La cruzada emprendida por Haidar es ejemplar. La historia de su vida y su lucha por los derechos de su pueblo es verdaderamente heroica. A lo largo de un mes y días ha sido noticia de primera plana.
El drama que representa la figura de esta valerosa mujer es el del sufrimiento externo de miles de compatriotas suyos. A ellos se ha entregado en cuerpo y alma, y por ellos ha soportado injusticias increíbles, como el encarcelamiento en condiciones infrahumanas y la tortura física ejercida desde el sadismo más abyecto. Convertirse en la voz de los silenciados está a punto de costarle la vida, mientras unos siguen ejerciendo la violencia contra ella y otros se instalan en la pasividad más inmoral.
En este escenario, la diplomacia y las formas de lo políticamente correcto no son sino hipocresía tras la que se agazapan la prepotencia y la avaricia de los poderosos.
La historia del pueblo saharaui, como otras tantas de pueblos colonizados, se ha desarrollado entre la violencia y la explotación, para luego ser abandonados sin miramiento alguno.
En 1884, tras una expedición al Sahara, se levantó el primer asentamiento español en Villa Cisneros (hoy Dajla). El territorio estaba habitado en aquel entonces por tribus nómadas que vivían del pastoreo.
Con la presencia de militares, en las siguientes décadas ese trozo de desierto adquirió un tipo de vida más sedentario y es así como en 1934 se fundó la ciudad de El Aaiún.
Dicho territorio vivió en paz hasta la independencia de Marruecos, en 1957. En esa fecha, el príncipe heredero Mulay Hassan, más tarde Hassan II, atacó fortificaciones españolas. Francia, viendo amenazada su colonia de Mauritania, se alió con Franco para exterminar a los guerrilleros marroquíes.
Ese fue el primer intento de Rabat por apoderarse del Sahara. El segundo fue la llamada marcha verde
, que ocurrió en 1975, cuando Franco agonizaba y el Frente Polisario hostigaba a las tropas españolas.
En tales circunstancias, Arias Navarro, quien presidía el gobierno español, no sabiendo cómo afrontar el problema, firmó con Marruecos y Mauritania los llamados Acuerdos de Madrid, mediante los cuales España abandonaba el territorio y convertía al Sahara en un limbo jurídico.
La ocupación marroquí costó la vida a cientos de civiles saharauies y desplazó a muchos miles a los campamentos de Tinduf, en el sur de Argelia.
Hoy los habitantes del Sahara siguen viviendo entre la violencia, la injusticia y la miseria. Marruecos sigue ocupando el Sahara occidental y los saharauies siguen luchando denodadamente por su independencia mediante un referéndum de autodeterminación, auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, que no ha podido realizarse por la oposición de Marruecos.
Este país no deja de ejercer acciones violentas contra los saharauies y ha construido un muro defensivo
para mantenerlos en el brutal exilio del desierto.
A Marruecos no le interesa la vida de los saharauis, sino la riqueza en fosfatos que encierran las arenas del Sahara.
Mientras tanto, el resto del mundo voltea hacia otro lado porque la muerte por hambre de una luchadora social es un espectáculo desagradable que, por añadidura, puede estropearnos las alianzas estratégicas y los negocios.
Aminetu Haidar está dispuesta a morir defendiendo los derechos humanos y el derecho del pueblo saharaui a un referéndum de autodeterminación que le ofrecieron hace 18 años. No permitamos que Aminetu Haidar muera. Lo mejor que hay en el corazón de los hombres moriría con ella.
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