Carmen Boullosa
Aladino, el de la lámpara, es un ni-ni de hueso colorado. Ni estudia ni trabaja. No quiere el oficio de su papá, que es sastre, ni le interesan otros, ni quiere trabajar sino andar en la calle de vago con amigos malvivientes. Desoye los consejos de sus papás. Aladino es un reverendo desastre, su holgazanería e insensatez llevan a su papá a la desazón, y de ahí a la tumba. La mamá de Aladino, viuda, sin recursos, fabrica y merca cordeles para mantener a su ni-ni. Además, cocina, lava la ropa, y cuida de su humilde vivienda.
Un día, un mago llega a su pueblo. Observa a los vagales, pregunta información. Elige a Aladino, es el que le cuadra para sus planes. Necesita de un ni-ni para echarse a la bolsa una fortuna incalculable, y éste le late.
El mago promete que se hará cargo del futuro de Aladino. ¿Qué no le gusta ningún oficio, que no quiere trabajar? Santo remedio: lo hará un mercader rico. Lo viste con ropas carísimas. Se lo lleva de paseo, mostrándole espléndidos jardines desconocidos y mansiones lujosas. En despoblado, lo incita a bajar a una cueva. Le pide que allá abajo, en las grutas, localice una lámpara de aceite, y se la traiga. Para esto lo quería el mago: Aladino será su mula desechable, usará al ni-ni para apoderarse de una lámpara maravillosa. Pero el tiro le sale por la culata. Aladino se niega a entregarle la lámpara si no lo saca antes de la cueva; andar entre malvivientes algo le ha enseñado. El mago lo deja en la cueva, lo quiere enterrado en vida, si no le sirve para pasarle la lámpara, que se pudra. Sella la entrada a la cueva, y se va.
Aladino triunfa sobre el poder del mago. Ahora tiene en la mano la lámpara maravillosa. Escapa y regresa a su casa. Tiene a su alcance riquezas incalculables que desperdicia (malbarata las charolas de buena plata en que el genio le trae comida , las vende como bicocas). Con el tiempo, Aladino aprende a valorar lo que el genio le da, pero no saca mayor provecho porque no tiene ambiciones. Cuando se enamora de la hija del Sultán, pide su mano con joyas y fastos, y más adelante con un palacio extraordinario, como de Las mil y una noches. El sultán cae en los brazos de la ilusión de estas fortunas instantáneas y le otorga la mano de la hija. El mago regresa, para pelear su lámpara y hundir a Aladino pero, después de algún mal paso, triunfa Aladino -contra toda lógica, aunque ya, para estas alturas, el ni-ni ha adquirido algo más que la sabiduría del vago-.
Este antiquísimo cuento, que antes de llegar a la boca de Scherezada recorrió el África y las costas del Mediterráneo, es a primera vista antididáctico, una historia de verdad no ejemplar; ¿o qué llevar vida de ni-ni y malusar los tesoros de la tierra merece recompensa? Pero no es así. “Aladino y su lámpara maravillosa”, como la contó Scherezada en Las mil y una noches (hay que ignorar las ramplonas adaptaciones comerciales), es una genuina obra literaria, y por lo tanto quiere decir muchas cosas, ilumina con su lámpara de verdad maravillosa (la narración) distintos temas. La luz que irradia la fábula es perturbadora. El cuento habla, sí, del atractivo que la vida holgazana puede ejercer en jovencitos perdidos, del apetito del dinero confrontado con el gusto por las artes y oficios, de la liberación del genio -la imaginación-, de cómo para usar la imaginación hay que seguir distintos entrenamientos, obediencias y desobediencias; habla de los peligro de la ignorancia y la avaricia y la sumisión del poder al dinero. Algún volado dirá que el cuento elogia a la Madre Tierra.
