Para Oksana P. T., artista de 28 años, la guerra ya había comenzado antes del 24 de febrero, mucho antes de que lanzaran un misil al aeródromo de su ciudad, Ivano-Frankivsk; mucho antes de que las tropas rusas invadieran y bombardearan la ciudad en la que nació: Kherson. Mucho antes de todo esto, Oksana quería terminar su máster en Bilbao, ahorrar dinero y pasar el verano viajando por su país. Reconectar con las raíces que te arranca la inmigración. La guerra en su cuerpo había comenzado mucho antes, cuando nadie se imaginaba una ocupación rusa. Y en ese antes, en el que el mundo debatía qué haría Putin con Ucrania, ahora, Oksana escuchaba a expertos occidentales adelantar lo que le pasaría a su país mientras trabajaba en el bar. Esa semana, la del 24, Oksana aplazó las horas de sueño y se abrazó a lo que la mantenía unida a su tierra: la pantalla de su portátil y su teléfono.
Tenía un billete de avión comprado para ir el día 28, pero la mañana del 24 el espacio aéreo cerró: “No sabíamos bien qué iba a ocurrir, pero la tensión era muy alta. Y quería estar con mi familia a pesar de todas las predicciones”. La noche del 25 decidió que se iría al día siguiente en un autobús. “Están bombardeando Kyiv. No voy a quedarme aquí viendo desde YouTube como destruyen mi país. El trauma ya está hecho”, decía mientras fumaba deprisa. Eran las tres de la madrugada. Había dormido dos horas. Había dejado de comer. Había empezado a encender todas las velas posibles alrededor de las fotos de su madre y de su hermana. Oksana subió al autobús a las seis de la tarde. Iba sola con dos conductores que se quedaban en Rumanía para recoger a una familia. Casi dos días después llegó a Ivano-Frankivsk.
Irse para resistir
Desde el 24 de febrero, según ACNUR (la agencia de la ONU para las personas refugiadas), 1.7 millones de personas han abandonado el país. Hasta ahora (datos consultados el 08/03), Polonia ha acogido a un millón 204 mil 403 ucranianas y ucranianos huyendo de la guerra, Hungría 191 mil, la República de Moldavia y Rumanía 82 mil, Eslovaquia 140 mil. “Los primeros días había poca gente en la calle, ahora veo más. Primero nos quedamos solos en el edificio. La gente cogía lo básico y se iba a las montañas. Las casas en la ciudad ahora se están llenando de familias de Kyiv, Kharkiv, Kherson y otros lugares más afectados por los bombardeos. A las 10 de la noche apagamos las luces y no podemos salir a la calle. Todo es plena oscuridad”, cuenta Oksana a través de un audio de WhatsApp desde Ivano-Frankivsk.
Oksana llegó a Bilbao con su familia cuando tenía ocho años. “La migración me arrancó el comprender mis orígenes. Siempre he vivido entre dos mundos, dos realidades. Aunque mi país se quede en ruinas voy a quedarme aquí a reconectar”. Le molesta que desde Occidente o desde espacios politizados y a la vez llenos de confort, se esté limitando el conflicto a una cuestión de que en Ucrania hay nazis, y de que su Gobierno sea totalitario: “No tiene ningún sentido. Es muy triste ver a conocidos que legitiman y comparten en sus redes sociales propaganda rusa”.
La investigadora sénior asociada al Centro de Investigación en Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB) y experta en historia rusa y soviética, Carmen Claudín, en una entrevista para eldiario.es, explicaba que a pesar de que existan movimientos de extrema derecha en Ucrania, no existe una representación en el Parlamento, al contrario que en España, donde el partido de Vox tiene 52 diputados en el congreso. También señalaba que uno de los pretextos de Rusia para intervenir en países exsoviéticos es la defensa de las minorías rusas que se encuentran en Estonia, Letonia, Lituania, Bielorusia, Moldavia, Ucrania, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Kazajstán, Kirguistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Tadzhikistán. Cuando la Unión Soviética se disolvió en 1991, alrededor de 20 millones de rusas y rusos pasaron a formar parte de la ciudadanía de otros estados.
