La victoria de Andrés Manuel López Obrador con más de 21 millones de votos y una apabullante ventaja de 30 puntos sobre el segundo candidato, empieza a cambiar la historia de México.
Quien por tercera ocasión contendió por la presidencia tiene ante sí un periodo de seis años (2018-2024) con retos colosales. La maquinaria política que gobernó a México 70 años e hizo un recambio de nombres y partido en el 2000, construyó un país a la medida del proyecto neoliberal, al servicio de los grandes capitales.
La burguesía nacional, socia subordinada del capital estadunidense, desde hace tres décadas comenzó a desmontar el legado de la Revolución mexicana de 1910: cedió soberanía con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá, privatizó el petróleo mediante una Reforma energética, autorizó la privatización de la tierra cambiando el artículo 27 de la Constitución, legisló a favor de la banca trasnacional que así obtiene ganancias desmesuradas, asaltó las arcas del Estado con una corrupción voraz a nivel federal y estatal.
El balance de tres décadas deja 60 millones en la pobreza, la mitad de la población. Una economía dependiente de la estadunidense, una política exterior atada a los dictados intervencionistas de Washington, un país impactado por la violencia bárbara del narcotráfico y su injerencia creciente en la política nacional y su transnacionalización creciente.
Los retos de López Obrador (AMLO) son descomunales:
1.- Controlar lo que llama “la mafia del poder” corrupta (que opera a través de todos los partidos y su enquistamiento en el aparato estatal).
2.- Recobrar la soberanía energética y económica revocando las reformas neoliberales, renegociando o replanteando el TLC, detener el fracking minero y la explotación desmedida de los recursos naturales, depredadora del medio ambiente.
3.- Reformular la educación en su conjunto, afectada por una reforma que golpea las condiciones laborales a más de un millón 200 mil maestros y cercena el conocimiento y la enseñanza de la historia patria.
4.- Controlar la usura bancaria trasnacional y sus ganancias escandalosas, con la consiguiente fuga de capitales al exterior.
5. Erradicar la corrupción, cáncer que carcome el erario público en todos los niveles.
6. Recobrar la seguridad pública desmantelando a los carteles del narcotráfico, poderoso en lo económico y corruptores de gran calado.
7. Imponer la justicia tributaria, más que disciplina y austeridad -como pregona su asesor Urzúa-, de tal manera que las grandes empresas y conglomerados económicos no evadan impuestos por miles de millones de dólares.
8.- Rescatar la seguridad social emanada de la Revolución mexicana consagrada en la Constitución de 1917(educación, salud, derechos laborales), desmantelada paso a paso por las reformas neoliberales sumiendo en la indefensión a la mayoría de la población.
9. Recuperar la Doctrina Estrada de la política exterior, basada en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la defensa congruente de la soberanía nacional.
La palanca del virtual nuevo presidente de México es la fuerza de sus 17 millones de electores, que le dieron una victoria incuestionable en las urnas y la mayoría en el congreso bicameral. Su talón de Aquiles son los oportunistas del antiguo régimen incrustados en su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena fundado en 2011) y algunos nombres de dudosa reputación en puestos claves de su gabinete nombrado con antelación a su posesión el próximo 1 de diciembre. El partido tiene indubitable raíz popular, pero en sus filas abrevan muchos políticos provenientes de la política tradicional, con sus vicios corruptores e intereses espurios contrarios a los de las mayorías. Además, los aliados en la coalición Juntos haremos historia, se pegaron como rémoras al proyecto con la mira puesta en sacar ventajas políticas o ubicarse en el tinglado del nuevo gobierno para saciar sus intereses particulares y grupales.
Con López Obrador, México puede recuperar una veta histórica de nacionalismo, soberanía y democracia procedente de la Revolución de 1910. La gran paradoja es si desmontará la alianza oligarquía-grandes empresarios. Señales da al respecto el nuevo presidente en su discurso de celebración en el zócalo de la Ciudad de México: su gobierno “respetará la libre empresa y las libertades”, es decir, no afectará la voracidad de los grandes capitales del país, causa principal de la pobreza de millones de mexicano ocasionada por la explotación desmesurada por parte de grandes empresas amparadas en la legislación diseñada ex profeso, que favorece la acumulación de inmensas ganancias.
Su discurso de beneficencia a favor de los desposeídos es una loable propuesta, que puede encontrarse con el muro infranqueable de los avaros empresarios que cimentaron sus riquezas (como el magnate Carlos Slim, uno de los más ricos del mundo) saqueando a la nación y expoliando al pueblo sin medida durante décadas.
El impacto geopolítico será de gran calado. El nuevo presidente mexicano anunció ya recuperar la autodeterminación de los pueblos como línea de su política exterior y eso repercutirá de modo favorable a la causa de los pueblos del continente.
El pueblo de México ha dado, de todas maneras, una gran lección democrática, movilizándose desde hace años, luchando en diversos frentes contra el neoliberalismo, fuerzas que sumadas al empuje de López Obrador, lograron una gran victoria electoral.
“No mentir, no robar y no traicionar”, el lema de AMLO, sólo será posible si los mexicanos se movilizan más allá de las urnas, apoyan al nuevo gobierno e impulsan medidas que beneficien en serio (más allá de la mera asistencia social) a las mayorías empobrecidas. Ampliar la democracia en todos los ámbitos es el camino, hacer realidad la justicia social, restaurar la soberanía nacional, controlar la avaricia insaciable de los magnates debe ser el objetivo.
México abre una etapa en su historia y, como en 1910, puede lograr profundos cambios en su devenir y en su sociedad.
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