6/15/2024

Narrativas de un terror que engancha

 pikaramagazine.com

Berta Comas Casas, Carol Caicedo

Espacios domésticos desordenados, imágenes forenses con cuerpos mutilados, fotografías antiguas de familias sonrientes, caras hinchadas de llorar, cámaras y policías por todas partes… Estas escenas resumen la mayoría de narrativas audiovisuales sobre crímenes reales ahora en emisión. Soy una ávida consumidora de podcasts, series y documentales sobre crímenes reales y me cuesta preguntarme a mí misma por qué. ¿Por el misterio? ¿Por el morbo? ¿Por una aparente justicia cuando pillan al malo? Y no soy la única, ¿por qué las mujeres nos sentimos atraídas por un género que claramente perpetúa la violencia contra nosotras?

El 80 por ciento de las consumidoras de podcasts de crímenes reales son mujeres, y las cifras se repiten en las plataformas de streaming de video, según un estudio de medios de Brandwatch. Hemos dejado atrás aquellos programas estadounidenses de crímenes que se asemejaban más a telenovelas que a investigaciones. La calidad del true crime ha mejorado y la diversidad de historias también. Los ejemplos de documentales más vistos van desde casos de abusos en el seno de la iglesia católica (The Keepers) o asesinos a sueldo en zoológicos estadounidenses (Tiger King). Pero sin duda el tema más retratado en el género de los crímenes reales es el de la violencia machista, en el que hombres asesinan o agreden a mujeres, como en El caso Alcàsser, El caso Wanninkhof-Carabantes, La escalera, ¿Dónde está Marta?, Lorena, o Renacer de las cenizas, por nombrar solo algunos de los lanzados en los últimos años.

Lo primero para saber por qué nos enganchan es obvio, pero importante: están vendiendo un misterio. Y disponen de todos los elementos: víctimas, asesinatos y una investigación que se desgrana cuidadosamente para que te sientas parte. Además, hay una dosis de morbo presente, en mayor o menor medida dependiendo del programa, y un uso de recursos propios del género de terror. Todo un cóctel de ingredientes que ha hecho que el true crime sea lo más visto y escuchado en las plataformas de streaming.

Existe un deseo de comprender la psicología de los criminales y saber cómo habría que reaccionar en caso de ataque

La atracción de las mujeres hacia este género se debe, en gran medida, a la socialización de género. Dado que las estadísticas revelan que las mujeres tienen una mayor probabilidad de ser objetivo de violencia o agresiones, existe una sensación de identificación y conexión emocional con las historias de true crime. También buscamos que el bien triunfe contra el mal. Gracias a una investigación exhaustiva, el desenlace general es que los criminales son capturados y condenados, generando una sensación de justicia, que difiere notablemente de las ideas de restauración propuestas por las teorías antipunitivistas. Cuando esto no ocurre, se genera un estado de frustración y la necesidad de culpar a alguien por un trabajo deficiente o achacarlo a una serie de circunstancias fatales. Es decir, cuando no se descubre al asesino, se tiende a pasar por alto las circunstancias externas que rodean el crimen. Pocas veces se cuestiona que no se ha hecho caso a las víctimas o se ha ignorado su perfil particular, casi siempre de personas en situación de vulnerabilidad o cuyas voces suelen ser desprestigiadas: mujeres que ejercen la prostitución, hombres gais en situación de pobreza, personas trans, migradas y racializadas…

El ejemplo más claro es también el más famoso: Jeffrey Dahmer. El conocido como “carnicero de Milwaukee” asesinó al menos a 17 hombres afroamericanos, latinos o asiáticos que frecuentaban ambientes gais en la ciudad. Varios de ellos lograron escapar del piso de Dahmer antes de ser asesinados e incluso llegaron a hablar con la policía. Sin embargo, fueron ignorados precisamente por la fuerte homofobia que les llevaba a pensar que eran discusiones de pareja.

Amanda Vicary, en un artículo publicado en la revista Social Psychological and Personality Science, concreta que otro de los motivos principales de su consumo es encontrar técnicas de autodefensa frente a un posible atacante, es decir, generar un aprendizaje (del terror) en las mujeres. En el mismo estudio se relata cómo estos productos audiovisuales morbosos buscan conocer los motivos detrás de esa violencia y poder llegar a entender cómo funciona la mente de un asesino o agresor. Existe un deseo de comprender la psicología de los criminales y saber cómo habría que reaccionar en caso de ataque: cómo piensa el asesino (como si se tratara de un solo ente), qué hacer para no caer en sus trampas, qué salidas puede haber… Es decir, todo son medidas preventivas dirigidas expresamente a las mujeres.