Desde los años 90, Rusia ha intervenido en Transnistria, Nagorno-Karabaj y en Osetia del Sur y Abjasia, conflictos llamados “congelados” por su falta de resolución. Por ejemplo, en este último, según el Comité Internacional de la Cruz Roja, unas 2 mil 300 personas permanecen en paradero desconocido desde los años 90, y 48 como resultado de la guerra de 2008. La Corte Penal Internacional está investigando los presuntos delitos cometidos en Osetia del Sur y sus alrededores, incluidos crímenes de lesa humanidad, asesinatos o crímenes de guerra. Según el gobierno de Georgia, los guardias de las fronteras de Rusia detienen y privan de libertad a personas por lo que denominan “cruce ilegal” de las líneas fronterizas administrativas. “En Europa he visto que la gente desconoce y romantiza a Rusia y la URSS porque va en contra del imperialismo yankee, pero comparten políticas igual de neocolonizadoras. La Unión Soviética ha colonizado y exterminado a millones de personas (Gulags y Holodomor), borrado la memoria, la cultura y prohibido hablar en las lenguas originarias de muchos territorios que durante décadas ha saqueado”, explica Oksana.
Rusia anexionó Crimea a su territorio a principios de 2014 y creó una guerra en el Donbás. En esta zona, desde el inicio del conflicto, se han contabilizado más de 13 mil muertes según la ONU; y acorde a un reporte publicado por ACNUR, hasta 2020 había 87 mil 832 personas refugiadas y solicitantes de asilo de Ucrania alrededor del mundo. Han sido ocho años de combates activos en Donetsk y Lugansk, territorios ahora ocupados por Rusia. “Durante ocho años de guerra he observado pasmada cómo los medios occidentales comen de la mano de la propaganda del Kremlin. Cuando Ucrania o Georgia u otros territorios ocupados han querido tomar su independencia y su gobierno legítimo, Rusia observa esto con una pretensión y una violencia que ha llegado donde ha llegado: a invadir, bombardear y asesinar”, sentencia Oksana.
Quedarse para resistir
Olia Federova, también artista de 28 años, se conecta a Skype desde Kharkiv. Es el sexto día de la invasión. De madrugada el ejército ruso ha destruido la Universidad Nacional de Kharkiv, el Ayuntamiento situado en el centro; la Plaza de la Constitución, escuelas, viviendas de civiles, el Museo de Arte. “Parece que la guerra ha comenzado oficialmente en 2022, y ahora todo el mundo se está dando cuenta de quién es Putin. Pero esto comenzó en 2014 y ha continuado. A ojos de Europa la guerra ha comenzado ahora”, cuenta Federova desde el sótano en el que lleva viviendo desde que empezó la invasión. Los bombardeos no han cesado en su ciudad, y desde el primer día vive en el sótano que está en su mismo edificio. “Aquí abajo estamos mi pareja, un amigo, los gatos y hoy también ha venido mi madre, que vive en el distrito más grande de casi medio millón de habitantes y ha sido completamente destruido. Mañana también vendrá mi cuñada, e intentaremos ayudarle porque quiere irse de Ucrania e intentaremos gestionar su salida”. Comenta que previamente había intentado salir en tren pero no todo el mundo lo consiguió. “Muchos amigos y amigas se han ido de la ciudad. En coche o haciendo autostop en la carretera. Yo voy a permanecer aquí porque aquí me siento más útil”.
Detectar el sonido de las bombas, la lejanía del bombardeo, atestiguar la presencia de soldados. “Me he acostumbrado a todo esto”, explica Olia Federova. Tanto Oksana como Olia han perdido la percepción del tiempo. “No sé qué día es. Qué luna hay. Cuándo me tiene que venir la regla”, dice Oksana. Solo contabilizan los días en función a cuando empezó todo. Federova no ha dejado de publicar en su red de Instagram documentación sobre su día a día. También comparte información de organizaciones y personas que puedan necesitar ayuda. En un vídeo para el diario británico The Guardian, Federova muestra cómo vive en el búnker: “Es una guerra que se está viviendo diariamente online”. En cada ciudad hay diferentes grupos de Telegram en los que se avisa de los bombardeos a tiempo real, qué zonas son seguras o qué noticias son verídicas. “Los canales gubernamentales que hay en Telegram también funcionan como aviso de la ciudad. En Kharkiv la alarma de la ciudad no funciona porque nunca se arregló; después de la Segunda Guerra Mundial, nadie pensó en que habría que volver a utilizarla”, explica Federova.
