Tres apuntes de la derrota
Alguien debería preguntarse por qué la derrota y yo diría: porque la gente ve un México muy distinto al que transmiten por televisión. Porque una buena parte de esos 36 millones de individuos (y más) está harta de que la menosprecien y manipulen. Porque esos millones encontraron una oportunidad pacífica de decir BASTA al clasismo y al racismo. Porque millones están hartos de que los llamen nacos, bestias, imbéciles y mediocres durante seis años y luego esos mismos les pidan su voto con fingida humildad. Porque millones hicieron clic con su candidata y querían confirmar el gobierno que tienen, y no porque disfrutaran verle la cara a los rabiosos un día después. En ese sentido no fue voto de castigo: fue uno de reivindicación.
Uno.
Documentamos que Claudio X. González reunía en su mansión a los dirigentes de PRI, PAN y PRD para formar un frente, y advertimos las consecuencias de que una cofradía de poderosos estuviera detrás de la oposición en México; nadie en la prensa lo consignó. Contamos que las movilizaciones de sus “organizaciones de la sociedad civil” no tendrían apoyo de las mayorías porque la gente sabría que era otra vez hipocresía y engaño; nadie lo tomó en cuenta. Dijimos que la “sociedad civil” de Claudio era en realidad un amasijo de grupos de interés del PRIAN que luego desembocaría en un pacto de adhesión con Xóchitl Gálvez, y sucedió tal cual, y a ninguno de los sesudos analistas y opinadores pareció importante.
Dijimos que la candidata presidencial de la derecha sería designada por un grupito de privilegiados y que nunca sería elegida por mayorías, como ellos mismos anunciaron; así fue y los medios apenas lo tocaron. Y luego alertamos que Gálvez arrastraba casos de corrupción sin aclarar y que existía la duda razonable de que, mientras era servidora pública, había amasado una fortuna; pero ninguno reaccionó. Dimos a conocer apenas un puñado de las tantas mentiras de Xóchitl (siempre sobre ella) para advertir que no era ético ni moral que las élites promovieran a una mitómana como Jefa de Estado; y fue como si no hubiéramos dicho una palabra.
Una y otra vez dijimos que era verle la cara de tonto a los ciudadanos utilizar los colores del INE para movilizarse, y que lo honesto era convocar con los colores de los partidos que representan; fue como hablarle al viento. Dijimos que el odio, el go negative, la guerra de lodo y los deseos de venganza de las élites intelectual, académica, empresarial y mediática contra Andrés Manuel López Obrador no podrían ser el eje de acción de las fuerzas opositoras; no hicieron caso. Advertimos que necesitaban presentar, cuando antes, un proyecto de Nación; fue como si les dijéramos que se comieran una cucaracha.
Y alertamos sobre las encuestas patito, como Massive Caller o México Elige, y dijimos que era el engaño extendido de GEA ISA en el pasado; no les importó: siguieron citándolas. Expresamos que la gente terminaría ridiculizando a la candidata por la cantidad de historias sin sustento que se construían sobre ella –el mito de las gelatinas, el de las mariposas, etcétera–. Y después de una entrevista con ella en el Senado allá por junio de 2023, Álvaro Delgado y yo comentamos que si la lanzaban como candidata sería un fiasco mayor al de Ricardo Anaya.
En julio de 2023, Héctor Aguilar Camín escribía: “Lo inesperado del momento mexicano es la irrupción de Xóchitl Gálvez. Se debe a muchos factores, pero uno, central, es que agrietó la fortaleza mayor de López Obrador, que es su discurso. Xóchitl tiene un discurso alternativo, un habla que conecta con la gente, y que tiene, sobre el discurso del Presidente, las ventajas de la frescura, la fluidez y el humor. No es un discurso construido por comunicadores o estrategas de campaña. Es un discurso que nace de la persona misma de Xóchitl Gálvez. […] Lo que vemos cada vez que se enfrentan en ese ring es que Xóchitl punza y baila como Muhammad Ali y el Presidente gruñe y tropieza como Sonny Liston”.
Y en septiembre de 2023, Enrique Krauze afirmaba: “El carisma ha cambiado de polo. El Presidente López Obrador no podrá usar el suyo porque su nombre no está en la boleta y porque el carisma, por esencia, es intransferible. En ese sentido, sea quien sea la contraparte de Xóchitl Gálvez en la contienda, los términos históricos se han invertido. Xóchitl Gálvez no cree ‘encarnar’ al pueblo. Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará”.
