Gustavo Esteva
“La esperanza en México está en bancarrota” señaló Juan Villoro el 8 de abril, en la perspectiva de las elecciones. Cada persona sabrá, de forma pragmática, a quién le da su voto, pero es importante construir esperanza.
Tenía razón. Cundía en muchas partes la desesperación; miles de personas habían caído ya en ella. Y la importancia de construir esperanza no debe desestimarse. La supervivencia de la especie humana, dijo alguna vez Iván Illich, depende de descubrir la esperanza como fuerza social.
¿Cambió algo, en esta dimensión, el primero de julio?
Quienes usaron la boleta para expresar pragmáticamente su rechazo al sistema tienen ahora la sensación de que lograron lo que querían. Sienten que el resultado del primero de julio fue un triunfo popular… como sin duda fue. Pero el sistema intenta darle otro carácter. Con increíble cinismo, las autoridades electorales y los dirigentes partidarios celebran el episodio para atribuirse el mérito de la jornada.
A nadie engañan. La gente está consciente de la increíble cantidad de porquerías que enturbiaron todo el proceso electoral, el más violento de la historia del país. Se confirmó con él lo contrario de lo que están diciendo. Pero en ciertos sectores se formó la ilusión de que México cuenta ya con un procedimiento acreditado para expresar la voluntad colectiva. Se confirmó su creencia de que la mera agregación estadística de votos individuales es una forma adecuada de manifestar esa voluntad y que así se da existencia real y poderosa a lo que llaman pueblo.
Andrés Manuel López Obrador es una anomalía política. Representa algo enteramente inusitado en las cañerías del sistema. Hay bases sólidas para pensar que es una persona honesta y que tiene el corazón en el lugar adecuado. Parece sentir como propios dolores colectivos y quiere contribuir a aliviarlos. También hay bases sólidas para confiar en que tratará de cumplir promesas de campaña, algunas muy populares y legítimas, como pensiones a los viejitos y becas a los jóvenes.
Las esperanzas fundamentadas que todo eso despierta están empezando a combinarse con las que ha estado forjando un grupo heterogéneo de intelectuales, militantes, activistas y simples oportunistas. Postulan sin matices la llegada del mesías, que arreglará todos los problemas existentes. Su voluntad de cambio realizará la cuarta transformación de México, una obra tan profunda como la Independencia, la Reforma y la Revolución.
La construcción de tal esperanza es en extremo peligrosa y puede tener muy graves consecuencias. Si el nuevo gobierno la adopta como propia, para realizar la gigantesca empresa que se ha propuesto tendrá que recurrir al uso cada vez más autoritario de todos los recursos políticos y económicos que conquistó el primero de julio, ocupando el territorio que abandonarán los partidos, lo que queda de ellos. Por ese camino, se enfrentará sin remedio a los grupos y pueblos que resistirán vigorosamente el corredor transístmico y otros grandes proyectos que forman parte de la empresa. También tendrá que buscar la desmovilización de la gente, paliar con ruido su creciente frustración y reprimir o controlar de modo coercitivo al conjunto de iniciativas y empeños que desde abajo intentan realizar cambios necesarios, en la escala creada por la propia gente, que no encajan en el proyecto de arriba.
La esperanza no es la convicción de que algo ocurrirá de determinada manera, sino la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de lo que resulte. Por eso, según Ana Cecilia Dinerstein, el empeño autonómico puede definirse como el arte de organizar la esperanza. Desde abajo, la gente está organizándose y construyendo por sí misma la esperanza, su esperanza, la esperanza que moldea con sus propias manos y a la que va dando forma día tras día. La abriga. Por eso en español decimos abrigar esperanzas, en vez de tener esperanzas. Hay que abrigarlas para que no se congelen. Por eso decimos de una señora embarazada que está esperando. Su esperanza de que nazca bien su bebé no es una expectativa; nadie puede garantizarle que así ocurrirá. Cuando siembra, un campesino espera que lloverá bien y a tiempo; abriga la esperanza de que podrá cosechar su maíz. Abrigar esperanzas es hacer cosas que tienen sentido, no cultivar expectativas.
Es posible que el primero de julio la esperanza en México se haya salvado de la bancarrota. Se multiplican iniciativas que construyen esperanzas. Son sólidas porque se convierten en fuerza social. La esperanza es la esencia de los movimientos populares y un motor eficaz de movilización, porque la gente se pone en movimiento cuando confía en que su acción producirá el resultado que busca. Para consolidar esa construcción de esperanza, esa fuerza social, es muy importante protegerla de las falsas ilusiones que desde arriba tratan de vender, especialmente la que forja la figura del mesías.
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