Rodrigo Wesche
Tuvimos nuestra primera consulta de revocación de mandato el pasado 10 de abril. Contó con la participación de dieciséis millones y medio de participantes, equivalente al 17% de la lista nominal, de los cuales poco más de quince millones eligieron que el presidente siga en su cargo mientras que poco más de un millón votó por su revocación. Si bien son múltiples las aristas que se pueden considerar en un análisis, me enfocaré en las que tienen que ver con el futuro de nuestra realidad política a partir de este ejercicio de democracia participativa.
Los que abandonan la disputa democrática porque no les favorece
La oposición reparó en que las encuestas de popularidad no les ofrecían un panorama alentador para tratar de competir en la revocación. En un examen más detenido, contrastante con los anunciados por sus dirigentes en distintos medios después del proceso electoral del año pasado, calcularon que no tenían capacidad de obtener las firmas necesarias para solicitar su realización ni los votos para ganar. Con tal de no exhibir su poca capacidad de movilización ―pues están acostumbrados a construir consensos en restaurantes y no cosechar el apoyo de las personas en territorio― la oposición decidió abandonar la disputa democrática. Las consecuencias de eso son por lo menos dos. 1) Le entregaron los elementos necesarios al presidente para apuntalar su narrativa acerca de su gran popularidad y de la incapacidad de la oposición para hacerse del respaldo de la mayoría de las personas o, por lo menos, de sus electores poco acostumbrados a involucrarse en los asuntos de la vida pública del país, salvo cuando hay procesos electorales. 2) Exhibieron su carácter antidemocrático, pues ―a pesar de corear incesantemente su deseo de que AMLO deje de ser presidente― prefirieron llamar a no participar en un ejercicio inédito de democracia participativa (al respecto, no deja de parecer curioso que un personaje como Gilberto Lozano haya mostrado más cultura democrática que la mayoría de los representantes del PRIANRD y los consejeros-caciques del INE que desincentivaron la participación). En este sentido, visualizo el resto del sexenio una oposición con poco margen de maniobra para lograr disputarle la hegemonía al régimen de la Cuarta Transformación.
El examen de Morena rumbo a las próximas elecciones
Sigo la hipótesis de la internacionalista Blanca Heredia acerca de que la consulta sobre la revocación de mandato era el examen del propio gobierno y de Morena para conocer cuál es su capacidad real de movilización en las condiciones más adversas. En época vacacional, con un tercio de las casillas que debieron instalarse, casi sin publicidad, sin posibilidad de campaña por parte de ningún actor político y sin adversario, el presidente obtuvo quince millones de votos, más que los alcanzados por los candidatos del PAN y el PRI en 2018.
Para algunos despistados es la prueba de la caída estrepitosa del apoyo al mandatario. Sin embargo, si consideramos todos los puntos en contra que tuvo la realización del ejercicio, no resulta descabellado pensar que en el peor escenario Morena (con el empuje del obradorismo) obtendría una cantidad cercana a ese número de votos en las elecciones de 2024. Es decir, ese es el voto más duro que tiene la coalición en el gobierno. Las reflexiones tendrían que concebir la cifra como el piso y no como el techo, pues esas condiciones adversas no se repetirán en los ulteriores procesos electorales. A eso habría que agregar que la conclusión de las obras de infraestructura, la constatación de algunos resultados positivos en materia laboral, de redistribución de la riqueza y justicia social, y la carencia de un líder de la oposición, son incentivos para atraer más simpatizantes. Dicho esto, considero que la coalición en el gobierno sale fortalecida para las elecciones estatales de este y el próximo año.
La todavía-no efectivamente real revocación de mandato
Más allá del resultado fáctico, la facción gobernante ganó por lo menos en dos sentidos: 1) cumplió una promesa de campaña, 2) estableció el precedente de un ejercicio de democracia participativa que posibilitará destituir a un presidente que no cumpla con su mandato popular, 3) y empoderó al pueblo para próximos actos de democracia participativa. En los tres casos hay supuesta una particular relación con el futuro.
En el primero se refleja con claridad que la política descansa sobre una utopía (en este caso la cuarta transformación de México), plasmada en distintas promesas. Por eso, en buena medida la evaluación de un gobierno depende de su capacidad para cumplir o no promesas, que no necesariamente es lo mismo a obtener los añorados “resultados” de los “expertos”. Al haber cumplido esta promesa, el movimiento encabezado por el presidente gana puntos tanto en el discurso de su proyecto político como en la concreción de éste.
En el segundo caso, el futuro refiere a la capacidad de actuar del pueblo ante los próximos gobernantes, pero enriquecidos por la experiencia de este ejercicio reciente. Parecería perogrullada señalar que la consulta del pasado diez de abril estuvo plagada de imperfecciones y errores, sin embargo, es necesario insistir en ello dada la abstracción que abunda en las reflexiones de los opinólogos. La consulta de revocación que a ellos les habría gustado era la ideada en sus cabezas: perfecta y, por lo mismo, carente de realidad.
La única manera de efectuar dicho ejercicio involucraba «mancharla» de concreción, es decir, de contexto e historia. Haber logrado su realización no debe concebirse como la meta, sino más bien como el punto de partida de un proceso más amplio que, por un lado, inevitablemente limitará el derrotero que sigan los ulteriores gobernantes, y por el otro, porque al reparar en sus errores podremos mejorarla poco a poco. Todavía-no ha alcanzado su realización efectiva, pues no ha logrado ser vinculante, no obstante, eso no significa que el ejercicio sea estático. En la medida que lo usemos nos iremos acercando a su realización efectiva, a su plenitud, la cual inevitablemente, visto desde otro proceso político en el futuro, volverá a exhibirse como insuficiente e impulsará a generar otros mecanismos de participación.
Por último, haber dado el paso de recolectar firmas y el siguiente de participar ―ya fuera a favor o en contra― entrena al pueblo para futuros ejercicios de democracia participativa. ¿De qué sirve tener en la Constitución decenas de mecanismos para que el pueblo incida en su realidad política si nunca los pone en acción? Al final, el pueblo no es un sujeto dado, sino que se va construyendo en el camino. ¿Cómo edificarlo si no delibera y no participa?
Con un pueblo cada vez más fortalecido podemos soñar con un futuro político más incluyente y que impulse ulteriores transformaciones políticas. Caminemos hacia un México más justo, con la esperanza de que cada vez el pueblo construye poco a poco una democracia radical.
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