Cabezas de los dos núcleos de intelectuales más importantes en México desde Carlos Salinas de Gortari, Aguilar Camín y Krauze lo escribieron supuestamente desde “la independencia”, desde “el pensamiento crítico”. Luego se abrieron y abrazaron públicamente a Gálvez. Ustedes lo recuerdan.
Las señales eran muchas y hasta flojera me da escribirlas. Ah, la soberbia: optaron por ignorarlas.
Dos.
Claudia Sheinbaum ganó en todos los estratos sociales. Entre votantes con estudios y aquellos con menos escuela; entre los que perciben buen ingreso y los que tienen uno menor; entre mujeres y hombres; jóvenes y viejos.
Alguien debería preguntarse por qué y yo diría: porque la gente ve un México muy distinto al que transmiten por televisión. Porque una buena parte de esos 36 millones de individuos (y más) está harta de que la menosprecien y manipulen. Porque esos millones encontraron una oportunidad pacífica de decir BASTA al clasismo y al racismo. Porque millones están hartos de que los llamen nacos, bestias, imbéciles y mediocres durante seis años y luego esos mismos les pidan su voto con fingida humildad. Porque millones hicieron clic con su candidata y querían confirmar el Gobierno que tienen, y no porque disfrutaran verle la cara a los rabiosos un día después. En ese sentido no fue voto de castigo: fue uno de reivindicación.
Tres.
“Cuando vayan por la República y vean comensales que son medio raros, son los nuevos ricos favorecidos de Morena. Y va a haber un chingo de nuevos ricos como no te imaginas. Si van en un avión en business, y les toca alguien a un lado y dicen: ‘Puta, no me gusta este cabrón’, es de Morena”, dijo Carlos Alazraki.
Y luego Pedro Ferriz de Con lo secundó: “Me tocó en Casa Lucio de Madrid. Llego, nos dan la mesa. La hija de Lucio es la que atiende; él nada más te hace así [gesto de saludo]. Casi tiene cien años. Y llego y me ponen una mesa, y detrás de mi mesa había tres güeyes que se veían bastante nacos. Pidiendo los mejores vinos. Con tres putitas. Y ‘ja, ja, ja, ja’, ya sabes, el estruendo de la vulgaridad. Cuando llegué, haz de cuenta que les balaron el switch: pidieron la cuenta y se fueron. Mi vieja se volteó así y les tomó fotos así [toma el celular]. Abierta, ya sabes cómo son las mujeres: bien discretitas. Chun, chun, chun, chun. Eso que estás diciendo así va a ser. Se está gestando una nueva clase social, que es la de Mario Delgado”.
No, no se está gestando una “nueva clase social”. Se gesta y avanza a pasos acelerados, eso sí, una renovada conciencia de clases. Hay mayorías cansadas del menosprecio de las élites de privilegiados; mayorías que asumieron que esas élites grotescas no quieren compartir un restaurante que vende caldo de res en Madrid como no quieren repartir el ingreso de la Nación. Élites que creen que, fuera de ellos, todos merecen pura mierda. Y a la vez, élites que se sienten muchos niveles arriba de los demás porque en Casa Lucio les sirven huevos grasosos sobre papas fritas y se los cobran cien veces más.
Cualquiera puede decirles: no necesito tu Casa Lucio en Madrid para comer huevos y papas porque los como en mi casa con lo que gano, e igualmente soy feliz. Pero no se lo dice. Mejor vota.
Alazraki, Ferriz de Con y todos los que son como ellos merecen la derrota electoral y merecen más: la derrota moral. Deben sentirse avergonzados al caminar por las calles de este país. Deben saberse rechazados cuando dicen lo que dicen y tener claro que unos huevos grasosos sobre papas fritas en un restaurante de postín no los hacen mejores. En cambio, llamar a los demás poca cosa porque no pueden pagarse unos huevos sobre papas fritas en un restaurante de Madrid los hace racistas, clasistas y –para terminar pronto– uno pobres diablos.
Pero es su problema entender (o no) que fueron ellos mismos los que se derrotaron en las urnas. Es su problema entender (o no) que hay una mayoría que no está dispuesta a entregarles el poder y a cambio recibir puras mentadas de madre.
Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx
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