insistencia, Miguel cargó en vilo al muchacho para meterlo en la
camioneta Ford y llevarlo a Iguala. En el esfuerzo trastabilló y trató
de apoyar el cuerpo sangrante sobre el cofre de la patrulla. El
federal, impasible y con los brazos en jarra, le dijo:
ni se te ocurra ponerlo ahí. Va manchar todo de sangre. Además, para qué te lo llevas, si se te va a morir en el camino.
Miguel Ríos Romero dice que no es el mismo desde entonces. Hoy lo
invade la rabia de saber que los jugadores y cuerpo técnico de aquel
equipo atacado con saña, en medio de la noche, han sido marginados
debido a la impunidad. Pocos recuerdan, Miguel lo tiene presente, que a
escasos kilómetros de donde atacaron y desaparecieron a los normalistas
de Ayotzinapa, asesinaron también al chofer del transporte de
Avispones, Víctor Manuel Lugo, y al jugador de 15 años, David Josué
García Evangelista.
–Hace un año no me interesaba saber quiénes eran los responsables
del ataque contra Los Avispones ni cómo había ocurrido –dice Miguel
para explicar cómo ha cambiado la actitud de los afectados por aquella
agresión–. Yo lo que quería era salvar a mi hijo. Nada más. Pero
después de tantas mentiras de las autoridades, me entra rabia y quiero
saber por qué los atacaron y quiénes fueron. No me conformo con la
versión de que sólo fue una confusión.
Cuando habla de esa versión, se refiere a la
verdad históricaque expuso la procuraduría encabezada entonces por Jesús Murillo, según la cual se trató de un hecho aislado y de una lamentable confusión. Sólo eso. Miguel entonces piensa en el informe sobre Ayotzinapa que dio el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de la CIDH.
En ese reporte, el ataque a Los Avispones es un eslabón
significativo de una cadena de hechos en los que se desató la violencia
de policías contra los estudiantes de Ayotzinapa, quienes tomaron cinco
autobuses de pasajeros. Otras corporaciones estuvieron al tanto de lo
ocurrido casi en tiempo real sin que intervinieran o impidieran las
agresiones. En el extenso relato se comprueba la presencia de la
Policía Federal y del Ejército en diversos momentos ese 26 y 27 de
septiembre de 2014.
–Hoy, con quien siento más rabia es contra el Ejército Mexicano. No
porque piense que ellos fueron los atacantes, sino porque tuvieron
conocimiento de todo y no hicieron nada. ¿Cómo es posible que el mayor
ente de seguridad de los mexicanos no detuvo las agresiones?
En el informe de GIEI resaltan los descuidos, omisiones y
contradicciones con los que las autoridades han investigado el caso
Ayotzinapa. Ahí Los Avispones no fueron víctimas de una simple
confusión, sino protagonistas de una pista perdida. Dice el informe:
La hipótesis más probable es que el autobús habría sido confundido con uno de los que transportaba a normalistas y que tomó otra ruta. En concreto, el quinto autobús Estrella Roja que no había sido detenido.
Miguel lo cuenta tres días antes del primer aniversario de la noche
de Iguala en la que salvó la vida de su hijo. Tiene prisa, pero no
quiere tragarse solo ese recuerdo. Viene de trabajar de Pachuca, pero
debe estar por la noche en Chilpancingo porque al día siguiente los
padres de familia de Los Avispones darán una conferencia de prensa.
Tiene que marcharse pronto, porque un accidente de autobús en la
autopista Pachuca-México, que dejó 43 heridos, lo retrasó un par de
horas. Cuando lee el reporte preliminar de ese accidente de tránsito,
arquea las cejas y hace una mueca ante la obviedad tosca de la
coincidencia.
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