Se debe repensar la noción de familia sin ligarla a la de matrimonio. El contrato nupcial sería entonces innecesario
Familia poliandra (Tibet)
La familia es el núcleo fundamental de la sociedad, eso afirma el artículo 42 de la actual constitución de Colombia.
Una afirmación aparentemente irrefutable, casi obvia. La cuestión es
¿de qué familia estamos hablando? La familia “monogámica y
heterosexual”, tan defendida por el Gran inquisidor Ordoñez, parece ser
el modelo al cual se refiere la Constitución.
No es el único modelo posible. Contrariamente a lo que se afirma
desde la institucionalidad burguesa, el modelo “tradicional” no es
universal; no siempre existió, ni es igual en todas partes. La familia,
si bien es la más básica unidad de la organización social, es resultado
de la evolución histórica de cada sociedad.
¡Pérdidas de valores!, ¡abominación!, ¡corrupción de la sociedad!
Estos son algunos de los calificativos que comúnmente escuchamos cuando
del estado de la sociedad se trata. En realidad estamos constatando el
cambio histórico de la estructura familiar. Veamos más allá de un
juicio de valor sobre si nos gusta o no el cambio, para percibir la
dialéctica de esta historia en pleno desarrollo. Reflexionemos sobre
las variaciones socioculturales, científicas, económicas, etc., que
hacen necesaria la adecuación de la organización social a las
necesidades humanas reales de la época; cambios que a veces demandan
romper con percepciones fuertemente ancladas y pueden contener cierta
violencia.
Desde el matrimonio promiscuo y por grupo de las primeras etapas del
desarrollo humano, de la familia polígama y poliandra, a la familia
monogamica patriarcal, el motor del cambio fue el crecimiento de la
capacidad de producción. Este provocó un desequilibro en las relaciones
de poder en favor del macho humano, que lo llevaron a buscar la forma
de asegurar la perpetuación de su propiedad. Impuso entonces, no sin
resistencia, la monogamia estricta a las mujeres con fin de poder
identificar su descendencia para hacerla heredera de su patrimonio (1).
Lo distintos cultos cristianos y el capitalismo moderno han hecho de
la familia “tradicional” patriarcal la piedra angular del sistema
económico moderno, incentivando hacia lo extremo la división social y
sexual del trabajo. Sobre este núcleo básico, consolidado por la idea
que es el único natural posible, se sostiene toda la cultura
capitalista. Nada raro entonces que genere tanto rechazo y polémica el
debate alrededor del matrimonio igualitario.
El hecho que dos personas del mismo sexo puedan adquirir los
numerosos derechos y deberes inherentes a las parejas casadas no es
solo un tema de libertad de unos o de buena moral de otros; cambia la
definición de la institución familiar.
Esto no significa que la reivindicación del derecho al matrimonio de
las parejas homosexuales responda a un impulso revolucionario
anticapitalista, se trata más bien, de un impulso individual de
integración dentro del sistema existente. Pues si es evidente que la
pertenencia sexual no define la posición política, el rechazo de las
diferencias por parte de los sectores más conservadores es, muchas
veces, detonador de rebeldía y puede conllevar a una mayor implicación
político-social. Sin embargo, desde la comunidad LGTBI no siempre se
cuestiona la institución familiar burguesa, por lo general se pretende
reproducirla.
La
reivindicación de la comunidad LGTBI del derecho a conformar un hogar
legal, dentro de los parámetros burgueses, es totalmente legítimo y
comprensible. Se trata sencillamente de lograr la “normalidad”, la
aceptación social, dentro del derecho a ser diferente. Pero se trata
también de solucionar problemas concretos y cotidianos, obteniendo los
beneficios reales materiales de las parejas casadas. Pues, la
formalización de la unión entre 2 (y hasta más...) personas que quieran
formar una familia responde a la necesidad material de adquirir
derechos y beneficios legales, en términos fiscales y reproductivos,
entre otros. Estas reglas no son leyes naturales sino simples
convenciones sociales.
En este sentido, tenemos el deber moral de apoyar el derecho de cada
cual a decidir sobre su cuerpo y su destino. Pero nuestra lucha va más
allá. La lucha anticapitalista se proyecta en la construcción de una
nueva sociedad cuyos valores son antítesis de la hipocresía burguesa.
El respeto real a la diferencia, la solidaridad, la justicia verdadera
que pasa por la justicia social y la dignidad deben ser cimientos de
esta nueva sociedad. Y para esto tenemos que repensar el concepto de
familia y de educación. Es decir, cambiar la idea misma del matrimonio.
