Según
informa la prensa, el balance que del año 2014 elaboró el Consejo
Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, sostiene
que:
-El ingreso en los hogares mexicanos, ha permanecido sin aumento desde 1992:
-La pobreza no disminuye, pese a los muchos planes presupuestales;
- Baja calidad en proyectos y acciones del gobierno federal, como el seguro popular y la educación;
-Programas de desarrollo social, dispersos; los productivos, sin resultados;
-
Desde hace 23 años el ingreso de los hogares es bajo, las percepciones
laborales han perdido poder adquisitivo en relación con el valor de la
canasta alimentaria. Tan sólo desde 2007 el precio de los alimentos se
ha elevado más que la inflación promedio, y desde 2000 el salario
mínimo ha estado prácticamente sin cambio.
De todo ello, se puede decir en pocas palabras, que en México sólo se incrementan el hambre y la criminalidad oficial.
Por
mi parte, debo decir que no hace falta acudir a las estadísticas
oficiales para acreditar, en los hechos, que los ingresos económicos no
han aumentado en los hogares mexicanos desde hace más de 20 años, que
lo que se incrementa es la pobreza, al grado de que una buena parte de
la población sufre de hambruna. La práctica, que es el único criterio
de verdad, demuestra que las promesas de prosperidad general que nos
hicieron los neoliberales, resultaron falsas y demagógicas. También se
incrementa el despojo a la superficie del territorio nacional y a las
riquezas del subsuelo, al grado de que la Nación mexicana se ha quedado
como “La Magnifica”, sin cosa alguna.
Los crímenes de Estado,
desde Acteal hasta Ayotzinapa, pasando por Aguas Blancas, la Guerra de
Calderón, Atenco, Pasta de Conchos y Tlatlaya, aumentan pavorosamente,
al grado de que, cualitativamente, se han convertido en un genocidio
monstruoso, del que ningún mexicano pobre, pueda quedar a salvo.
Los
de abajo, los proletarios, tenemos que unirnos para luchar por lo más
elemental, como es el derecho a la vida. Formar un frente único,
independientemente de nuestras distintas experiencias y concepciones
políticas e ideológicas, para defendernos de un Estado asesino, que ya
promueve las reformas a nuestra Constitución para transformar en
delitos las garantías individuales y sociales, y constituirse en un
Estado Fascista de Derecho.
Unidos los de abajo, los
trabajadores, los proletarios, en la lucha contra el fascismo, debemos
intentar alcanzar juntos, objetivos más avanzados. Recuperar, al menos,
aquellas demandas históricas que nos planteamos los mexicanos en la
Guerra de Independencia, en la Reforma y en la Revolución Mexicana, que
por hoy se han vuelto inalcanzables. Para ello, resulta indispensable
abolir la barbarie en que se ha convertido el capitalismo y construir
un nuevo orden social en lo económico, en lo político y en lo cultural.
O como dice la Juventud Comunista de México: “Sólo en el socialismo
otro mundo es posible”
Las organizaciones políticas que se
plantean honestamente la necesidad de cambios sociales de carácter
revolucionario, difieren sin embargo, en las formas de lucha. Algunos
insisten en participar en las elecciones- y no me refiero a quienes las
ven como un negocio, ni como una forma que aparte al pueblo de la
verdadera lucha de clases- sino a revolucionarios honrados que se
localizan principalmente en las bases de los partidos registrados.
Otros prefieren la lucha armada. Otros más le apuestan a la lucha
revolucionaria de las masas. Hay quienes, como los zapatistas, que
siendo un ejército armado, practican formas pacificas del cambio, como
el desarrollo de sus autonomías, política, económica y social, respecto
del “Mal Gobierno”, al que pretenden aislar en sus palacios, mientras
el pueblo busca formas nuevas de convivencia. El Partido de los
Comunistas reconoce en las resistencias y en los adherentes de la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona, la organización más seria y
consecuente en la lucha revolucionaria de nuestra Nación.
Pienso
que en nuestro país, tal vez por el momento, sean válidas todas las
formas de lucha y que los revolucionarios deben impulsarlas, hasta
donde puedan, según sus modos y sus experiencias, a condición de que no
se agredan entre si, y que, por el contrario, intercambien resultados y
experiencias. La dialéctica revolucionaria los unirá en otro momento,
en un solo ejército, dotado de una sola línea estratégica y táctica y
de un solo mando.
De una cosa estoy seguro: La revolución tomará
del pueblo los elementos para formar sus propios dirigentes, cuadros,
militantes y soldados, al tiempo que determinará la táctica, según lo
indiquen las circunstancias de cada fase del proceso.
Salvador Castañeda O’Connor es el Director de la revista Unidad Comunista
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