4/18/2011

El presidente responde airado a los marchistas


Sabina Berman

MÉXICO, D.F., 18 de abril.- El presidente Calderón llamó a los civiles a formar “un frente común con el gobierno”. “No hay que confundirse”, dijo ante un público de empresarios en La Laguna, “ellos (los criminales) son los enemigos: los que roban, los que secuestran, los que envenenan a nuestros jóvenes; no los que los combaten”.

Les hablaba en realidad a los civiles que marcharon la semana pasada en una veintena de ciudades coreando “¡Ya basta!”, “¡No más sangre!”, “¡Estamos hasta la madre!”. Pero también llevaban pancartas con los lemas “Renuncia Calderón” y “Los 40 mil muertos de Calderón”.

Claro, en las marchas la complejidad se reduce a frases cortas. A consignas que quepan en una cartulina o en una porra. Algunas acertadas, otras no.

De seguro hay quienes se han inventado que si Calderón renuncia a la Presidencia se acabará la sangre porque él es el causante único de los 40 mil muertos de los últimos cuatro años de guerra. Ojala fuera cierto que la renuncia del presidente detendría el desastre, pero la premisa es falsa, y dudo que la mayoría de marchistas se haya confundido así.

La mayoría probablemente entiende que la parte sustancial de los asesinatos han sido cometidos por los criminales y que gran parte de los muertos han sido también criminales.

Pero el presidente polariza voluntariamente el diálogo, lo vuelve una confrontación verbal, ustedes no tienen razón y yo sí, porque al elegir pronunciarse contra esos marchistas confundidos evita responder a los que están pidiéndole, con sinceridad, algo sensato. Eficacia. Que corrija su estrategia contra el crimen. Que reconozca que su “guerra frontal” ha escalado la violencia y ha cruzado un umbral inadmisible: ha convertido a los civiles en posibles víctimas de los fuegos cruzados en las calles y en la sustancia de la gramática de espanto que los criminales usan para replicar a los ataques del Ejército.

No, el presidente responde airado a los radicales, porque le interesa descartar a los marchistas, en conjunto. Le interesa, de forma principal, no responder a los reclamos bien fundados. Después de todo este es el mismo presidente que hace dos semanas declaró que seguirá de frente en la guerra con la misma estrategia “porque no me han ofrecido otras mejores”. Uno se preocupa al escuchar al presidente decirlo. ¿En qué país ha estado el presidente?

El país entero se ha puesto a pensar estos cuatro años sobre un monotema, la guerra contra el crimen. Se han organizado foros, incluso en el Congreso, se han escrito tesis y columnas y libros, se han pronunciado al respecto expertos, nacionales e internacionales. Sí hay otras estrategias posibles, un abanico provisorio, pero el presidente no ha querido escucharlas.

Algo más le pidieron, tácitamente, los marchistas: claridad en el objetivo del combate en el crimen. La meta debería ser la paz. Lo más rápido posible, la paz. La seguridad de los ciudadanos, lo más rápido posible. Maldita guerra si no es esa su empresa: la paz de la sociedad.

El reclamo es lógico a un presidente que cada año y medio ha cambiado el objetivo de la guerra, al menos verbalmente. En el 2006 declaró que la guerra era “para que la droga no llegue a tus hijos”. En el 2008 su gabinete de seguridad habló de evitar “un Narco Estado”. En el 2011 el presidente explicó que se trataba de “lograr la seguridad de los ciudadanos”, “combatir el robo, el secuestro y el homicidio de ciudadanos”.

Son metas relacionadas, pero son tres metas distintas, y cada una, para ser alcanzada directamente, implica una estrategia adecuada.

Puesto que la estrategia de la guerra no ha variado, y no conduce directamente a ninguno de estos objetivos restringidos, se deduce que o bien la guerra nunca ha tenido enfocado un objetivo único o bien el objetivo único es amplísimo, difuso, suficientemente difuso para incluir las tres metas dichas, e inconfesable. Aniquilar a fuego y sangre a los criminales del país. Lo que no es un objetivo asequible, al menos con prontitud, e implica una destrucción considerable.

Y sin embargo parece ser el objetivo secreto de esta guerra. El secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, pareció confirmarlo, también hace dos semanas, cuando dijo que esta guerra “durará siete años más”.

Esta es la única buena noticia: es improbable que la guerra dure siete años más en los que el país siga desmantelándose. En un año y medio habrá elecciones. Los candidatos a convertirse en el nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas serán escuchados con cuidado por los ciudadanos. Ninguno que ofrezca siete años más de guerra recibirá muchos votos. Ninguno que no sepa expresar un objetivo asequible a corto plazo será votado por muchos.

Y eso es bueno.

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