José Antonio Crespo
Uno de los mayores retos que el PRI sufriría al perder la Presidencia en 2000 era relativo a su gobernabilidad interna. Habiendo surgido desde el poder, heredaba un modelo de gobernabilidad vertical donde las decisiones se toman arriba y descienden sin demasiada dificultad, siguiendo la línea del presidente en turno. El presidente era el árbitro supremo, la columna vertebral, el “jefe nato” que tomaba las decisiones fundamentales del partido. Al perder ese eje articulador, había el riesgo de disgregación, fracturas mayores e ingobernabilidad. El partido tenía que pasar del esquema de gobernabilidad vertical en el que había vivido por siete décadas a otro de gobernabilidad horizontal, que prevalece en los partidos nacidos en la oposición (y que no se pierde del todo cuando tales partidos alcanzan el poder, como lo vimos en el caso del PAN).
Pero dicha transformación no sería fácil ni automática. Así, su primera prueba de fuego fue la elección de la dirigencia nacional en 2002, por primera vez sin la intervención del presidente de la república. Compitieron en ese proceso Roberto Madrazo (con Elba Esther en la fórmula como secretaria general), contra Beatriz Paredes. El partido casi se rompe. Una fuerte polarización caracterizó ese ejercicio de elección abierta a sus militantes, pues la diferencia entre los contendientes fue pequeña: 1.5%, en un proceso que fue calificado como “cochinero” por el equipo perdedor, de Paredes. Y en efecto, hubo señales de irregularidades, como que en Tabasco, feudo de Madrazo en aquel entonces, se registró un voto por cada 30 segundos durante toda la jornada sin parar, algo poco creíble. Además, en esa entidad Madrazo ganó por una relación de 17 a uno, lo cual le brindó cuatro puntos porcentuales de la votación a nivel nacional, lo que, dado lo estrecho del resultado, fue absolutamente determinante (más le hubiera valido a Paredes haber exigido un modelo de cómputo multidistrital, como el que se utilizó en la primaria priísta de 1999 para decidir al candidato presidencial, pues con tal fórmula, los votos manipulados de Tabasco ni de lejos hubieran sido determinantes en el resultado). El partido estuvo a punto de la ruptura, pero Paredes decidió permanecer en él.
La segunda prueba de fuego fue la selección de candidato presidencial en 2005, la que se logró tras la ruptura de Elba Esther Gordillo con Madrazo, y la denuncia que éste hizo a su rival Arturo Montiel, dañando de paso la imagen del partido (pues le costó irse al tercer lugar en las encuestas y, en virtud del voto útil, desplomarse a 22% en la pista presidencial). Ha sido la peor elección en la historia del PRI, que lo dejó sumamente debilitado (quedó en tercer sitio en la Cámara Baja y en segundo en el Senado). Pero aprendió de esas experiencias. La dirigencia nacional dejó de ser problema; Paredes ganó a Enrique Jackson en elección aceptada por todos, y más tarde el relevo se hizo por negociación cupular (ya sin elección interna), con clara influencia del para entonces más fuerte candidato presidencial, Enrique Peña Nieto, y cuando el escándalo de la deuda de Coahuila lo hizo inviable, fue sustituido también con tersura y consenso por Pedro Joaquín Coldwell. Para la candidatura presidencial, la gran ventaja con la que llegó Peña Nieto a la contienda, y gracias a haber dejado su entidad en manos del PRI, logró cerrar filas en torno suyo como candidato único, sin necesidad del dedazo presidencial. Es decir, el PRI superó claramente el reto de construir una gobernabilidad horizontal sin desplomarse en el intento.
Ahora, ya recuperada la Presidencia, casi en automático se retoma el modelo de gobernabilidad vertical, al menos en lo que hace al nombramiento de la dirigencia nacional, como lo hemos visto con César Camacho. La democracia interna genera riesgos de conflictos, como lo hemos visto en otros partidos (y en el propio PRI). Y la línea presidencial también está recuperando fuerza en las cámaras legislativas, aunque no de manera fácil ni automática. Habrá que ver lo que sucede respecto a los gobernadores del tricolor. Desde luego, eso no es exclusivo del PRI; lo vimos en más de una ocasión en el PAN como gobierno (con Germán Martínez y César Nava, aunque no con Madero), e incluso en Morena fue electo Martí Batres, se dice que sin línea de López Obrador, aunque un miembro del Consejo asegura que “nadie sabía qué hacer; todos esperaban una señal”, confirmando que ahí también prevalece la vieja cultura priísta de la línea (que cuando la quiera ejercer López Obrador, sin duda lo hará con gran eficacia).
cres5501@hotmail.comEsta dirección de correo electrónico está protegida contra robots de spam. Necesitas activar JavaScript para poder verla
Investigador del CIDE
No hay comentarios.:
Publicar un comentario