Nos damos cuenta que ser mujer y hombre es algo impuesto e idealizado. Impuesto porque de acuerdo a si somos mujeres u hombres, debemos portarnos, vestirnos, hablarnos y ocuparnos de cosas
Cactus | Tiempos de los Pueblos
Nos han hecho ser débiles, dependientes, nos han colocado en la casa y la milpa, responsables de los hijos, los animales, la ropa, las tortillas; nos han hecho ir a las reuniones de la escuela, tener el pelo largo y el cuerpo bonito. Y eso nos ha hecho ser mujeres.
Nos han hecho ser fuertes, machos, responsables de traer dinero a la casa, desempeñar cargos públicos, hacer el tequio. Y eso nos ha hecho ser hombres. Desde la niñez, las categorías de género (femenino-masculino), nos imponen roles de acuerdo al sexo (mujer-hombre). Lo que nos quieren imponer como una condición natural no es nada más que una construcción del sistema patriarcal. El mundo está ordenado y construido según el sexo de las personas, donde lo masculino —que se atribuye a los hombres— se valora por encima de lo femenino y asegura la subordinación de las mujeres.
Nos damos cuenta que ser mujer y hombre es algo impuesto e idealizado. Impuesto porque de acuerdo a si somos mujeres u hombres, debemos portarnos, vestirnos, hablarnos y ocuparnos de cosas y maneras que no elegimos. Idealizado porque de acuerdo a características físicas (bonitas y feas – débiles y fuertes), nos formamos una idea prejuiciosa del otro, de la otra y de nosotros mismas, que en lugar de acercarnos en igualdad, dignidad y justicia, nos pone en una situación de violencia, dominio y discriminación.
Bety sabía que si hasta ahora ser mujeres significa quedarnos en la casa y el silencio, no es porque no pueda ser de otra manera, no es porque no podamos cambiarlo. Eso debe quedar en el pasado. Tenemos voz, entendimiento y fuerza para dejar atrás nuestros miedos y romper nuestras viejas cadenas. Sabía también que si hasta ahora ser hombres nos ha impedido ser frágiles, llorar, besar a nuestros hijos, padres, hermanos, amigos o aprender a cocinar, no es porque no tengamos necesidad de hacerlo.
A causa de la migración, las mujeres mixtecas tenemos cada vez más responsabilidades en nuestra casa y nuestra comunidad. Tenemos que ocupar el lugar que los maridos nos dejan, al mismo tiempo que nos ocupamos de los hijos y de todo lo que ser mujeres nos exige. Somos asistentes y servidoras, sin todavía llegar a tomar decisiones y ser líderes. Estamos cada vez más ocupadas y menos libres, seguimos luchando por reconocimiento.
Sin embargo, es ahora que estamos solas donde sacamos todas las fuerzas que tenemos dentro (de nuestras abuelas, y de las abuelas de nuestras abuelas, diría Bety) y salimos adelante y cuidamos la vida, cuidamos la comunidad, cuidamos la existencia de nuestros pueblos, nuestros pueblos indígenas y mixtecos. Bety sabía que las mujeres mixtecas para librar esa lucha por la vida nos tenemos que unir y juntas volvernos tejedoras de la esperanza, con derechos, sin violencia, dueñas de nuestra voz y nuestro cuerpo, protagonistas de nuestra vida.
Pero como decía Bety, “YO CREO QUE ESO NO NOS LO VAN A DAR. Yo creo que se lo tenemos que ARREBATAR. Eso es mucho más fuerte porque, si esperamos a que nos den la oportunidad de hablar, a que nos den la oportunidad de hacer una cosa, creo que vamos a tardar más. Y yo creo que es necesario, la vida nos lo exige, por nosotras y por nuestras hijas, y por las hijas de nuestras hijas y más generaciones que vienen.”
Para que venga el tiempo de las mujeres insumisas, imprescindible para que sea el tiempo de nosotros los pueblos.
Junt@s podemos reír, participar y llorar. Junt@s podemos luchar por justicia y dignidad. Junt@s podemos ser libres.
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