Carlos Bonfil
Los límites de la transgresión. Desobediencia (Disobedience, 2017), sexto largometraje del chileno Sebastián Lelio (Una mujer fantástica, 2017; Gloria,2013), y primer trabajo suyo en lengua inglesa y rodado en Londres, está basado en la controvertida novela homónima sobre la comunidad judía ortodoxa que la británica Naomi Alderman publicó en 2006. Entre los reparos que algunos críticos literarios dirigieron a esa obra figuraba su pretendida visión maniquea de una comunidad judía ortodoxa inglesa cargada de prejuicios, aunque en realidad lo que más perturbó a los detractores fue la manera desenfadada con que la escritora presenta una relación lésbica que desafía un código patriarcal ultraconservador. Su protagonista Ronit Krushka (una Rachel Weisz estupenda en la adaptación fílmica) es una mujer muy independiente que abandona su exilio voluntario en Nueva York para regresar a Inglaterra al enterarse de la muerte de su padre.
El director chileno, notable retratista de personajes femeninos y fustigador de las tiranías domésticas (La sagrada familia, 2005), advierte en la novela de Alderman algunas de sus propias obsesiones temáticas y les ofrece un nuevo cauce narrativo.
Desde el inicio de la cinta describe con minucia y respeto las ceremonias religiosas que preside el anciano rabino Rav Krushka, padre de Ronit, y el rito de transmisión de su cargo hacia Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), su discípulo predilecto. La llegada de Ronit a esa comunidad cerrada que le reprocha su larga ausencia y haber abandonado a su padre en sus últimos días, provoca un drama familiar cuyos secretos más profundos la trama irá revelando paulatinamente. Baste saber que ese drama se encuentra estrechamente ligado a las temáticas que el realizador ha venido manejando en la mayoría de sus filmes, desde la manera en que una mujer madura asume su libertad y sus deseos eróticos en Gloria hasta el caudal de rechazos y estigmas que debe soportar la desafiante y estoica Marina en Una mujer fantástica cuando la familia de su amante fallecido le impide manifestar públicamente su duelo.
Es tentador acudir a otro referente narrativo cercano, el que propone el director quebequense Xavier Dolan en su reciente No es más que el fin del mundo (2016), con el inesperado regreso al país natal de un hijo pródigo cuya heterodoxia sexual aviva las hostilidades de su núcleo familiar.
En el caso de Desobediencia, una película formalmente correcta, de narración convencional, a un paso casi del telefilme, no hay mayores transgresiones que algunas escenas lésbicas en un tono menor al ya mostrado en La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) o Carol (Todd Haynes, 2015). Lo interesante es el comentario cultural relativo al peso del dogma religioso sobre las conductas individuales y la resistencia moral que le oponen las dos protagonistas, Ronit Krushka, figura femenina corruptora, y Esti Kuperman (Rachel McAdams), la mujer casada que también desafia las convenciones de su medio.
Como en sus cintas anteriores, el director chileno opta finalmente por un tono conciliador en el conflicto moral que plantea. Las posturas abiertamente conservadoras ceden ante soluciones humanistas que abogan por la tolerancia en el marco de una gran corrección política. Quedan como virtudes de la cinta su gran agilidad narrativa y de modo especial la intensidad dramática con que las dos actrices interpretan a sus personajes. El ritual en el que la pasión amorosa rinde un triste tributo a una tradición inamovible no es un espectáculo particularmente regocijante. Sebastián Lelio lo presenta como un réquiem por las ilusiones perdidas. La mujer desobediente dista mucho de ser aquí, en definitiva, una mujer fantástica.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, a las 13:30 y 20:30 horas, así como en salas comerciales.
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