3/02/2019

Janis Joplin y el desamparo cósmico


María Teresa Priego 

“En el escenario hago el amor con 25 mil personas, y luego me voy a casa sola”, Janis Joplin.

Eso que nos da por llamar: la casualidad. El 5 de octubre la cantante Janis Joplin, la extraordinaria “bruja Kózmica”, debía grabar un fragmento llamado: “Enterrada viva en los blues” (Buried alife in blues). No se presentó. Murió justo el día anterior, sola en un hotel de Los Ángeles. Por sobredosis. A los 27 años. ¿Cómo no pensar en Little girl blues? La niña desamparada que contaba sus deditos, ¿qué más podía hacer? “Oh, yo sé cómo te sientes, oh, niñita, niñita triste”. ¿Cómo no pensar en esa voz desgarradora y magnífica, en su apariencia salvaje, en sus ansiedades, su alcohol, sus anfetaminas, sus drogas?

Janis Joplin

Vivía al límite, no pudo hacerlo distinto. Esa muchacha nacida el 19 de enero en un ambiente muy conservador en Texas, su familia pertenecía a la Iglesia de Cristo. La que quería ser institutriz o pintora. La que no encajaba. La que se miraba en el espejo sin reconocerse. “Nunca pudo entender cómo ser parecida a los demás”, declaró una compañera de escuela. Subía al escenario protegida por sus túnicas, sus collares, anillos, hileras de pulseras. Se escondía detrás de sus cabellos alborotados. Se convirtió en una reina del rock y del blues. Y se la devoraba cada vez ese inmenso desamparo. Sus hermanos menores insisten: eran una familia feliz, amorosa, llena de ternura. Janis escribía largas cartas a casa. Y sin embargo…
Escuchaba a Bessie Smith y a Lead Belly. Jazz, gospels, blues. Se escapaba a los bares de Luisiana. Hablaba fuerte, usaba la falda “demasiado” corta, era “demasiado” respondona, no soportaba ningún tipo de limitación por “haber nacido niña”. En la universidad de Austin -donde estudió arte por un tiempo breve- fue víctima de acoso constante. Era distinta y quería una vida muy distinta. Tenía problemas de piel y de peso. Como dicen los franceses cuando se refieren al malestar de vivir: “estaba mal en su piel”. Una anécdota del campus universitario es muy cruel: en una hermandad votaron por ella como “el hombre más feo del campus”. Si una piensa en la idea de “femineidad” y en todos los estereotipos femeninos de los años cincuenta, Janis representaba la bruja temible, la rebelde, la extravagante, la libertaria. Amó a hombres y a mujeres. El conservadurismo no era lo suyo. Amaba leer, su hermana en una entrevista comenta que sus padres eran “más sofisticados que el resto de las personas en su medio” y que siempre los invitaron a la lectura. Sabemos que le gustaba Kerouac y que admiraba a la Generación Beatnik. Allí instaló su pertenencia: “Yo no soy una hippie. Los hippies creen que el mundo podría ser mejor, los beatniks creen que el mundo no se va a arreglar y lo mandan al diablo contentándose con estar drogados y pasársela bien”.

La música

Su dependencia al alcohol fue en aumento. Tuvo una historia de amor fracasada con Peter LeBlanc (llegó a planear casarse), quien la abandonó. Ese fue el gran tema en la vida y las canciones de Janis: el abandono. Pero no creo, no, que esa continua sensación de abandono y esa fragilidad extrema tuvieran mucho que ver con LeBlanc. Lo suyo era una soledad como de origen de los tiempos, una dificultad de vivir y de relacionarse. “Soporto 23 horas al día a cambio de esa hora en el escenario”. Llegó a San Francisco y se dejó abrazar con fascinación por sus escenarios y sus noches muy largas. Breves encuentros amorosos. Leonard Cohen escribió una canción tremenda y muy triste: Chelsea hotel, a la memoria de una noche con Janis en Nueva York. Se la encontró en el elevador y pasaron juntos esa sola noche: “Te recuerdo claramente en el Hotel Chelsea/ ya eras famosa, tu corazón era una leyenda. / Volviste a decirme que preferías hombres bien parecidos/ pero por mí harías una excepción… Y dijiste: ‘no importa, somos feos, pero tenemos la música’”.     
Un periodista menciona que en una ocasión revisó su bolsa, entre una cajetilla de cigarros, las llaves de un hotel, una carterita, una botella de alcohol vacía, encontró la biografía de Zelda Sayre-Fitzgerald, la esposa de Scott. Bailarina, novelista, pintora. Una mujer rebelde y disruptiva.  La de Milford es una muy buena biografía que reivindica la vida y el trabajo de Zelda. La pareja “dorada” y el tan desgraciado final de Zelda.

Bruja Cósmica

En 1970 viajó a Brasil con su amiga Linda Gravenites. Conoció a David Niehous y se enamoró. Viajó con él y por un tiempo dejó de lado las drogas. David la invitó a continuar viajando juntos, ¿acaso el on the road no era el gran sueño de la Generación Beatnik? Janis ya era una diosa, el público las adoraba a ella y a su voz. No podía contra sus adicciones. Cuando Jim Hendrix murió de sobredosis cuentan que dijo: “¿Me pregunto si por mí habrá tanta publicidad? All is loneliness. Su “salto a la fama” sucedió en junio de 1967 en el Monterey Pop Festival en California. En septiembre estaba en los Ángeles para grabar su disco. Publicó tres álbumes. Fascinó y sigue fascinando a millones de personas en el mundo.
La película “La rosa” con Bette Midler le rinde homenaje, a ella, la brujita cósmica. En su testamento dejó un legado de 2 mil 500 dólares para que sus amigos hicieran una fiesta en su memoria. La invitación decía: “Las bebidas las invita Pearl”, era su sobrenombre. Sus cenizas fueron esparcidas en el mar desde la bahía de San Francisco. Amy Berg, creadora del documental: Janis: Little girl blue, explicó: “Fue la primera dama del rock’n’roll, y no tuvo ningún modelo, estaba rompiendo límites, pero lo hizo en un mundo de hombres”.

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