Año 2017: otra vez viviremos el rito anual del
Día de los Trabajadores. Otra vez escucharemos las declaraciones ampulosas del gobierno sobre los supuestos avances en el mundo laboral, que contrastan con la realidad de los hombres y mujeres que viven de su trabajo; otra vez la parada fría de los sindicatos oficiales en el Zócalo y la prisa de los líderes para llegar corriendo a la ceremonia de Los Pinos a tomarse la foto con el Presidente en turno.
En otro espacio, el sindicalismo independiente, como hace muchos
años, marchará horas más tarde, también al Zócalo, con sus viejos y
nuevos reclamos: salario insuficiente, libertad sindical, respeto al
derecho de huelga, ahora denominado por el gobierno
paro técnico, con el fin de mantener la estadística de cero huelgas. Los manifestantes también expresarán su condena a los contratos de protección patronal y exigirán la ratificación del Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), misteriosamente retenido en el Senado. Las reivindicaciones particulares de cada gremio y sector estarán presentes: los telefonistas reclamarán el respeto a la integridad de su empresa, los trabajadores universitarios y de centros de investigación protestarán por el 3.08 de incremento salarial impuesto por la Secretaría de Hacienda, a pesar de que la inflación es sensiblemente mayor. Los jornaleros agrícolas denunciarán el incumplimiento de acuerdos por parte del gobierno, entre ellos, la fijación de un salario mínimo profesional, categoría salarial que se ha mantenido congelada, incluso para el resto de los trabajadores.
Son muchas las razones para protestar este primero de mayo y todos
los días del año. La degradación del trabajo es el común denominador por
lo menos en las últimas tres décadas: no hay empleos y los que se crean
son francamente miserables, la subcontratación, prohibida por la ley,
es consentida e incluso promovida en la práctica destruyendo las
relaciones auténticas del trabajo; las renuncias en blanco se han
convertido en una acción común y los gobiernos federal y locales han
abdicado a su obligación de hacer valer el respeto a las normas de
trabajo, basta voltear los ojos a los trabajadores de la construcción y a
sus muertos recientes en accidentes que pudieron prevenirse. El reparto
de utilidades se confirma como una especie en extinción y las jornadas
se incrementan para que los trabajadores no puedan obtener un centavo
más por concepto de tiempo extra.
Este año, además, se hará sentir la exigencia de que la legislación
secundaria de la reciente reforma constitucional al artículo 123, que
traslada la justicia laboral de las juntas de Conciliación y Arbitraje a
los poderes judiciales, sea un proceso transparente, participativo y no
opaco y sometido al criterio patronal, como se diseña por la Consejería
Jurídica de la Presidencia. Hoy es la oportunidad para que los juicios
orales, como se llevan a cabo en otras ramas del derecho, se incluyan en
el procedimiento laboral preservando su naturaleza social.
También este día, marcharán hombres y mujeres que consideran
que otro mundo es posible, porque saben que el origen de nuestros males
se encuentra en el régimen político corrupto y en un modelo económico
incapaz por sí mismo de generar crecimiento, empleo estable, salario
digno y un mejor nivel de vida para todas y todos; porque constatan que
este progreso se está logrando en otros países, donde se han roto los
dogmas neoliberales que exaltan los controles macroeconómicos y
sacrifican el mercado interno. En México es urgente un nuevo modelo de
desarrollo que ponga en el centro el bienestar de la gente.
La protesta de los jóvenes estará presente, porque angustiados,
terminan sus estudios y confirman que sus ilusiones son sólo eso, ya que
no pueden obtener fácilmente trabajo en su profesión por lo que se ven
obligados a inventar formas de autoempleo, o admitir relaciones de
contratación inestables, carentes de seguridad social y sujetas a toda
clase de abusos, entre ellos, los salarios precarios y el despojo a sus
derechos pensionarios.
Los trabajadores y trabajadoras también son ciudadanos, y en cuanto
tales, sufren todos los días agravios adicionales reflejados en
escenarios de inseguridad, corrupción, impunidad y abusos de la clase
gobernante, que en los últimos años se ha exhibido como una verdadera
banda de mafiosos que tienen asolado al país. No es gratuito que en los
últimos días estén acelerando la más descarada guerra sucia contra las fuerzas progresistas, tratando de mantener el poder hacia 2018.
El temor a perder sus privilegios se ha hecho evidente en las
elecciones del estado de México, al canalizar recursos por todas las
vías posibles para aplacar, al menos por unos días, el descontento
social. Por ello convierten aceleradamente a todo el gabinete federal en
una legión de matraqueros en apoyo al candidato priísta. El temor más
grande es que Morena gane. Su nerviosismo se acrecienta porque este
partido–movimiento tiene posibilidades reales de cambiar el rumbo del
país en favor de la gente. Esta esperanza ha convocado a la población en
sus distintos sectores, porque plantea la posibilidad de cambiar las
reglas del juego donde los y las trabajadoras no sean siempre los
perdedores. En este escenario, también los hijos y las hijas de los
sindicalistas independientes de Xalostoc, Ecatepec, Coacalco,
Tlalnepantla, Naucalpan, Nezahualcóyotl, San Juan Ixhuatepec, se
organizan rindiendo homenaje a sus padres, auténticos héroes sociales,
que lucharon por liberar a sus gremios del control oficial y patronal y
para dar a sus descendientes una vida mejor.
La protesta laboral y ciudadana se mezclan en estos tiempos de
rebeldía para enfrentar a la clase gobernante que una vez más exhibe su
deformado rostro. Ojalá los trabajadores tengan conciencia de su valor y
la convicción de actuar para superar su actual postración.
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