Fabrizio Mejía Madrid
Fue Max Weber quien observó que la militarización no era usar
soldados, sino organizar una sociedad con base en las órdenes, las
jerarquías y las disciplinas de un ejército. La militarización es
vigilar, como en la dictadura de Franco en España o la de Pinochet en
Chile, que no se reúnan en público más de tres personas
. En la
Alemania de Bismarck, a finales del siglo XIX, Weber estudió cómo las
fábricas, las oficinas burocráticas, las escuelas, y los relatos de la
vida personal se iban transformando en la racionalidad de la estrategia,
táctica, campaña, vencer o morir. De hecho, advirtió que, como parte de
esa militarización de la vida cotidiana, estaba el que la sociedad
civil no fuera consciente de que pensaba como soldado. El término eficiente
proviene de los ejércitos y llegó a significar algo positivo para las
empresas y los gobiernos: el tiempo racionalizado, la velocidad a la que
se produce, el resultado por encima de los medios que se usen para
alcanzarlo, la inmediatez de lo que significa ser ganador
o perdedor
. La semana como batalla. La vida como guerra.
No parece aventurado suponer que esa jaula
weberiana pasó del
ejército a las empresas y encontró su cobijo final en la mente
individual, que vive sumida en la ficción de ser emprendedor
, es
decir, de que su vida entera sea un negocio. Si vemos a nuestro
alrededor, la idea del dueño de empresa, como general de un ejército que
es su compañía, no existe más: el paso a los accionistas y a los fondos
de inversión hizo que los flujos de dinero y sus decisiones se hicieran
anónimos y casi indiferentes a las consecuencias para sus trabajadores y
el medio ambiente. La idea misma de utilidad ha sufrido a favor de la
más atractiva subida del valor de las acciones. Así, se pueden tener
empresas que, sin producir ganancias, generan acciones por los cielos.
Ese fue el caso con los contratos de exploración petrolera durante el
peñanietismo que se hicieron ricos sin sacar una sola gota de
combustible. Pero, curiosamente, lo que produce el desvanecimiento de
las compañías como las conocimos en el siglo pasado, es su
afianzamiento, más como ficción que como realidad, en la vida personal.
Hay un documental que ejemplifica para mí la tragedia de la vida como negocio. Se llama Lula Rich y cuenta la historia de unas amas de casa que venden leggings.
Creen apasionadamente en la ilusión de que su esfuerzo y ahorros pueden
emular a quien les suministra la ropa deportiva, el matrimonio
californiano Stidham que,como todos los embaucadores, tiene una historia
de vida de aspiraciones: dicen cómo su negocio comenzó en la cajuela de
un coche y, al cabo de unos cuantos años, tenían un negocio que valía
casi 2 mil millo-nes de dólares. Por supuesto, el drama de las amas de
casa es endeudarse y hasta perder sus casas hipotecadas, para tratar de
cumplir con los requerimientos de una estafa piramidal en la que, salvo
los que están arriba, nadie puede ganar, sólo perder. Esto se debe a que
en las estafas piramidales no se trata de vender más, sino de reclutar
más. Así, en el caso de los leggings, 0.01 por ciento de las de
hasta arriba ganaban 130 mil dólares mensuales mientras que el resto
perdían dinero. La estafa tuvo los contenidos de nuestra modernidad
empresarial: negocios familiares, uso del Instagram para vender, imponer
una tendencia de usar ropa deportiva en las oficinas, un discurso
vanamente feminista
de empoderamiento a través de la extenuación
laboral y hasta la idea de las cirugías gástricas en Tijuana para tener
una mejor imagen corporal. Al final, la estafa que llega a tener 90 mil
vendedoras termina por parecerse a un ejército o a una secta religiosa:
las órdenes bajan y deben cumplirse sin aceptar ni interpretaciones ni
disidencias.
No hay por qué evitar pensar en la vida que se nos propuso desde el
neoliberalismo con el ejemplo del 0.01 por ciento de sus beneficiarios.
Como se les ordenaba al resto de las vendedoras que no lograban alcanzar
sus resultados, todo estaba en ponerle más esfuerzo, más horas de
trabajo, más inversión, y lo demás vendría un día, el día de la derrama económica
.
La idea de la postergación de la satisfacción no era para los de
arriba, el matrimonio Stidham y sus secuaces, que organizaban fiestas
masivas donde cantaba Katy Perry y se les daba a las explotadas amas de
casa una probada de la abundancia a la que jamás podrían acceder. Y,
como en casi todos los casos de explotación extrema de la idea del
negocio familiar, la compañía de leggings, LuLaRoe, no cerró ni
fue castigada por la justicia. Ahí sigue. Pero lo que me maravilla es
que no sólo existió por la ambición desmedida y la falta de escrúpulos
de sus creadores, sino porque hubo casi 100 mil mujeres blancas y
suburbanas de Estados Unidos que creyeron en una vida de pronto
encantada por la idea de la ganancia y el valor de ellas mismas como
algo que puede caber en una hoja de cálculo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario