Historias de cuerpos sin nombre
Periódico Diagonal
“Empecé
a investigar sobre las glándulas de eyaculación femenina, desde la
composición de los fluidos que excretan hasta la historia y origen de
su nombre”, explica Klau Kinki, investigadora del proyecto PechblenaLAB,
que lleva dos años trabajando sobre los inicios de la ginecología. Sus
estudios la llevaron a Skene, ginecólogo cuyo apellido es usado para
denominar comúnmente a este tipo de glándulas. “Esto me llevó
irremediablemente a investigar sobre los inicios de la ginecología y a
conocer a Sims, el gurú de Skene, y su experimental investigación de la fístula vesicovaginal en esclavas negras de las plantaciones de algodón en Alabama
alrededor de 1840”. Así llegó a conocer la desgarradora historia de
Anarcha y muchas otras. “Ellas y una cantidad incalculable de mujeres
anónimas invisibilizadas han escrito la historia de la ginecología con
su propia carne”, apunta.
En su investigación recupera y visibiliza
las vidas de mujeres como Anarcha, Lucy y Betsey, esclavas negras cuyas
historias sólo nos llegan a través de los diarios de Sims, el médico
que practicó en ellas hasta 30 operaciones sin anestesia. Ellas, junto con otras once esclavas, permanecieron en el ‘hospital’ de Sims, montado en su patio, durante cinco años, siendo víctimas de operaciones sin fin para llegar al conocimiento del tratamiento de la fístula vesicovaginal.
Segun Klau, “los cuerpos que utilizaba el protoginecólogo para él no
eran ni humanos. Eran seres inferiores que llegaban como ganado en
barcos, animales desprovistos de sensibilidad, razón, emoción, y así lo
escribe literalmente en sus memorias”.
El control de la fertilidad
En 1956, el biólogo Gregory Pincus, ayudado por la Dra. Rice-Wray, reclutó a 132 mujeres portorriqueñas de barrios humildes para probar los posibles efectos secundarios de la primera píldora anticonceptiva.
Muchas murieron como resultado directo del uso de la misma. Otras
sufrieron efectos secundarios como cáncer, infecciones urinarias,
cambios en el periodo menstrual, etc. En 1960, después de las pruebas
menos rigurosas que se hayan hecho nunca con un fármaco aprobado por la
FDA (organismo regulador estadounidense), se autorizó el uso de Enovid
como anticonceptivo en este país. Durante los años 60, Puerto Rico
siguió siendo el laboratorio de pruebas de todos los nuevos
anticonceptivos.
En los años 90, el documental The Human
Laboratory recogía testimonios de mujeres de los suburbios de
Banglandesh o Haití que formaron parte de los programas ‘voluntarios’
de pruebas para testar anticonceptivos. En él se denunciaba la falta de
información e incluso la negativa a retirar el dispositivo cuando la mujer sufría efectos secundarios. Cuando se preguntaba a los organismos legales que promovían esta investigación éstos decían no saber nada.
Para
Enriqueta Barranco, ginecóloga del hospital Virgen de las Nieves de
Granada, la fertilidad ha sido un importante instrumento de control:
“Creo que el poder de la fecundidad femenina y su control se ha colocado en manos del patriarcado, que lo maneja según sus intereses”.
El
Código de Nuremberg de 1947; la Declaración de Helsinki, adoptada por
la Asociación Médica Mundial en 1964, o las Pautas Éticas
Internacionales para la Investigación Biomédica en Seres Humanos de
1982 son algunos de los documentos que han intentado regular estas
prácticas. Sin embargo, la historia de la medicina escribe una realidad
que nada tiene que ver con estos papeles. “La experimentación
ginecológica surge como práctica avalada por su contexto histórico, es
decir, como conducta lógica de su tiempo, lógica del opresor”,
afirma la investigadora Klau Kinki. En la actualidad, “hay códigos
éticos y regulaciones legislativas de seguridad y autonomía del
paciente, entre otros, pero en ciertas ocasiones no se tienen en
cuenta”, denuncia Barranco.
Descolonizar los saberes
“Ejercí
como matrona entre 1975 y 1977 en un hospital de la Seguridad Social y
ya no aguanté más participar del maltrato, uso o experimentación con
las mujeres. Está claro que no era por parte de todos los médicos, pero
quienes lo veíamos tampoco decíamos nada. Es el corporativismo y el
poder médico”, explica María Jesús Montes, matrona y doctora en
antropología. En 2012, Montes publicó un artículo sobre la construcción
médica de la asistencia al parto. En él se ponían de manifiesto
experimentos ocurridos en hospitales españoles en los años 50 y 60 para modificar el curso del parto, acortándolo con medicamentos. “Inicialmente parece que la experimentación estaba más centrada en mujeres del Seguro Obligatorio de Enfermedad, que eran mujeres trabajadoras o esposas de obreros”, explica Montes. Estas prácticas eran justificadas por muchos profesionales bajo un supuesto interés de la mujer.
Hoy
en día, los tratados de Ginecología y Obstetricia siguen silenciando
éstas y otras prácticas. Con la división sexual del trabajo, el cuerpo
de las mujeres, especialmente todo aquello que interviene en la
reproducción, se convierte en fuerza de trabajo para el Estado capitalista, siendo, por tanto, su conquista y control algo fundamental para la ciencia y las instituciones.
Visibilizar
éstas y otras historias es el comienzo para dar voz a todas aquellas
mujeres sin rostro que fueron utilizadas por las instituciones para
seguir ejerciendo un control sobre los cuerpos. Escribir su historia forma parte de descolonizar el saber.
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