Ricardo Raphael
Imagen serrana. Acaso Badiraguato, la Tarahumara o El Salto, Durango. Un hombre corta leña. Pían los pájaros mientras se escucha el golpe seco de su hacha. El campesino hace un atado con los trozos mutilados de la madera. Con su carga al hombro da unos cuantos pasos hasta que topa con un individuo que trae ropas negras. El sujeto saca de su bolsillo un par de monedas para comprar la mercancía del leñador. Hasta en las manos de aquel hombre pobre aquella paga se antoja miserable.
“Si quieres dinero, no es vendiendo esto como lo vas a obtener”, dice el cliente. Sobre un cielo alcaloide se mira volar el hacha del leñador. Luego, incontables billetes de dólar caen flotando libremente. La música comienza: primero suena el acordeón y después la batería: “… un amigo se metió a la mafia porque pobre ya no quiso ser. Ahora tiene dinero de sobra, por costales le pagan al mes”.
Aquel campesino logró hacerse de una vida extraordinaria gracias al narcotráfico. Así lo cuentan Los Tucanes de Tijuana en su corrido “El Centenario”. Para constatarlo basta con acudir a las páginas de YouTube, desde las cuales estas imágenes se han descargado más de 4 millones de veces.
Un panfleto como tantos otros que se halla subido en la red para hacer publicidad a favor de los traficantes de droga. Se trata de un artilugio más dentro del muy saturado universo de la propaganda y la contrapropaganda criminal.
A través de los canales legales de la radio y la televisión el gobierno también participa en esta otra dimensión de la guerra; informa sobre las varias decenas de hampones eliminados. Lo hace como si estuviera jugando a la lotería, pronunciando en voz alta los apodos y tachando sus respectivas fotografías.
De su lado, los mafiosos exhiben cadáveres decapitados, cuerpos disueltos en ácido, colecciones de partes humanas a medio enterrar. Todo, sin excepción, es utilería de un espectáculo macabro. Mensajes dirigidos dentro de una confrontación que cada día confunde más. Ambiente enrarecido por la exaltación de la barbarie, la repetición incontrolada de los embustes, la falta de transparencia y la asimetría de la información.
El estado de ánimo que hoy impera en México es angustioso, sobre todo por las muchas falsedades que nos sepultan. Todo pareciera relativo en el tema criminal. No hay voz creíble, versión cierta de los hechos, narración aceptable. ¿A quién tomar en serio dentro de este laberinto de espejos?
Dice la revista estadounidense Forbes que Joaquín El Chapo Guzmán se halla entre los hombres más ricos del mundo. ¿Con qué método llegaron los editores de esta publicación a obtener tan cuestionable dato? No responden y sin embargo participan de la estrategia propagandística del capo transatlántico.
Carlos Pascual, todavía embajador de Estados Unidos en nuestro país, asegura que los ingresos del narcotráfico mexicano oscilan anualmente entre los 19 mil y los 30 mil millones de dólares. Especialistas serios como Peter Reuter o Luis Astorga señalan que esa cifra es inventada. Una falsedad producida en Washington para justificar la narcoguerra.
Michele Leonhart, titular de la DEA, dice que 35 mil muertes son la prueba del triunfo sobre los cárteles. ¿Por qué ese número? Si fuera el doble o el quíntuple, ¿usaría el mismo argumento?
Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, vaticina que para 2015 disminuirá la violencia en el país. ¿Con qué base racional hace esta profecía? Si nunca antes han funcionado, ¿cómo puede estar tan seguro de que, para esa fecha, las policías locales producirán resultados?
La lista de fingimientos y simulaciones podría seguir aquí creciendo. La verdad no ha sido tema importante en esta tragedia. No lo ha sido para ninguna de las partes. Todo es propaganda: la ejecución espectacular de un maleante por elementos de la Marina, el traje militar del Presidente de la República, la publicidad en tiempos oficiales, las campañas de los partidos políticos, los narcocorridos, las fosas y los decapitados, las cifras y las declaraciones del gobierno estadounidense, en fin.
Lo único que no es mentira en esta guerra son los muertos. Ahí están sus restos exigiendo ponerle punto final a tanta frivolidad.
Analista político
“Si quieres dinero, no es vendiendo esto como lo vas a obtener”, dice el cliente. Sobre un cielo alcaloide se mira volar el hacha del leñador. Luego, incontables billetes de dólar caen flotando libremente. La música comienza: primero suena el acordeón y después la batería: “… un amigo se metió a la mafia porque pobre ya no quiso ser. Ahora tiene dinero de sobra, por costales le pagan al mes”.
Aquel campesino logró hacerse de una vida extraordinaria gracias al narcotráfico. Así lo cuentan Los Tucanes de Tijuana en su corrido “El Centenario”. Para constatarlo basta con acudir a las páginas de YouTube, desde las cuales estas imágenes se han descargado más de 4 millones de veces.
Un panfleto como tantos otros que se halla subido en la red para hacer publicidad a favor de los traficantes de droga. Se trata de un artilugio más dentro del muy saturado universo de la propaganda y la contrapropaganda criminal.
A través de los canales legales de la radio y la televisión el gobierno también participa en esta otra dimensión de la guerra; informa sobre las varias decenas de hampones eliminados. Lo hace como si estuviera jugando a la lotería, pronunciando en voz alta los apodos y tachando sus respectivas fotografías.
De su lado, los mafiosos exhiben cadáveres decapitados, cuerpos disueltos en ácido, colecciones de partes humanas a medio enterrar. Todo, sin excepción, es utilería de un espectáculo macabro. Mensajes dirigidos dentro de una confrontación que cada día confunde más. Ambiente enrarecido por la exaltación de la barbarie, la repetición incontrolada de los embustes, la falta de transparencia y la asimetría de la información.
El estado de ánimo que hoy impera en México es angustioso, sobre todo por las muchas falsedades que nos sepultan. Todo pareciera relativo en el tema criminal. No hay voz creíble, versión cierta de los hechos, narración aceptable. ¿A quién tomar en serio dentro de este laberinto de espejos?
Dice la revista estadounidense Forbes que Joaquín El Chapo Guzmán se halla entre los hombres más ricos del mundo. ¿Con qué método llegaron los editores de esta publicación a obtener tan cuestionable dato? No responden y sin embargo participan de la estrategia propagandística del capo transatlántico.
Carlos Pascual, todavía embajador de Estados Unidos en nuestro país, asegura que los ingresos del narcotráfico mexicano oscilan anualmente entre los 19 mil y los 30 mil millones de dólares. Especialistas serios como Peter Reuter o Luis Astorga señalan que esa cifra es inventada. Una falsedad producida en Washington para justificar la narcoguerra.
Michele Leonhart, titular de la DEA, dice que 35 mil muertes son la prueba del triunfo sobre los cárteles. ¿Por qué ese número? Si fuera el doble o el quíntuple, ¿usaría el mismo argumento?
Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, vaticina que para 2015 disminuirá la violencia en el país. ¿Con qué base racional hace esta profecía? Si nunca antes han funcionado, ¿cómo puede estar tan seguro de que, para esa fecha, las policías locales producirán resultados?
La lista de fingimientos y simulaciones podría seguir aquí creciendo. La verdad no ha sido tema importante en esta tragedia. No lo ha sido para ninguna de las partes. Todo es propaganda: la ejecución espectacular de un maleante por elementos de la Marina, el traje militar del Presidente de la República, la publicidad en tiempos oficiales, las campañas de los partidos políticos, los narcocorridos, las fosas y los decapitados, las cifras y las declaraciones del gobierno estadounidense, en fin.
Lo único que no es mentira en esta guerra son los muertos. Ahí están sus restos exigiendo ponerle punto final a tanta frivolidad.
Analista político
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