No digas que estás sola. No le abras la puerta a nadie. No des informes por teléfono. No comas demasiado porque te puedes enfermar. Cuando vayas a salir asegúrate de que tienes las llaves en la bolsa. Regresa temprano. Acuérdate de apagar la luz y la tele antes de dormirte.
Órdenes y más órdenes. Cuando Hortensia era niña detestaba escucharlas. Suponía que al ser mayor iba a dejar de oírlas, pero se equivocó, lo mismo que en muchas otras cosas. Ahora que es una persona próxima a la ancianidad siguen taladrándole los oídos con órdenes. Cuando se harta, las desactiva poniendo en práctica el recurso que utilizaba Delia, una compañerita de la escuela, cuando la maestra la reprendía: hacerse la sorda. El ardid es efectivo pero tiene un riesgo: que su hija Artemisa y Samuel, su yerno, hablen con demasiada libertad y pongan al descubierto planes que la excluyen y no saben cómo decírselos sin lastimarla.
Por ejemplo, estas vacaciones. En un fingido ataque de sordera, el miércoles Hortensia escuchó una conversación entre su hija y su yerno: Ahora que los muchachos se fueron a Oaxaca me gustaría que tú y yo nos escapáramos a Veracruz, pero solos. Piensa que nunca hemos disfrutado de mucha intimidad: primero porque tuvimos a Melisa y a Jorge demasiado pronto y luego porque tu madre quedó viuda y quisiste que nos viniéramos a vivir con ella
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Artemisa no quedó satisfecha con la explicación: Vas a salirme con que aceptaste cambiarte para acá sólo por darme gusto, ¿no? Pues mientes: sabes que lo hiciste porque nos subieron al doble la renta del departamento y ya no pudimos pagarla
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Hortensia sintió deseo de abandonar su pretendida sordera, pero la dominó su curiosidad por saber qué argumentaría su yerno: Aquí no vivimos de gratis. Pagamos la mitad de todo. En luz gastamos muchísimo. ¿Y sabes por qué? Porque a tu mamá le encanta encender focos y pasarse toda la noche con la tele prendida. Pero mejor no hablemos de eso ahora porque nos vamos a pelear. ¿Qué te pareció lo de la escapadita a Veracruz?
La respuesta de Artemisa fue demoledora para Hortensia: Fantástico. Pero, ¿qué hacemos con mi mamá?
II
Por el resto de la semana a Hortensia le costó mucho trabajo ocultar su disgusto ante la forma en que Artemisa había preguntado: ¿Y qué hacemos con mi mamá?
Lo dijo como si, en vísperas de un viaje, estuviera refiriéndose a un perro o un gato a los que no se sabe en dónde dejar. Ella es la madre de Artemisa y merece un trato mejor al menos por parte de su hija.
Ya en su recámara Hortensia derramó lágrimas y maldijo a la vida por haberle quitado a su esposo y puesto en condición de viuda-que-no-puede-estar-sola. Ella nunca declaró eso. Fue Artemisa quien lo dijo un sábado que llegó a visitarla: Mamita: esta casa es muy grande para ti y es muy peligroso que vivas sola. Si te parece bien, Samuel, los muchachos y yo podríamos venirnos a vivir contigo
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En aquel momento Hortensia valoró en mucho el ofrecimiento de su hija y para corresponder al sacrificio
se retrajo, se doblegó en todo y le cedió el bastón de mando a ella y a su yerno hasta quedar convertida en un huésped incómodo en su propia casa.
Hace tiempo se dio cuenta de cómo había descendido su condición dentro de la familia, pero no quiso darle importancia; sin embargo, desde el miércoles, cuando supo que el interés filial por su bienestar ocultaba una grave crisis económica, se siente traicionada por su hija, por su yerno y por la casera voraz que les duplicó la renta de su antiguo departamento.
Hortensia reconoce cuánta razón tenía Ricardo, su difunto, al decir que en nuestro destino intervienen infinidad de personas extrañas y hasta desconocidas. Piensa en la casera que afectó a su yerno. Hortensia ignora quién es, cómo se llama, en dónde vive y sin embargo desde hace nueve años esa mujer contribuyó a cambiar su historia. Se pregunta en cuántas vidas habrá influido ella misma sin saberlo.
Recuerda a Julieta, la nana de Artemisa. La despidió el día en que la descubrió hurgando en el ropero. ¿Quería robarse algo o, como dijo la empleada, sólo estaba poniendo orden en la ropita de la niña? Hortensia siente remordimiento tardío por su reacción tan drástica. Lo vence reconociendo que Julieta era una magnífica trabajadora y de seguro encontró de inmediato una mejor colocación. O no fue así y la muchacha pasó semanas o meses sin el dinero suficiente para mantenerse y seguir estudiando la secundaria.
La aspiración de Julieta era convertirse en doctora. Tal vez lo haya logrado; si no, pensará que de no haber sido porque Hortensia la despidió ella tendría una vida mejor a la que lleva. ¿Cómo será? Hortensia prefiere no pensarlo. Cierra los ojos y repite lo que decía Ricardo: En nuestro destino interviene infinidad de personas extrañas, a veces desconocidas
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Escucha las risas de Artemisa y Samuel. La perspectiva de las vacaciones les ha devuelto el buen humor y los instala desde ahora en la intimidad que disfrutarán junto al mar, solos siempre y cuando Samuel logre resolver el enigma que le planteó su mujer: ¿qué hacemos con mi mamá?
III
Hortensia pretendió restarle importancia a la pregunta, pero no pudo. Conforme pasaron los días le fue irritando más y más la conversación del miércoles entre su hija y su yerno. Si aún se siente tan mal es por su propia culpa. De no haberse fingido sorda ellos no habrían hablado con tanta soltura. El caso es que lo hicieron. Gracias a eso ella pudo enterarse de que les estorba y de que en el fondo su hija le tiene lástima. Poco faltó para que Artemisa dijera: ¿qué hacemos con la pobre de mi mamá?
Si ellos no decidían la forma de resolver el problema, Hortensia iba a hacerlo. Buscó una solución, pero sólo encontró dudas: ¿qué sucedería si les revelaba a su hija y a su yerno que estaba al tanto de lo que hablaron?
Una pregunta la llevó a otra: ¿cómo reaccionarían si les dijera que está feliz de que se vayan y la dejen gozar de una casa que prácticamente le han expropiado, menos su recámara? ¿Cuál sería su actitud si se les adelantara con el anuncio de que se va de vacaciones a su pueblo, pero sola porque necesita de completa libertad para rencontrarse con el mundo de su infancia?
Analizar cada posibilidad le produjo la satisfacción de la venganza, pero las eliminó al darse cuenta de que todas la despojaban de su única defensa ante el aluvión de órdenes que recibe siempre y no sólo en vísperas de estas vacaciones: Dame el cheque. Yo te lo cambio.
No veas películas tristes porque luego lloras.
No vayas sola de compras.
No comas fritangas en la calle
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Después de mucho pensarlo optó por un argumento sencillo, convincente, que ponía a salvo el recurso de la fingida sordera: Samuel, Artemisa: aprovechen que mis nietos andan de paseo y váyanse ustedes también por ahí, a alguna playa. No los acompaño porque desde hace tiempo he notado que el calor y la humedad me afectan mucho: respiro mal y me duelen las piernas
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No tuvo que insistir. De inmediato le tomaron la palabra y esta mañana su hija y su yerno se fueron de vacaciones. Hortensia no puede menos que reír. Ella, que siempre ha estado tan orgullosa de su inquebrantable salud y de que no necesita lentes ni siquiera para vista cansada, tuvo que mostrarse como una vieja achacosa. Y todo por culpa de su compañerita Delia. Al poco tiempo de inscrita terminaron por expulsarla de la escuela. Hortensia y ella no tuvieron tiempo de fincar una amistad. Si se encontraran en la calle tal vez no se reconocerían.
Hoy que la recuerda, Hortensia se da cuenta de que su condiscípula forma parte de esa multitud extraña, lejana e incógnita que influye sobre nuestro destino con la fuerza de Dios.
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