Según el mismo estudio, este aprendizaje del terror puede conducir a las mujeres a cambios en su comportamiento que garanticen una supuesta seguridad. Es decir, que la responsabilidad recae en la víctima, y por extensión en las posibles víctimas, no en los agresores ni el sistema que permite y perpetúa dicha violencia. Similar a lo que ocurre en las comedias románticas, el género sobre crímenes reales tiene un componente moralizador respecto al papel que aún se espera que las mujeres desempeñen en la sociedad. Es decir, que el mensaje que se transmite es que deben evitar arriesgarse para protegerse de las posibles trampas de un asesino. Pero, tomando en cuenta este carácter moralizador, ¿dónde se traza la línea de los riesgos? La violencia machista existe en los entornos más cercanos. Las situaciones de riesgo que se supone que hay que evitar pueden ser tan cotidianas como caminar por la calle, vivir sola, trabajar, tener diferentes parejas sexuales o ser trabajadora sexual. Estos cambios de comportamientos que se sugieren que deben tomar las mujeres en su día a día simplemente perpetuarían el terror en sus vidas.

Nerea Barjola, en Microfísica sexista del poder (2018), analiza la narración sobre el peligro sexual en el caso de Alcàsser y cómo este discurso ha tenido la función de castigo a la conducta de las mujeres. A través de la representación y el control de estas ideas, se busca imponer el autocontrol y el autodominio, limitando la capacidad de decisión de las mujeres. Estas narrativas de terror sexual que denuncia Barjola y que son habituales en los medios de comunicación se convierten en una tecnología disciplinaria que ejerce poder sobre los cuerpos de las mujeres, exponiéndolos y amenazándolos con la violencia y el peligro sexual.

La repetición sistemática del peligro sexual, habitual del true crime, perpetúa la violencia sexual y restringe la libertad de movimiento y comportamiento de las mujeres. Es fundamental resignificar estos relatos, asumir la responsabilidad colectiva y cuestionar las éticas de la emisión de imágenes y testimonios.

Resultaría interesante explorar cómo las víctimas reconstruyen sus vidas y encuentran formas de sanar y avanzar

También podemos observar otra dinámica, analizada desde los movimientos feministas y el activismo loco. Cuando se retrata a los asesinos como supuestos enfermos, personas fuera de la norma o incluso como psicópatas, tendemos a considerarlo como algo excepcional y ligado a personas con diagnóstico psquiátrico, perpetuando los estereotipos sobre quien tiene sufrimiento psíquico. Esta perspectiva desvía el foco de la realidad: los hombres que asesinan a mujeres, los feminicidas, los agresores, los maltratadores se mueven en el terreno de la misoginia y no son enfermos. La masculinidad hegemónica es la que violenta en un contexto patriarcal. No se trata de una masculinidad tóxica, es una masculinidad directamente asesina.

La antropóloga Rita Segato cuenta en Contrapedagogías de la crueldad (2018) que las mujeres nos vemos relegadas al papel de objetos, disponibles y desechables, debido a la estructura corporativa de la masculinidad. Esta estructura impulsa a los hombres a obedecer incondicionalmente a sus pares y a sus opresores, convirtiendo a las mujeres en víctimas propicias para mantener la cadena de mandatos y expropiaciones. En este sentido, desmontar el mandato de masculinidad se convierte en una solución fundamental para abordar la violencia y el terror sexual.

La autora sostiene que la repetición constante de la violencia en los medios de comunicación y su enfoque morboso tiene un impacto profundo en nuestra sociedad. Este “paisaje de crueldad” promueve la normalización de la violencia y disminuye los umbrales de empatía en las personas. Busca naturalizar la expropiación de la vida, convirtiéndola en un mero trámite despojado de dolor. Los medios masivos, con su enfoque de “rapiña y escarnio”, contribuyen a esta cultura de violencia al convertir los feminicidios en espectáculos televisivos. Este daño incluye la victimización de las mujeres y la reproducción constante de sus tragedias de manera morbosa.

