Imagine que México es un enfermo y el Presidente es su médico. Supongamos que el doctor Calderón recibe al paciente e inmediatamente lo mete al quirófano para extirpar un tumor que, efectivamente, existe. Abre en canal y explora los órganos: saca un tumor aquí, un quiste allá, mientras el intestino se desangra, decide incursionar en el riñón y el corazón. Otro médico le advierte que hay un cáncer y que esa cirugía no se debió llevar a cabo sin un buen oncólogo y previo diagnóstico y pruebas de un equipo multidisciplinario especializado. Pero no escucha.
Otros médicos le advierten que puede causar una metástasis (que el cáncer se disemine a todos los órganos) y el médico comienza a gritar que ya no hay vuelta atrás, ya abrieron y ahora hay que seguirle.
Elige a tres colegas que pretenden saberlo todo y se dedican a tareas que no necesariamente les corresponden. Todos desconfían de todos y cada uno lleva a cabo sus propios análisis. Cada tanto salen a confrontar a la familia; llevan consigo radiografías y frascos con trozos de tumores, celebran sus hallazgos y cuando la familia les cuestiona sobre la enfermedad, se indignan diciendo que hacen lo que pueden bajo esas circunstancias. ¿Pero qué circunstancias?, pregunta la madre del paciente, si no nos prepararon para abrirlo antes de hacer más estudios y tener claridad de qué medicina usaríamos, todos, para erradicar la enfermedad y no sólo sus efectos visibles. ¡Nosotros somos los expertos!, responden los médicos molestos. ¿Y cómo me puede asegurar que no saldrán más tumores en una semana?, pregunta el padre del enfermo. Nadie puede asegurarlo, es usted un malagradecido, estamos atendiendo a su hijo y encima nos cuestiona. Vuelven al quirófano y la escena se repite hasta perder sentido.
Ni Calderón ni el país estaban preparados para esta operación. Escasamente mencionó la lucha contra el narco en campaña. El Congreso y el Senado actuaron irresponsablemente. Se negaron a escuchar a expertos que advirtieron la inminente necesidad de reestructurar el sistema de justicia penal y asegurarse de tener un buen equipo experto y blindado de ministerios públicos y jueces especializados en delincuencia organizada. Eligieron a procuradores débiles que mantuvieron a la PGR/SIEDO y al Poder Judicial casi intocados, cuyo reporte diario es: “estamos infiltrados, señor”.
Guillermo Ortiz Mayagoitia dice que tiene la solución, pero no lo escuchan. García Luna decidió que pasará a la historia creando el mejor sistema de inteligencia de Latinoamérica. Pero, obsesionado con su imagen (como el que presume tumores), ha creado su propio reality show televisivo. Una y otra vez hace montajes teatrales (engañando a los medios y sociedad) bajo el argumento de que no puede confiar ni en ministerios públicos ni en jueces de su equipo, entre quienes sin duda hay gente calificada y honesta, hacen el trabajo de inteligencia; dan golpes e inventan expedientes para justificar la ausencia de MPs y jueces confiables. Llama la atención que entiendan que fingir justicia, además de ser ilegal, los desacredita y no cura la enfermedad: la propaga más. Para tumores, el michoacanazo. El país y los medios les están diciendo: sabemos que hay enfermedad, vamos a la cura de fondo porque este opaco teatro justiciero debilita al país. Ya nadie cree que la violencia incrementará si hay replanteamiento. Mientras tanto la reforma penal espera a ser atendida.
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