Aproximadamente 13 mil 775 personas han sido detenidas en Rusia desde el 24 de febrero por protestar en contra de la guerra según OVD-Info, proyecto mediático independiente sobre los derechos humanos y las persecuciones políticas en Rusia. “Hay personas en Rusia que están en contra de Putin, pero hay mucho miedo. Mi padrino vive allí y ni siquiera nos ha llamado para preguntar si estamos vivas. No sé si es porque se cree toda la propaganda rusa o es porque tiene miedo de llamar”, añade Oksana.
Olia señala que las manifestaciones pacíficas solo funcionan en Europa. Activistas o personas de la oposición que han denunciado el régimen en Rusia han terminado en la cárcel, como las famosas Pussy Riot o el activista Alekséi Navalny. Otros han terminado muertos. “Tengo mi perfil público en Instagram, pero tengo miedo a que me lo cierren o tenerlo que poner privado y no poder compartir lo que está sucediendo. Hay muchos bots rusos en las redes sociales y tengo amigos que han sido atacados y han tenido que cambiar la privacidad de sus cuentas”.
Resistir, desde aquí
A Lesia C. le mantiene viva saber que su hermana deja en visto los mensajes de Facebook. “Aunque no me conteste, sé que lo ha visto”. Vino de la ciudad de Lviv a Santander hace 20 años con su marido. Tuvieron una hija y se quedaron en la ciudad. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), más de 900 personas procedentes de Ucrania viven en Cantabria. “Toda mi familia está allí… Mi hermana, cuñado, sobrina. No pueden venirse. Ella es enfermera y va a necesitar ayudar a la gente. Él tendrá que combatir”, cuenta desde el barrio del Alisal. Desde el día 24, solo duerme dos horas al día. “La verdad es que aún así, durmiendo dos horas, tengo energía porque necesito estar ayudando”. Lesia colabora en Cantabria con la Asociación ucraniana Oberig. Lleva días organizándose con personas voluntarias para el envío de alimentos, ropa y material sanitario a Ucrania. “Estoy muy contenta porque hay mucha movilización y también incluso nos están ayudando las personas rusas que viven aquí. Es curioso… antes en mi trabajo me llamaban ‘rusa’. Ahora nos ubican en el mapa. Ahora es la primera vez que me dicen, en todos estos que llevo viviendo aquí, esa mujer es de Ucrania”. Lesia explica que su hija de 17 años la está apoyando mucho durante estos días, y que ha tejido red con el resto de migrantes de Ucrania que viven en Cantabria. “Mi hija tenía planes de volver este verano… ¿sabes? Estuvimos por última vez hace dos años. Mi madre lleva años construyendo su casa. No va a moverse de allí. Ya vivimos un Chernóbil… un Maidán…”.
Oksana cuenta que en su ciudad hay algunos supermercados que aún permanecen abiertos algunas horas del día. Todavía hay comida, aunque empiezan a faltar algunas cosas: “Hay momentos en los que salgo de la realidad. Cada día nos organizamos para hacer diferentes tareas que puedan servir de ayuda. A veces me río porque no sé cómo reaccionar. Estamos luchando contra maquinaria genocida”. El sótano en el que se refugia con su familia era antes un local de ensayo de música punk. A veces envía por WhatsApp fotografías a sus amigas de España de cuando nieva, de la gata de su hermana o manda audios explicando cómo se siente. Solo cuando tiene fuerzas. “Experimento al día todas las sensaciones: euforia, depresión, ansiedad, bloqueos… El otro día intenté ver una película con mi hermana y por un momento dije: qué bien, solo estoy pensando en esto. Pero de repente sonó la alarma de peligro aéreo”.
La periodista Svetlana Alexiévich, en su libro “La guerra no tiene rostro de mujer”, contaba que ella “no escribía sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra”. ¿Quién está preparado para escribir sobre la guerra? ¿Quién lo está para vivirla? Por la mañana, al abrir las noticias, aparecen imágenes de familias muertas en el suelo que habían intentado huir a través de los corredores humanitarios en Irpin. La ONU define estas zonas como una de las formas de lograr un cese temporal de los conflictos armados, desmilitarizadas limitadas en el tiempo y el espacio. “Esto está siendo demasiado. Hace una semana estaba yendo a la biblioteca a por más libros para terminar un proyecto y ahora estoy aprendiendo cómo actuar ante un derrumbe y dos maneras de tapar una herida de bala”, escribe Oksana al levantarse.
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