Ricardo Raphael
Para comenzar el año me estorban la desesperanza, el cinismo, la soberbia y la frivolidad. También el derrotismo, la indiferencia y la negación, la ignorancia y el autoritarismo, el nihilismo y la estupidez, el miedo y la cobardía, la amargura y la desmemoria.
El año que cierra no deja en paz por sus miles de asesinados, por sus degollados, por los secuestrados, por los extorsionados, por los desaparecidos, por los encapuchados, por los protectores de pederastas y por los pederastas, por la amante del mafioso, por el cantante del mafioso, por el lavador del dinero, por los proveedores del narcotraficante, por el vendedor de armas y por los compradores de armas.
Estorban igualmente los militares traidores y los traidores que se han vuelto paramilitares, los policías corruptos, los burócratas torcidos, los gobernadores indolentes, los intocables líderes sindicales, los banqueros voraces, los empresarios monopólicos, los periodistas vanidosos, los políticos protagónicos, los jueces interesados, los fiscales sin pericia, los justicieros opacos, los falsos demócratas, los mesías de pacotilla y los líderes más necios.
Son también impedimento la rapacidad de los legisladores, las nóminas ocultas y los aguinaldos que no pagan impuestos, las remodelaciones fastuosas en las oficinas públicas y la decadencia en las oficinas gubernamentales que atienden al público, los ociosos pleitos entre las autoridades y la grilla entre los mandos encargados de la seguridad, la simulación de los secretarios de Estado y la propaganda gubernamental mentirosa pero excesiva.
Arrancamos además con la abultada insensibilidad que las altas esferas ostentan justo ahora cuando el resto de la sociedad se las está viendo negras. Las élites no han hecho otra cosa que buscar culpables, afuera y adentro. Chivos expiatorios que sirven para desestimar la responsabilidad propia y que al mismo tiempo funcionan como ácido corrosivo a la hora de encontrar referentes para la cooperación.
Quedan también, como obstáculo del año ido, los dineros que no se invirtieron, los créditos que no se otorgaron, los puestos de trabajo que no se crearon, los empleos que desaparecieron, las tasas de interés de los usureros, los precios enloquecidos, las angustias por los ingresos insuficientes, las inseguridades provocadas por la enfermedad, por los ineficaces servicios sanitarios y por las pensiones que se achican.
En efecto, clausuramos el año con una economía en franco achicamiento: riqueza pequeña y muy expuesta a las tormentas exteriores. México dejó de ser promesa para la inversión del capital foráneo, perdió competitividad, extravió capacidades productivas y resecó sus riquezas petroleras.
El 2009 aterriza en nuestras vidas cargado de riesgos y enemigos. La lista de obstáculos, estorbos e impedimentos es demasiado larga. El año que termina dejó a la sociedad mexicana desnuda y frágil ante sus adversarios. Fueron 12 meses frustrantes. Días de poco optimismo y mucha negritud. Horas de merodear en el fondo de nuestros peores espejos. Tiempos de estima dolida y orgullo parco.
¿Seguirá así de sombrío el espacio público en 2009? Estamos tan profundamente enojados con la realidad que poca noticia hay acerca de un horizonte diferente. Y sin embargo, a pesar de nuestros capos y nuestros políticos, de nuestros empresarios y nuestros líderes sociales, a pesar de los especuladores y nuestros dinosaurios autoritarios, a pesar de la crisis económica y la inseguridad pública, los mexicanos guardamos todavía en el fondo del arcón otros espejos muy distintos para proyectar una existencia presumible y digna.
No es ésta la primera vez que nos topamos con la violencia y el descaro que ostentan los enemigos. A pesar del 2008, los mexicanos nos debemos un compromiso vital: arrebatarle a ellos el espacio público que nos han expropiado. Para 2009 habríamos de sacar a la calle nuestra mejor vestidura, nuestra más presumible andadura. En lo más íntimo y fundamental, se nos juega ahora la supervivencia.
Analista político
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