Otro dirá que habla de la construcción de la identidad masculina, la lucha contra el padre, el desprendimiento de la tutela materna, el apego y la traición al tutor, el control de la propia voluntad, la aparición del deseo y su carácter constructor. Y quién no dirá que ante tantos ni-nis y gandayas voraces y violentos, que los utilizan, Scherezada parece aludir a las desgracias de los nuestros, arrojados a fosas, tal vez desmembrados, revueltos con personas que sólo buscaban trabajo o iban camino al trabajo o a la escuela…
Un día, un mago llega a su pueblo. Observa a los vagales, pregunta información. Elige a Aladino, es el que le cuadra para sus planes. Necesita de un ni-ni para echarse a la bolsa una fortuna incalculable, y éste le late.
El mago promete que se hará cargo del futuro de Aladino. ¿Qué no le gusta ningún oficio, que no quiere trabajar? Santo remedio: lo hará un mercader rico. Lo viste con ropas carísimas. Se lo lleva de paseo, mostrándole espléndidos jardines desconocidos y mansiones lujosas. En despoblado, lo incita a bajar a una cueva. Le pide que allá abajo, en las grutas, localice una lámpara de aceite, y se la traiga. Para esto lo quería el mago: Aladino será su mula desechable, usará al ni-ni para apoderarse de una lámpara maravillosa. Pero el tiro le sale por la culata. Aladino se niega a entregarle la lámpara si no lo saca antes de la cueva; andar entre malvivientes algo le ha enseñado. El mago lo deja en la cueva, lo quiere enterrado en vida, si no le sirve para pasarle la lámpara, que se pudra. Sella la entrada a la cueva, y se va.
Aladino triunfa sobre el poder del mago. Ahora tiene en la mano la lámpara maravillosa. Escapa y regresa a su casa. Tiene a su alcance riquezas incalculables que desperdicia (malbarata las charolas de buena plata en que el genio le trae comida , las vende como bicocas). Con el tiempo, Aladino aprende a valorar lo que el genio le da, pero no saca mayor provecho porque no tiene ambiciones. Cuando se enamora de la hija del Sultán, pide su mano con joyas y fastos, y más adelante con un palacio extraordinario, como de Las mil y una noches. El sultán cae en los brazos de la ilusión de estas fortunas instantáneas y le otorga la mano de la hija. El mago regresa, para pelear su lámpara y hundir a Aladino pero, después de algún mal paso, triunfa Aladino -contra toda lógica, aunque ya, para estas alturas, el ni-ni ha adquirido algo más que la sabiduría del vago-.
Este antiquísimo cuento, que antes de llegar a la boca de Scherezada recorrió el África y las costas del Mediterráneo, es a primera vista antididáctico, una historia de verdad no ejemplar; ¿o qué llevar vida de ni-ni y malusar los tesoros de la tierra merece recompensa? Pero no es así. “Aladino y su lámpara maravillosa”, como la contó Scherezada en Las mil y una noches (hay que ignorar las ramplonas adaptaciones comerciales), es una genuina obra literaria, y por lo tanto quiere decir muchas cosas, ilumina con su lámpara de verdad maravillosa (la narración) distintos temas. La luz que irradia la fábula es perturbadora. El cuento habla, sí, del atractivo que la vida holgazana puede ejercer en jovencitos perdidos, del apetito del dinero confrontado con el gusto por las artes y oficios, de la liberación del genio -la imaginación-, de cómo para usar la imaginación hay que seguir distintos entrenamientos, obediencias y desobediencias; habla de los peligro de la ignorancia y la avaricia y la sumisión del poder al dinero. Algún volado dirá que el cuento elogia a la Madre Tierra.
Otro dirá que habla de la construcción de la identidad masculina, la lucha contra el padre, el desprendimiento de la tutela materna, el apego y la traición al tutor, el control de la propia voluntad, la aparición del deseo y su carácter constructor. Y quién no dirá que ante tantos ni-nis y gandayas voraces y violentos, que los utilizan, Scherezada parece aludir a las desgracias de los nuestros, arrojados a fosas, tal vez desmembrados, revueltos con personas que sólo buscaban trabajo o iban camino al trabajo o a la escuela…
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