Y eso lo hace el true crime. Estos podcast y documentales suelen centrarse en tres perspectivas: el asesino, explorando sus métodos, obsesiones y motivaciones; la investigación, siguiendo los pasos para resolver el misterio; o la propia víctima, analizando cómo enfrentó esa situación de violencia.

Más allá va Virginie Despentes, quien escribe en Teoría King Kong (2006) sobre la existencia de una fantasía de violación y cómo esta ha estado presente desde su infancia, influenciada por la educación religiosa y las representaciones que se encuentran en libros, televisión y su entorno. Estas fantasías, aunque morbosas y excitantes, no aparecen de la nada, sino que son un dispositivo cultural impuesto que condiciona la sexualidad de las mujeres y las hace disfrutar de su propia impotencia. Esta autora sostiene que existe una predisposición femenina al masoquismo debido a este sistema cultural, lo cual tiene implicaciones incómodas y limita la autonomía de las mujeres. La escritora también teoriza sobre el problema del sentimiento de culpa en los casos de agresiones, ya que al haber tenido estas fantasías, pueden sentirse corresponsables de su agresión. Sin embargo, estas fantasías se mantienen en silencio y no se habla de ellas, especialmente si se ha sido víctima de violación.

Las ideas sobre la domesticación de las mujeres y el uso de los relatos de terror ya han sido tratadas por diferentes investigadoras. Resultaría interesante, en cambio, explorar cómo las víctimas reconstruyen sus vidas y encuentran formas de sanar y avanzar. También es crucial abordar los desafíos adicionales que enfrentan, como la victimización secundaria por parte del sistema judicial, al revivir repetidamente los eventos traumáticos. Esta mirada más amplia y comprensiva permitiría una visión más completa de las consecuencias a largo plazo y las dificultades a las que se enfrentan las supervivientes de la violencia, proporcionando una base para la empatía, la solidaridad y la búsqueda de soluciones más efectivas.

Hay pocos referentes, pero sí alguno. La película La habitación (Lenny Abrahamson, 2015) cuenta la historia de una mujer y el hijo que ha tenido durante su secuestro. Muestra tanto la experiencia del niño al adaptarse a un mundo desconocido como los esfuerzos de la madre por reconstruir su vida tras el trauma, mientras los medios de comunicación tratan de explotar cada parte de su intimidad. Otro ejemplo similar es la película Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), donde una madre se enfrenta a las consecuencias de la violencia ejercida por su hijo en su comunidad, y cómo ella misma se convierte en objeto de culpa y señalamiento.

Estas películas nos invitan a reflexionar sobre las experiencias de las víctimas después de un crimen, las dificultades que enfrentan para volver a sus vidas y el constante recordatorio del trauma. A pesar de ser ficción, proporcionan una visión más profunda y matizada de las secuelas emocionales, sociales y psicológicas que pueden persistir mucho después de que se resuelva el misterio del crimen.

Las series documentales Lorena, sobre el caso de Lorena Bobbit, y Renacer de las cenizas, sobre la actriz Evan Rachel Wood, que denunció a Marilyn Manson por violación y torturas, son otros ejemplos. A pesar de que estas cintas siguen cayendo en tópicos y momentos morbosos, se basan en gran medida en la visión de estas mujeres y cómo fue su vida después de las agresiones. No son perfectos, pero allanan el camino por donde hay que continuar. Estas visiones desafían la idea de que las víctimas están condenadas a serlo para siempre. Rompen con la idealización del asesino y evitan caer en la trampa de intentar comprender sus motivaciones de manera cinematográfica y dramática.

La forma en que se abordan los contenidos relacionados con crímenes y violencia en los medios audiovisuales importa. En lugar de perpetuar estereotipos y alimentar la morbosa fascinación por el mal, debemos buscar narrativas que den voz a las víctimas, que muestren su fortaleza, y que desafíen los roles de género y las estructuras patriarcales que subyacen en estos crímenes. Es crucial ampliar el enfoque y explorar las secuelas, así como ofrecer un espacio para la reflexión sobre las causas profundas de este tipo de violencia. ¿Será posible un true crime feminista?

Este análisis fue publicado en el anuario número 11 de Pikara Magazine, que puedes comprar en nuestra tienda online.

Download PDF

No hay comentarios.:

Publicar un comentario