EDITORIAL LA JORNADA
El presidente estadunidense,
Donald Trump, en uno de los más ominosos de sus extravíos, formuló una
serie de falsedades sobre México: dijo, por ejemplo, que las autoridades
mexicanas están aterrorizadas, están petrificadas de presentarse en su
oficina, de ir a trabajar, debido a que, según él, los cárteles (del narcotráfico) tienen un control muy fuerte sobre México
y que su gobierno tiene que hacer algo
porque no puede permitir que eso suceda
.
Desde luego, lo dicho ayer por Trump al anunciar la promulgación de
la Ley Alto al Fentanilo no es una difamación novedosa, sino la
culminación de una creciente ola de calumnias contra nuestro país,
lanzadas tanto desde medios informativos como por integrantes de la
clase política de Estados Unidos; la más reciente es la que emitió el
martes pasado la fiscal general de la nación vecina, Pam Bondi, quien
atribuyó a inmigrantes ilegales
la distribución masiva de drogas sintéticas, a cuenta de los cárteles mexicanos, en varias ciudades estadunidenses.
Pero el hecho de que la mentira provenga del jefe de Estado de la
superpotencia ha sido motivo más que suficiente para hacer sonar las
alarmas, sobre todo por las expresiones tenemos que hacer algo
y no podemos permitir que eso suceda
, que evocan de inmediato nuevas agresiones a México y otro ciclo de activo injerencismo.
Ante semejante declaración de hostilidad, salta a la vista la imperiosa necesidad de responder con unidad nacional por encima de cualquier diferencia política y de repudiar tanto la maledicencia del mandatario estadunidense como la amenaza intervencionista que ésta conlleva, ya que no sólo resulta intolerable la distorsión de la realidad mexicana, sino también el amago a la soberanía nacional que conllevan los dichos de Trump. En sentido inverso, todo respaldo que sus palabras pudieran recibir dentro de México se configura como una traición al país y a su independencia.
Pero es claro también que si bien lo expresado por el millonario republicano es mucho más que un exabrupto personal –pues resulta representativo de una manera de pensar característica de las derechas estadunidenses, habituadas a justificar de cualquier forma los intereses neocolonialistas y a inventar enemigos externos para distraer la atención de los grandes problemas locales–, debe considerarse que la alocución se inscribe en el típico método trumpiano de amenazar para provocar incertidumbre, zozobra y hasta agotamiento en sus interlocutores, para debilitarlos de cara a una negociación.
Tampoco debe soslayarse el hecho de que hasta ahora Trump no ha logrado obtener prácticamente ningún resultado positivo con su renovada agresividad contra el mundo y que, en cambio, mucha de su belicosidad se ha traducido en efectos inesperados adversos, lo que, lejos de aplacarlo, alimenta su hostilidad.
Otro dato de contexto a considerar es que, en lo interno, el magnate
parece cada vez más cercado por la trampa en la que él mismo se metió en
relación con los documentos del fallecido explotador sexual y pederasta
Jeffrey Epstein: aunque durante su campaña ofreció que daría a conocer
la totalidad de tales documentos, ahora, desde la presidencia, afirma
que todo el escándalo ha sido una falsedad, en tanto que la fiscal
Bondi, quien durante meses prometió que haría grandes revelaciones sobre
la llamada lista de clientes
de Epstein, ahora afirma que ese
documento no existe y que todo lo relacionado con él es una mera teoría
de la conspiración, un giro de 180 grados que fue respaldado por el
propio Trump. Como reacción lógica, una porción creciente de la opinión
pública estadunidense piensa que ese cambio inesperado se debe a que el
propio Trump figura en un sitio prominente entre quienes participaron en
la red de explotación de menores del financiero, quien se suicidó en
prisión en 2019.
En este sentido, sin subestimar los riesgos que las palabras del presidente estadunidense entrañan para nuestro país, ceder a la zozobra o entrar en pánico sería caer en el juego del propio Trump. Ante él, se requiere, en suma, unidad nacional para rechazar el grosero injerencismo y la calumnia, así como serenidad y lucidez para comprender los rejuegos del poder en Washington y las lógicas de espectáculo a las que suele responder el declarante.

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