19/S: El dolor y la esperanza
Les duele la muerte de algunos de sus vecinos, pero se sienten más agradecidas que nunca
Marta, Hilda y Carla estaban en un edificio de la calle Escocia, en donde aún se busca a un joven
Militares y marinos continúan la búsqueda de sobrevivientes en el
edificio que colapsó en la calle Escocia, esquina Gabriel Mancera, en la
colonia Del Valle
Foto Cristina Rodríguez
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Miércoles 27 de septiembre de 2017, p. 14
A sus 76 años, Marta Negrete declara que ama la
vida. Ahora con más fuerza. Ella, su hija Hilda y su nieta Carla
sobrevivieron de manera asombrosa al desplome del edificio donde vivían.
Sólo le pesa la muerte de varios de sus vecinos y el luto de las
familias; eso le hace una sombra de dolor.
De lo demás se ríe. Hasta de saber que, por error, su nombre apareció
en una lista de rescatados sin vida del edificio de Escocia 4, esquina
con Gabriel Mancera, que elaboraron con cabos sueltos las familias y las
autoridades.
Y no estaba muerta, andaba de parranda, canturrea Marta al teléfono cuando recibe una llamada de disculpa de La Jornada.
A ocho días del sismo que destrozó las pequeñas calles de Escocia y
Edimburgo, que se esconden dentro del trazo regular de la colonia Del
Valle, se va quedando sola el área asignada para que las familias de las
víctimas observen las operaciones de rescate. Este martes por la mañana
se recuperaron los cuerpos de Yadira González y Sandibel Caricio. Ayer a
mediodía, sacaron el cuerpo de una joven a quien todo mundo quería en
el edificio, Anayelli Juárez, la hija de 17 años del conserje. Sus
padres la estaban esperando amorosamente. Fue trasladada a su estado
natal, Puebla, a su última morada.
Sólo permanece una pareja de padres, exhaustos y casi sin aliento,
esperando el último rescate de Escocia 4, un muchacho de 19 años. Apenas
hoy los trabajos de búsqueda y remoción de escombros llegaron al primer
piso, donde vivía.
Fuerte golpe y luego silencio...
Hilda Venegas y su hija Carla estaban con la abuela el
pasado martes. Cuando el sismo de magnitud 7.1 sacudió la tierra y su
edificio crujió, en lugar de intentar salir por las escaleras las tres
se metieron a un baño. A través de la puerta que se cerraba y abría
violentamente vieron como el departamento se iba cayendo en pedazos.
Sobrevino un golpe intenso y el pequeño baño se hundió, sin
desbaratarse, uno, dos, tres pisos. Luego, todo permaneció inmóvil. La
nieta Carla había tomado un curso de rescate y recordó: si tienes
posibilidad de moverte, excava, excava. Y eso hizo hasta que abrió un
boquete. Pensó que era un patio interior del edificio pero no, era el
Verificentro colindante. Algunos trabajadores se lanzaron hacia el hueco
y con una escalera sacaron primero a Marta, ilesa, luego a Hilda,
empapada, cubierta de tierra y con la ropa desgarrada y al final a la
joven Carla, con numerosas heridas en las piernas y raspones.
Hilda calcula que no pasaron ni 10 minutos cuando ellas ya estaban
fuera del derrumbe. Quizá por ello nunca las anotaron en la lista de las
sobrevivientes.
Nosotras decimos: somos las bendecidas.
Después, la confusión. Cuando las tres ya estaban bajo revisión en un
hospital, un ex yerno de Marta ingresó al departamento por el mismo
boquete milagroso. Al mirar la destrucción concluyó que su suegra
difícilmente habría sobrevivido y fue a anotar su nombre a una lista
improvisada de desaparecidos. Al primer equívoco se suma la ineficiencia
de las autoridades para elaborar, cotejar y sistematizar listas y
transparentar la información a la prensa. De ahí que su nombre pasara a
la lista de fallecidos.
¡Y aquí estoy, con unas ganas enormes de seguir!, afirma esta trabajadora social, madre de cinco, enamorada de la vida.
En un primer momento, durante los rescates en los derrumbes de
Escocia y Edimburgo, ciudadanos, jóvenes y viejos se hicieron cargo del
trabajo, de extraer sobrevivientes y muertos, de organizar las cadenas
humanas para sacar el escombro, con equipo mínimo y mucha disciplina.
Pero el miércoles fueron desalojados. Hasta el viernes los jóvenes
voluntarios pudieron incorporarse por turnos a las tareas, controlados y
vigilados por militares –incluso algunos armados– en todo momento.
A la prensa también se le mantuvo a raya. Se le prohibió acercarse a
observar los avances de la operación o recoger testimonios de los
participantes. En dos ocasiones, por lo menos, los informadores fueron
tratados con violencia. Primero, fue agredido y expulsado del área el
cineasta Juan Manuel Ramírez. Después, el fotógrafo de este diario
Alfredo Domínguez fue golpeado y jaloneado por un comandante de la
policía capitalina. Hasta la fecha en ningún sitio se concentra
información verificada por autoridades para ser comunicada a los medios
y, por tanto, a la sociedad, a pesar de la presencia de visitadores de
la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y de la consejería
jurídica del Gobierno de Ciudad de México.
Una civil, que se niega a identificarse, quien se dice sicóloga y
voluntaria, imparte órdenes a marinos, soldados y policías por igual.
Asegura tener
un mandatodel vicealmirante José Tress Zilli para determinar quién entra y quién no. Incluso intenta vetar a una de las familiares de las víctimas, anotada en la lista de personas con pase libre.
Prohibido su paso por presentar crisis sicótica, anota la civil
con mandoen las listas de acceso.
Con tristeza, un vecino de los edificios colapsados comenta:
Lástima, aquí nos han dejado solos, no ha venido la sociedad civil. Si pudiera salir del cerco de Gabriel Mancera, tres cuadras más allá vería otra realidad. La muy conservadora colonia panista está irreconocible. Hay calles cerradas, por la cantidad de edificios señalados con daños estructurales y desalojados. Hay cuadras donde se forman día y noche hileras de muchachos, con sus cascos y sus botas, apuntados para formar parte de las cadenas saca-escombros. Los centros de acopio se multiplican, rebosan manos, alimentos y enseres de todo tipo, se desbordan. Hay quienes, incluso cubren turnos de nueve de la noche a tres del día siguiente.
Cuenta un voluntario de las cadenas saca-escombros: “Hay que moverse
rápido. Algunas cubetas pesan, otras no. Hay largos lapsos de
inactividad. Nadie cuenta las horas. Lo horrible es cuando vas pasando
un sillón roto, cubetas con restos de ropa o cobijas, papeles, un
peluche, una licuadora rota… fragmentos de vidas que se hicieron polvo
en unos instantes”.
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