6/25/2022

Tocar a las mujeres

Miguel Lorente Acosta

El ministro de Relaciones Exteriores de Uganda, Haji Abubaker Jeje Odongo, se negó a estrechar la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la cumbre de la Unión Africana y la Unión Europea celebrada los días 17 y 18 de febrero. Lo hizo en presencia del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel y de Emmanuel Macron, dos hombres a los que el representante de Uganda no dudó en estrechar sus manos. Posteriormente, en gran parte debido a la llamada de atención del presidente francés, intercambió de manera afable unas palabras con Ursula von der Leyen, eso sí, siempre manteniendo una “distancia de seguridad” que impidiera cualquier contacto con una mujer.

El protocolo es de los temas más rígidos y estudiados a la hora de celebrar cualquier acto oficial, mucho más cuando se trata de una cumbre de ese nivel. Nada se deja al azar, todo está estudiado y medido hasta el último detalle, y detrás cada acto hay un amplio equipo de personas velando para que se cumpla hasta en lo más mínimo. El ministro de Relaciones Exteriores sabía perfectamente cuáles eran los pasos a seguir, pero él no hizo caso alguno.

¿Se imaginan que ese mismo ministro hubiera decidido ocupar un puesto en la mesa que no le correspondiera, o que hubiera hecho uso de la palabra cuando no era su turno, o que no hubiera vestido de acuerdo con la etiqueta establecida…? Imposible. Sólo ante el intento de haber roto esas formas protocolarias se habría producido un conflicto cuyas consecuencias no habrían pasado como una anécdota. Sin embargo, que un máximo representante de la diplomacia de un país niegue el saludo protocolario a la máxima representante de una de las partes de la cumbre, no tiene consecuencia alguna, quizás todo lo contrario, por que no podemos descartar que haya habido hombres que lo hayan felicitado por su gesto, y le hayan dicho esa frase tan masculina del “tú si que los tienes bien puestos” cuando se trata de reforzar el machismo que les da la autoridad y el poder.

El ministro es capaz de reconocer el cargo que ocupa Ursula von der Leyen, de hecho, lo hace cuando acude al saludo y habla con ella, pero no a la mujer que hay en el cargo.

Salvando las distancias, la situación recuerda a cuando el alcalde de Carboneras interpeló a una concejala en mitad de un pleno diciéndole, “guarde usted silencio cuando está hablando un hombre”, reivindicando que ante una mujer su autoridad era mayor como hombre que como alcalde. En el caso de la cumbre africana-europea la situación es similar, sólo que en sentido contrario, puesto que, en esta ocasión, el hecho de que el cargo esté ocupado por una mujer lleva a no reconocerlo ante un hombre que protocolariamente ocupa una posición inferior. El ministro de Uganda, a raíz de su conducta, podría haber dicho “échese usted a un lado cuando el que saluda es un hombre”.

Este tipo de comportamientos deben servirnos para tomar conciencia de la realidad. La discriminación de las mujeres está tan presente en esta sociedad androcéntrica que es capaz de manifestarse hasta en los niveles más altos de la política, a “plena luz del día” y delante de los medios de comunicación. Sólo este hecho ya nos da el diagnóstico de cómo es a otros niveles más bajos e invisibles en los que nadie se detiene ni graba para un informativo. Por eso no se trata de hechos aislados, como cuando la misma protagonista, Ursula von der Leyen, fue apartada de la reunión que mantuvo con el presidente turco, Tayyip Erdoğan, en presencia del reincidente en pasividad, Charles Michel, pero el caso del ministro Odongo muestra un hecho más profundo sobre la discriminación de las mujeres.

El significado de la conducta del ministro se centra en su negativa a tocar a una mujer, y la razón para no hacerlo está en la concepción androcéntrica de las mujeres como seres “inmundos e impuros”.

La imagen de las mujeres que ha creado la cultura patriarcal viene cargada de toda una serie de elementos negativos vinculados a su propia condición femenina, para que puedan ser liberados de ellos por los hombres, siempre y cuando ellos decidan que las circunstancias y su situación las hacen merecedoras de tal liberación. Así, por ejemplo, las mujeres son revestidas como malas perversas, mentirosas, manipuladoras, impuras… pero cuando están casadas o bien ocupan los roles que el machismo ha decidido para ellas, pueden pasar a ser las más buenas, entregadas, piadosas, santas, puras y dulces.

La conducta del ministro ugandés de Relaciones Exteriores, Haji Abubaker Jeje Odongo, se fundamenta en la “impureza e inmundicia” de las mujeres, la cual relacionan con la “suciedad” de la menstruación, como recogen los textos más antiguos, entre ellos la Biblia.

En el Levítico del Antiguo Testamento se hace referencia explícita a la impureza de las mujeres, capaz de contaminar todo lo que entre en contacto con ellas y a cualquier persona que toquen, la cual también se convertirá en una persona inmunda e impura hasta que no lleve a cabo un ritual purificador.

Esa es la razón por la que el ministro no quiso estrechar la mano de Ursula von der Leyen, como le ocurrió a las mujeres que arbitraron el “Mundial de Clubes” cuando no fueron “tocadas” por el jeque de Qatar, a diferencia de los hombres con los que sí chocó el puño, o como ha sucedido en otras ocasiones. Las mujeres son impuras y una fuente de provocación, por lo que la distancia significa pureza para la carne y el deseo de los hombres.

Sin embargo, esos mismos hombres que se niegan a tocar a las mujeres como parte del saludo, no dudan en tocarlas cuando las golpean, las acosan, las violan y las matan como parte de las distintas formas de expresión que tiene la violencia de género en los diferentes contextos culturales, todos bajo el manto común del machismo.

Todo ello demuestra que la impureza está en la mente que crea el machismo y en las conductas que derivan de ella, no en la piel de las mujeres.

Si extendieran esa idea de “no tocar” a las mujeres a la violencia de género, hoy mismo acabaría la violencia contra las mujeres.

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