Sara Sefchovich
La semana pasada recibí un correo electrónico de un lector que me relata que en la plaza de Cuernavaca, donde estuvo en plantón Javier Sicilia, suceden también otras cosas: hay mujeres indígenas que venden sus artesanías, hay personas jugando ajedrez, un grupo de parejas de la tercera edad practica danzón, los restoranes y las tiendas están abiertos, las juguerías y heladerías atienden a los paseantes y hay conciertos de cámara.
Estamos viviendo una situación esquizofrénica, divididos en dos partes que no se concilian ni se reconcilian. Por un lado está el México que amamos, el de nuestros seres queridos, nuestros paisajes, nuestras diversiones y ocios, nuestro trabajo, nuestros sueños. Y por otro el México del horror, el dolor, el miedo.
Me dirán que ésta no es la manera políticamente correcta de entender a la sociedad. Los analistas prefieren ver la división de otra manera: entre pobres y ricos, entre ciudadanos y autoridades, entre izquierda y derecha o entre jóvenes y viejos. Yo sin embargo, la veo entre quienes han sufrido la desgracia y quienes no. Unos están desesperados por convocarnos a todos para hacer algo y otros siguen viviendo como si nada pasara.
Esta idea no me la saco de la manga, tiene su fundamento en lo que vemos: con todo y las fosas descubiertas en Tamaulipas con centenar y medio de muertos cuyos nombres ni siquiera conocemos, no por eso se dejan de festejar el bautizo, los quince años, el aniversario, ni se deja de salir a pasear el domingo o de planear las vacaciones de Semana Santa. Monterrey organiza su Feria del Libro como si no hubiera un día sí y otro también cierres de calles, balaceras y muertos. La televisión anuncia la belleza de México con fotografías y videos carísimos, pero se cuida de no incluir a los pueblos fantasma.
¿No acaso también son pobres los que bailan danzón en la Plaza de Armas de Cuernavaca como si no les importara el dolor de Javier Sicilia? ¿No acaso también el presidente de la República les grita el “ya basta” a los criminales, casi con las mismas palabras que las madres de los muchachos muertos en Juaritos?¿No acaso son por igual criminales y víctimas jóvenes que viejos? ¿No acaso están por igual los de derecha y los de izquierda solamente entretenidos con lo electoral como si ese fuera el problema importante en el país?
Entonces hoy la división entre los mexicanos es así: entre quienes bailan y quienes lloran. Aquellos para quienes la vida sigue y aquellos para quienes el sufrimiento es enorme.
Los que quieren solucionar esta división nos llaman a los demás. Javier Sicilia convoca marchas. Andrés Manuel López Obrador crea otro movimiento social. El presidente Calderón echa al Ejército a las calles. Un funcionario de seguridad nos pide esperar. El rector de la UNAM dice que hay que darles oportunidades a los jóvenes.
En este punto muchos estamos de acuerdo. La educación nos sigue pareciendo el camino. Pero eso se dice más fácil de lo que se puede cumplir. La rectora de la UACM les exige a los jóvenes que aprovechen esas oportunidades, que estudien, que se reciban. Y lo que se gana por decirlo es una andanada agresiva. Porque hoy está de moda que los pobres no puedan ser ni tocados con el pétalo de una rosa. Y menos todavía si son jóvenes. Si van a la universidad pero no quieren estudiar, se vale. Si delinquen, es porque son pobres. Si queman autos o sabotean mufas es porque los despidieron de su trabajo. Si cierran las vialidades es porque su protesta vale más que el tiempo de los demás. Y nosotros los debemos entender, no castigar.
Ese es el pensamiento de hoy, y ¡ay de aquel que no esté de acuerdo! Le caerá la andanada agresiva como a la rectora Orozco.
Esta moda va junto con otra: la que consiste en oponerse o burlarse de cualquier cosa que haga o diga el Presidente, la de no valorar para nada sus esfuerzos. Modas éstas que nos conducen a una división más profunda, a una reiteración de la esquizofrenia.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Estamos viviendo una situación esquizofrénica, divididos en dos partes que no se concilian ni se reconcilian. Por un lado está el México que amamos, el de nuestros seres queridos, nuestros paisajes, nuestras diversiones y ocios, nuestro trabajo, nuestros sueños. Y por otro el México del horror, el dolor, el miedo.
Me dirán que ésta no es la manera políticamente correcta de entender a la sociedad. Los analistas prefieren ver la división de otra manera: entre pobres y ricos, entre ciudadanos y autoridades, entre izquierda y derecha o entre jóvenes y viejos. Yo sin embargo, la veo entre quienes han sufrido la desgracia y quienes no. Unos están desesperados por convocarnos a todos para hacer algo y otros siguen viviendo como si nada pasara.
Esta idea no me la saco de la manga, tiene su fundamento en lo que vemos: con todo y las fosas descubiertas en Tamaulipas con centenar y medio de muertos cuyos nombres ni siquiera conocemos, no por eso se dejan de festejar el bautizo, los quince años, el aniversario, ni se deja de salir a pasear el domingo o de planear las vacaciones de Semana Santa. Monterrey organiza su Feria del Libro como si no hubiera un día sí y otro también cierres de calles, balaceras y muertos. La televisión anuncia la belleza de México con fotografías y videos carísimos, pero se cuida de no incluir a los pueblos fantasma.
¿No acaso también son pobres los que bailan danzón en la Plaza de Armas de Cuernavaca como si no les importara el dolor de Javier Sicilia? ¿No acaso también el presidente de la República les grita el “ya basta” a los criminales, casi con las mismas palabras que las madres de los muchachos muertos en Juaritos?¿No acaso son por igual criminales y víctimas jóvenes que viejos? ¿No acaso están por igual los de derecha y los de izquierda solamente entretenidos con lo electoral como si ese fuera el problema importante en el país?
Entonces hoy la división entre los mexicanos es así: entre quienes bailan y quienes lloran. Aquellos para quienes la vida sigue y aquellos para quienes el sufrimiento es enorme.
Los que quieren solucionar esta división nos llaman a los demás. Javier Sicilia convoca marchas. Andrés Manuel López Obrador crea otro movimiento social. El presidente Calderón echa al Ejército a las calles. Un funcionario de seguridad nos pide esperar. El rector de la UNAM dice que hay que darles oportunidades a los jóvenes.
En este punto muchos estamos de acuerdo. La educación nos sigue pareciendo el camino. Pero eso se dice más fácil de lo que se puede cumplir. La rectora de la UACM les exige a los jóvenes que aprovechen esas oportunidades, que estudien, que se reciban. Y lo que se gana por decirlo es una andanada agresiva. Porque hoy está de moda que los pobres no puedan ser ni tocados con el pétalo de una rosa. Y menos todavía si son jóvenes. Si van a la universidad pero no quieren estudiar, se vale. Si delinquen, es porque son pobres. Si queman autos o sabotean mufas es porque los despidieron de su trabajo. Si cierran las vialidades es porque su protesta vale más que el tiempo de los demás. Y nosotros los debemos entender, no castigar.
Ese es el pensamiento de hoy, y ¡ay de aquel que no esté de acuerdo! Le caerá la andanada agresiva como a la rectora Orozco.
Esta moda va junto con otra: la que consiste en oponerse o burlarse de cualquier cosa que haga o diga el Presidente, la de no valorar para nada sus esfuerzos. Modas éstas que nos conducen a una división más profunda, a una reiteración de la esquizofrenia.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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