12/06/2013

El lecho y la tumba...




 Tomás Mojarro

           Por eso hoy les hablo aquí del amor, mis valedores: porque a estas horas alguno habita en ese estado de gracia que es el amor, y con su única va a estremecerse con la purísima poesía que intenta expresar lo inefable del sentimiento amoroso. Y es que al mentar poesía y amor los fieles amantes nos entendemos, que así son de universales,  de intemporales, de humanísimos...

            Que la poesía no reconoce fronteras lo certifica la presente selección de estremecimientos que por amor a una amada redactó en pleno desierto del Sahara un amador que al ser desdeñado, hecho garras el corazón, en el corazón del desierto se refugia para morirse. Pero antes y en años de ardida soledad, en un prolongado poema se duele de una Dassina a la que ama tantito más que a sí mismo. Aquí, el lirismo arrebatado de una  poesía inmarcesible. Donde el poeta dice Dassina yo digo Issa, que el lenguaje del amor no se detiene en minucias. Lean:

            "Si se me pidiese que dijese quién es la más bella entre las bellas, oh Issa amadísima,  para no faltar a la ley noble, que quiere que conteste: sois todas juntas, me callaría, mirándote. Y si me preguntaras: ¿a quién amas más, a Dios o a mi? Para no faltar a la ley santa callaría de nuevo, mirándote siempre a ti, mi única.

            Tú resplandeces entre todas y sobre todos, más dulce que el pan de azúcar y el panal de miel. Jardín dentro de mi corazón, eres  la paloma y la hiena, el lecho y la tumba, el cielo y el infierno, el oro y la plata martillados juntos...

            Mi padre me dijo: "Si ella busca a otro hombre dile adiós y vete al desierto a olvidarla en la mezquita de los tapices de arena". Y en el desierto mi sed por ella ha crecido de sol a sol. Para olvidar a la bien amada he luchado conmigo mismo, y mi pensamiento ha ido más velozmente hacia ella, y unas palomas torcaces acercaron nuestros corazones. Y en el delirio que me posee he pronunciado tu nombre, ¡oh Issa ausente!, y el espejismo ha construido toda una ciudad para oírme hablar de ti, amadísima...

            Dame la vida con su leche, con su miel, con su jazmín y su rosa, y su paloma y su gacela, y su pimiento y su puñal, y su mazo y su halcón, y su león. He puesto en tu boca el sello del amor; te he poseído como el cielo posee la montaña, como la montaña posee la llanura, Issa  lejana.

            Quiero subir de roca en roca, tomar la rosa de plata de la luna para ofrecerla a Issa. Como la luna, que da su belleza a los astros, tú sigues siendo, oh amada, la múltiple y única a quien adoro. Tú, su hermana en el cielo, cuyo brillo posees, y su dulzura, eres a quien contemplo cuando lejos, muy lejos, la veo brillar entre las estrellas. Cuándo volverán a reunirse los corazones separados...

            Mi amor por ti no lo tengo en la mano, donde un golpe bastaría para hacerlo caer. Está en un lugar seguro: mi propio corazón.

            ¿Quién está cerca de ti? ¿Qué hombres te admiran? Yo te veo a ti sola, desnuda para mí bajo tus velos. Ahora, sin tu amor, ando como un ciego que sólo ve la sombra y la muerte. Yo me marcho. No sé a donde.

            Todas, todas son iguales como todos los granos de arroz tienen el mismo sabor, todos los dátiles la misma miel. ¡Sólo tú eres diferente a las otras, amadísima..!

            No hay más  Dios que Dios. No hay más Issa que ella. Al que muere de un inmenso amor, el inmenso olvido..."

            Y el arrepentimiento tardío de la amada: "¡Han venido a decirme que has muerto allí! Subo la colina donde está el sepulcro, tomo unas piedras y entierro mi corazón. ¡Y tu olor, que siento entre mis senos, abrasa mis huesos!

            (Tú, Issa, mi única.)

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