La sociedad, entre dos fuegos
Efectivamente el disparate podría no haberse referido a Morelos, sino a cualquier estado de la República. Verdaderamente es un despropósito del Presidente engañarse a sí mismo o intentar engañar a la sociedad, lo que en su investidura es una grave falta de respeto.
No hay estado al cual pudiera referirse en los términos que lo hizo. Estamos verdaderamente en una guerra intestina en la que un ejército de criminales tiene en jaque al Estado en su conjunto. Esto es una verdad amarga, indeseable, pero auténtica. No hay estado de la República en donde el dicho del Presidente pudiera ser una verdad como él la planteó.
En la madrugada del viernes 11, hubo un zafarrancho en un exclusivo fraccionamiento de Cuernavaca, como se ha dicho, en el que murieron tres sicarios y, lo que toda la sociedad ha lamentado profundamente, una respetada señora que salía de su casa en auxilio de su madre enferma. Policías de la Marina la confundieron, una vez más por falta de información y de un mando efectivo, y ametrallaron su automóvil BMW con las consecuencias que llevaron a su muerte.
Los policías intentaban arrestar a algún jefecillo que ni siquiera tenían en claro quién era, pues era igual pescar al Barbas o a La Barbie. Intentaron violar el domicilio de la manera más tonta y recibieron la respuesta que se puede imaginar. El jefecillo escapó, como siempre. Ante la incompetencia de la policía, ésta para justificar sus acciones detuvo a miembros de las bandas de música Los Bravos del Norte, Los Cadetes de Linares y el Grupo Torrente, que amenizaban la fiesta, y a una decena de prostitutas –de tal magnitud era el fiestón–, y a dos inocentes vigilantes del fraccionamiento.
La violencia fue tremenda. Se golpeó y detuvo al hoy viudo señor Pintado y se le impidió así preparar los funerales de su esposa. Se catearon varias casas, por supuesto sin la orden correspondiente, y a los dos vigilantes se les dejó en tal estado que están irreconocibles y siguen detenidos. Todo esto lo hizo la autoridad, no los malos, que simplemente se esfumaron. Esta es la situación de seguridad que le hizo merecer al gobernador tan exaltada felicitación del señor Calderón.
Este drama pudo haberse dado en los zafarranchos que hace días hubo en Torreón o los que a diario se registran en cualesquiera ciudades del país. Independientemente de las bajas entre los contendientes, se produce la muerte de civiles inocentes con la mayor tranquilidad. Siempre se intenta atribuir las muertes a los sicarios, aunque las hayan producido las policías, que es lo más frecuente.
Todo esto es evidencia y hay cientos de casos de por qué la sociedad, abandonada y desolada, y no es exageración decir horrorizada, ha sido tomada entre dos fuegos, unos malos por definición, los otros malos por impericia y descalificación. ¿Cuándo y cómo terminará esto, señor Calderón?
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