El matrimonio, tal cual lo conocemos ahora, es ante todo un contrato
económico (2). La noción de amor en las parejas casadas, si no es tan
nueva como ideal, fue incorporada, en las sociedades occidentalizadas,
solo muy recientemente como un factor determinante en la elección de la
pareja. Durante el siglo XX, es más que todo desde las clases
populares, cuando la herencia y el patrimonio no tenían mayor
relevancia, que se fue imponiendo como norma. Esa concepción esta al
comienzo de la transformación moderna progresiva de la estructura
familiar. La prioridad de la relación amorosa sobre la relación
económica es lo que ha permitido que se acepte poco a poco el divorcio,
pues desapareciendo el amor, desaparece la razón de seguir casados; o
sea que el matrimonio, de ser un destino ineludible, se esta volviendo
un estado sobre el cual el individuo tiene elección, de permanente a
temporal.
Y esto no fue posible sin que previamente las mujeres pudieran ganar
una relativa autonomía financiera. Poco a poco ha venido conquistando
el derecho de no ser solamente el órgano reproductor de la sociedad. Es
entonces gracias a las luchas de las mujeres para decidir sobre sus
vidas que tenemos hoy la posibilidad de construir otro tipo de
estructuras familiares.
Sin
embargo, todavía perdura el arquetipo de la familia nuclear feliz:
papa, mama e hijos, juntos y satisfechos, bajo un mismo techo y una
misma estructura económica donde cada cual cumple funciones bien
definidas. ¡Todavía en nuestro país, se considera natural criar a las
niñas para ser esposas dedicadas a cuidar a otros y a los niños para
que sean “alguien en la vida”! Pero la realidad está demostrando que
este modelo esta disolviéndose. En Colombia, solo el 19% de las parejas
en edad adulta ha contraído matrimonio civil o por la iglesia en los
dos últimos años, contra 39% viviendo en unión libre. Por cada 100
niños nacidos vivos, 85 son declarados de madres solteras y 12% de los
niños colombianos viven sin ambos padres. (3)
La función principal de la familia sigue siendo la crianza de las
nuevas generaciones. Lo que realmente esta cambiando es la composición
familiar y los papeles que juegan los miembros de una misma familia en
la crianza de los hijxs. Solamente en Colombia, donde las diferentes
culturas y tradiciones, de por si no siempre se adecuan a la forma
cristiano-burguesa de la familia, las necesidades económicas, la
violencia emanada del conflicto interno, la creciente urbanidad e
incredulidad hacia las religiones, son algunos de los factores que han
influenciado los nuevos o renovados tipos de familias como las
mono-parentales, recompuestas, multigeneracionales o extensas.
La multiplicación de lo que antes eran casos particulares ha
permitido que se levanten los tabúes y juicios de valores sobre la
capacidad de estas nuevas familias para criar su descendencia. Sin
embargo, estos nuevos modelos parentales generaron cambios culturales
que a su vez requieren de una evolución de la estructura social en la
organización de las responsabilidades educativas.
El desequilibrio actual entre la familia de hecho y la institución,
reforzado por la resistencia al cambio de los sectores conservadores
del poder, genera lo que muchos califican como “pérdidas de valores”.
Pues sí, hay una pérdida de los valores burgueses que provocan un
desfase entre los modelos todavía considerados válidos o “buenos”, y el
sentir y vivir de la gente. Son signos de la inconsistencia del sistema
capitalista y de la necesidad de reinventar el futuro.
El problema del modelo familiar existente es entonces un asunto que
se debe tener en cuenta a la hora de pensar las estructuras de una
nueva sociedad. El ejercicio que, como organización, estamos haciendo
en La Habana con la elaboración de nuestras “propuestas mínimas” debe
tener como lienzo esta concepción.
Promover la transformación igualitaria del tejido social y la
modificación de las estructuras educativas, destinadas a atender las
nuevas necesidades colectivas, es repensar la noción de familia sin
ligarla a la de matrimonio. El contrato nupcial sería entonces
innecesario.
* Natalie Mistral es guerrillera de las FARC-EP.
_______________
Notas
1. Engels, F. 'El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el
Estado'. p. 40: “su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad
sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los
hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en
posesión de los bienes de su padre”.
2. Beauvoir de, S. 'El segundo sexo'.
3. Estudio de Mapa Mundial de la Familia 2013 (estudio de cooperación internacional patrocinado por instituciones catolicas)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario