En
la campaña electoral de 2006, la primera en la que compitió Andrés
Manuel López Obrador, circulaba un panfleto en el que se hacía mofa de
su manera de hablar o de peinarse. Se dijo que la gente que votaría por
él era solamente la ignorante o la de bajos recursos. Se le identificaba
con el nombre de una marca de comida para gatos, haciendo referencia a
que solo los "gatos" (forma despectiva para referirse a la gente que
realiza labores de ayuda como las trabajadoras del hogar, los conserjes,
los ayudantes en general) podían creer sus alocuciones. Se insuflaba
todo un discurso de clase para desvalorizar el voto por el candidato de la izquierda.
Finalmente,
López Obrador ganó la presidencia y asumió funciones en diciembre del
año pasado. Los analistas de los medios tradicionales mostraron en
general un profundo desprecio por muchos de los colaboradores
de López Obrador. Ignorantes e incapaces es lo menos que les han dicho,
mientras que se deshacen en elogios para miembros de la administración
pasada, que con pomposos títulos del extranjero hundieron a México en la
peor corrupción y violencia de su historia. Las críticas contra la
Cuarta Transformación (como se autodenomina la nueva administración) en
redes sociales son todavía más peyorativas. Reprochan a una funcionaria
por semejarse a una ama de casa o a una vendedora del mercado; se
denuesta a un servidor público por parecer chofer de transporte
público.
No es de extrañar que un nuevo
régimen busque transformar a la clase política, las élites económicas y
en general a la esfera pública con la llegada de nuevos actores sociales
que antes estaban olvidados o eran invisibles. Uno de los grandes
méritos de la revolución cubana fue incorporar a la comunidad negra en la construcción de la nueva sociedad; la Bolivia de Evo Morales
ha dignificado y visibilizado al indígena y al cholo, que aunque era
una amplia mayoría demográfica era despreciada en la cotidianeidad; el Brasil de Lula abrió lugar para la gente de las favelas y la comunidad negra; la India de Gandhi reivindicó a los dalits (intocables) en el espacio público; y hasta en Estados Unidos quedó consagrado en una portada del New Yorker
lo que significa el arribo al Congreso de Alexandria Ocasio-Cortez,
Rashida Tlaib, Ilhan Omar, Sharice Davids entre otras figuras
subalternas (mujeres, musulmanas, latinas, afroamericanas, de la
comunidad LGTB) en contraposición a la hegemonía WASP (White-Anglo Saxon-Protestant) del poder en Estados Unidos.
Los
grupos hegemónicos políticos y económicos suelen justificarse
moralmente a través de los discursos clasistas y racistas, verdaderos
dispositivos de poder. Así en pleno siglo XX los indígenas bolivianos no
tenían derecho a caminar sobre la banqueta o entrar en las principales
públicas, los afroamericanos no podían sentarse en las mismas bancas, ir
a las mismas universidades o usar los mismos baños de los blancos en
Estados Unidos o se les restringe a las mujeres el acceso al espacio
público en muchos países musulmanes. Ni pensar que podían ser tomadores
de decisión.
Esta semana en México, un subdirector de un diario nacional pretendió "exhibir" a Gibrán Ramírez, un funcionario del nuevo gobierno y comentarista en medios de comunicación, por ir a un restaurante frecuentado por la clase alta. Pareciera que el funcionario con marcados rasgos indígenas,
no pudiera estar en un restaurante de postín en su día de descanso
pagando una cuenta con el dinero que ha devengado profesionalmente. Malo
que fuera todos los días y comiera con botellas de vino carísimas y la
cuenta se cargara al erario público, como era la tradición en los
gobiernos anteriores. Se pretendió exhibir a un funcionario en su
calidad de ciudadano simplemente por la idea de que no pertenecía a ese
lugar. Su pecado fue transgredir ciertos límites espaciales y
profesionales.
Hace un par de semanas, Aristóteles Núñez,
funcionario de los gobiernos anteriores, escribió en su twitter: "En el
modelo democrático que nos rige, el voto del ignorante, del flojo o del
subvencionado vale lo mismo que del empresario o intelectual más exitoso
del país". Alguien que no cree en la democracia sino en una especie de
aristocracia, que piensa que el ignorante no debe tener voz sino solo el
intelectual, que el pobre debe permanecer sin voto porque no vale lo
mismo que el del rico, es un clasista puro y duro. Y ciertamente no es
un demócrata. El comentario fue altamente criticado, aunque también fue
aplaudido a rabiar por otros muchos, entre ellos "intelectuales" y
"empresarios" que coinciden en que la democracia es un sistema que nació
podrido desde la misma Atenas y el juicio a Sócrates. Otros hablan de
que el "pueblo" es el gran destructor de la democracia moderna. En el
fondo les da pavor un gobierno de iguales porque, fundamentalmente, creen en el gobierno de los mejores, que –oh bendita casualidad– son ellos mismos.
La politóloga Blanca Heredia
(CIDE) señala que ella pertenece a esta élite del régimen anterior a la
vez que reconoce amigos y gente inteligente en estos grupos, pero se da
cuenta de la ceguera con la que se están comportando, anidada en gran
parte en ese clasismo y racismo del que hablamos. Dice "...
con López Obrador, llegó al poder un México que las élites mexicanas
llevan décadas (si no siglos) desdeñando, negando y desconociendo de
forma sistemática y deliberada. Un México que no cuadra bien con los
supuestos simples de la economía neoclásica (agentes individuales
maximizadores de ingreso monetario). Un México con olores y colores muy
incómodos. Un México que se parece poco a las caricaturas de la
mexicanita resignada sin más a cargar con el peso de sostener la
fantasía de la 'sagrada familia mexicana' o del indígena inerte y
folclórico de las postales. López Obrador… representa gente, mucha
gente. Millones de mexicanas y mexicanos invisibles, de a pie
(literalmente) que no caben y no tienen cómo caber en la historieta
neoliberal".
Sorprendidas y rebasadas, las élites intelectuales y empresariales están produciendo un discurso que está muy alejado
de la realidad mexicana. López Obrador y la mayoría de sus propuestas
tienen un 80 por ciento de aprobación nacional, la más alto de la
historia, y lo único que a sus críticos se les ocurre es vociferar
"ignorantes", "no saben gobernar", "dictadura", "obedezcan a las
minorías ilustradas". No entienden lo que es la democracia, porque nunca
la han ejercido, porque nunca abandonaron sus barrios de lujo ni sus
torres de marfil y ha sido así por generaciones. No están aflojados en
terracería diría López Obrador o como dice Blanca Heredia son
extranjeros en su propio México porque no muestran ninguna disposición
de comprender lo que está ocurriendo.
Pero no corre prisa. Tendrán
tiempo para asimilar que el "prietito" y la "indita", el ignorante, el
"gato" y la "chacha" y otras figuras de la "muchedumbre" que atemorizan a
las élites llegaron para quedarse y hacerse un lugar en nuestra
sociedad. Permanecerán en el espacio público cuando López Obrador deje
Palacio Nacional porque no puede haber marcha atrás en la conquista de
derechos de los ciudadanos y en la abolición de privilegios de las
élites. Queríamos una democracia sin adjetivos, bueno así es como se ve.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario