Margo Glantz
Pirámide de Kukulcán (al fondo), en la zona arqueológica de Chichén
Itzá, Yucatán. La civilización maya sigue causando expectación con
motivo del término del periodo de 5 mil 200 años, según el calendario
de esa cultura prehispánicaFoto Reuters
Abro el Google, como debe de ser en estos tiempos que prefiguran un Apocalipsis. Busco el rubro Profecías Mayas y aparecen en mi pantalla varios apartados con ese título; transcribo el siguiente texto, bastante mal redactado:
Cuando nos ponemos a reflexionar y observamos lo que sucede en el mundo sentimos de una u otra forma que los tiempos apocalípticos están ya presentes, vivimos hoy tiempos de guerra (...), cambios climáticos que provocan grandes calamidades (...) que cada vez que se presentan tal parece que lo hacen con mayor contundencia, y ni qué decir de nuestros comportamientos individuales y sociales cotidianos donde se pone en evidencia que cada vez estamos más lejos de nosotros mismos y de los demás con el consecuente deterioro de las relaciones humanas.
De manera invariable, este tipo de predicciones catastróficas va acompañado de propaganda consumista:
Groupon de belleza, Ciudad de México: Haz click aquí, se ordena con la misma sospechosa redacción:
“Los Mayas sabían que todo esto iba a suceder y por ello nos dejaron un mensaje grabado en piedra que esta constituido por un elemento de alerta y otro de esperanza (sic) mismos que están contenidos en sus Siete Profecías, en el mensaje de alerta nos avisan de lo que va a pasar en éstos tiempos que vivimos, y en el de esperanza nos dicen de los cambios que debemos de realizar en nosotros mismos para impulsar a la humanidad hacia una nueva era, donde los valores mas altos empiecen florecer a través de la práctica cotidiana (...) para llevar a la humanidad hacia el amanecer galáctico, en donde en la nueva era ya no habrá más caos ni destrucción. Las visiones de futuro, de nuestro presente están en las siete profecías que se basan en las conclusiones de sus estudios científicos y religiosos sobre el funcionamiento de universo.”
Y, enseguida, entre párrafo y párrafo veo un anuncio de autoayuda:
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(Verifico que a este último adverbio le falta un acento, lo cual da pie a otra profecía, el deterioro del lenguaje y de la ortografía se acelera a pasos agigantados, otro síntoma apocalíptico):
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Al borde del colapso total, me pregunto, ¿a quién puede interesarle adquirir nuevas y milagrosas cremas de belleza? Acepto sin embargo que los libros de autoayuda puedan ser eficaces, permitirían, si se compran a tiempo, enfrentar la catástrofe con mayor serenidad.
2. Me gustaría por mi parte reformular algunas profecías, podrían agregarse a las de los mayas:
A. Vaticino, consternada, que el castellano corre el riesgo de convertirse en una lengua simplificada: varios tiempos verbales y por tanto matices muy finos y fundamentales del idioma se están eliminando: en España es ya un hecho consumado, el pasado simple ha desaparecido por completo del idioma. En Argentina el subjuntivo y el condicional corren el riesgo de desaparecer, o ya han desaparecido de la lengua corriente, tanto en la escrita como en la hablada. Como muestra baste este botón, lo extraigo de un texto reciente que he leído gracias a las redes sociales:
“Tuve
que esperar a que el cajero les ofrezca (¿no debería decirse
ofreciera?) a los soldados todas las ofertas del día y que este les
desee (¿no debería decirse deseara?) una buena contienda, sin
importarle que el resto de los cajeros fuera (aquí se utiliza el
subjuntivo) árabe.
Aclaración necesaria: Se relata un breve incidente en la vida de unos soldados israelíes a punto de entrar en combate; se trata de esa breve guerra que acaba de producirse entre Netanyahu y Hamas, a la que por suerte se le ha impuesto una tregua.
B. Aterrados ante la metamorfosis de nuestra lectura del mundo o de los mundos, tal y como lo previeron los antiguos mayas, pienso que sería necesario acudir a un nuevo Mesías y viajar a planetas muy lejanos. ¿Cuáles serían las correspondencias? ¿Cuáles los conjuros? No en balde los antiguos musulmanes condensaron su sabiduría más preciada y más mundana en esa obra llamada con perfección inigualada Las mil y una noches. Ellos, más sabios siempre que nosotros, supieron que la redondez acibarada y formidable de los ceros de este segundo Milenio debía violentarse y por ello agregaron, subrepticia, una última noche para que los reventara, los discontinuara y, por tanto, nos fueran propicios. Intentar una nueva profecía en este segundo milenio pudiera muy bien ser rescribir Las mil y una noches o por lo menos rescriturar el texto indagando en su sentido, el de las inscripciones que se nos ofrecen de inmediato como una serie de marcas y mutilaciones necesarias para la sobrevivencia.
C. ¿Y no podría ayudarnos también a formular otra profecía reflexionar sobre El manuscrito encontrado en Zaragoza, magnífico paradigma de un acontecimiento apocalíptico, la conmoción producida por la Revolución francesa en Europa? Este libro, escrito en francés por el polaco Jan Potocki, aristócrata viajero, científico y diplomático, fue trabajado durante más de 20 años y terminado bajo el signo de una doble catástrofe, o más bien de una doble detonación: la que destruye la cueva subterránea de la familia Gomélez, cuyos múltiples representantes ordenan la trama novelesca, y casi de inmediato, la explosión que acaba con la vida del novelista, el disparo de una bala de plata que él mismo fue tallando para utilizarla con ese sólo propósito, exactamente después de escribir la última palabra de su novela.
D. Y pienso que no puedo terminar estos vaticinios que, en realidad, muchos antes que yo habían formulado, sin mencionar un párrafo profético de un libro de Carlos Monsiváis, Los rituales del caos:
Aclaración necesaria: Se relata un breve incidente en la vida de unos soldados israelíes a punto de entrar en combate; se trata de esa breve guerra que acaba de producirse entre Netanyahu y Hamas, a la que por suerte se le ha impuesto una tregua.
B. Aterrados ante la metamorfosis de nuestra lectura del mundo o de los mundos, tal y como lo previeron los antiguos mayas, pienso que sería necesario acudir a un nuevo Mesías y viajar a planetas muy lejanos. ¿Cuáles serían las correspondencias? ¿Cuáles los conjuros? No en balde los antiguos musulmanes condensaron su sabiduría más preciada y más mundana en esa obra llamada con perfección inigualada Las mil y una noches. Ellos, más sabios siempre que nosotros, supieron que la redondez acibarada y formidable de los ceros de este segundo Milenio debía violentarse y por ello agregaron, subrepticia, una última noche para que los reventara, los discontinuara y, por tanto, nos fueran propicios. Intentar una nueva profecía en este segundo milenio pudiera muy bien ser rescribir Las mil y una noches o por lo menos rescriturar el texto indagando en su sentido, el de las inscripciones que se nos ofrecen de inmediato como una serie de marcas y mutilaciones necesarias para la sobrevivencia.
C. ¿Y no podría ayudarnos también a formular otra profecía reflexionar sobre El manuscrito encontrado en Zaragoza, magnífico paradigma de un acontecimiento apocalíptico, la conmoción producida por la Revolución francesa en Europa? Este libro, escrito en francés por el polaco Jan Potocki, aristócrata viajero, científico y diplomático, fue trabajado durante más de 20 años y terminado bajo el signo de una doble catástrofe, o más bien de una doble detonación: la que destruye la cueva subterránea de la familia Gomélez, cuyos múltiples representantes ordenan la trama novelesca, y casi de inmediato, la explosión que acaba con la vida del novelista, el disparo de una bala de plata que él mismo fue tallando para utilizarla con ese sólo propósito, exactamente después de escribir la última palabra de su novela.
D. Y pienso que no puedo terminar estos vaticinios que, en realidad, muchos antes que yo habían formulado, sin mencionar un párrafo profético de un libro de Carlos Monsiváis, Los rituales del caos:
El fin de mi vida es el fin del mundo, dice al hacer un retrato de su ciudad donde la carencia de espacio, la conglomeración, la falta de uniformidad (
un auge de lo diverso) trastornan el significado habitual de la palabra caos, en tanto que abolición de las jerarquías y del orden, concebidos sin embargo como placer vital, lo único verdaderamente positivo de la vida en común contemporánea, y en especial de la vida metropolitana, para ser precisos, la vida de la ciudad de México, lugar donde nos (le) tocó vivir Y esta conclusión pronunciada casi sin resuello y en forma de parábola bíblica, redactada en buena y exaltada prosa, configura los rituales del caos si se la da a éste el sentido de
marejada del relajo y sueño de la trascendencia, como bien se apunta en la cuarta de forros del volumen. Sí, para todos nosotros, pero sobre todo para Monsiváis, el Apocalipsis sería la imposibilidad absoluta de quien ya no esté en este mundo de seguir gozando de este mismo mundo.
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