Miguel Lorente Acosta
El mundial de fútbol de Catar se decidió hace 12 años, el 2-12-2010, pero parece que ha sido en estos últimos días cuando la gente y muchos medios se han enterado de la noticia, y del terrible error que supone blanquear a un régimen que no respeta los Derechos Humanos con un acontecimiento mundial y popular de este tipo.
Durante estos doce años se han podido hacer muchas cosas para evitar que el mundial se llegara a celebrar en Catar y buscar alguna alternativa, pero no se ha hecho nada, y ahora mientras se piden acciones contra su celebración y se admiran los gestos de quienes se niegan a formar parte de este circo, se deja que todo siga igual. Un escenario que revela que estas acciones sirven más para tranquilizar nuestras malas conciencias que para crear conciencia de la buena sobre todo lo que hay detrás, no sólo de Catar, sino de la mercantilización del deporte y la cultura.
Nada nuevo, por otra parte, en este tipo de decisiones, y ese es el problema. Todo sigue bajo los mismos mandatos, como se dijo de forma muy gráfica tras los gritos de los estudiantes del colegio Elías Ahuja, “es la tradición”, o sea, la repetición bajo la normalidad.
Es lo que ha ocurrido con el Mundial de Fútbol y con otros acontecimientos deportivos, que se han celebrado en la Italia fascista (1934), en la Argentina de la dictadura (1978), en la Rusia prebélica (2018), en China (Juegos Olímpicos de 2008)… y siempre con la excusa ética de hacerlo para que a través de este tipo de celebraciones se ayude a cambiar la situación de esos países y respeten los Derechos Humanos, lo cual agrava aún más la decisión, puesto que demuestra que no se trata de un error, y que al ser consciente de la injusticia que supone se busca un argumento moral para justificarlo. Es lo mismo que se dice para justificar la celebración de la Copa de España en Arabia Saudí; lo de los millones que cobra en cada caso la Federación Española de Fútbol, la FIFA, el Comité Olímpico Internacional y todos los intermediarios parece que es anecdótico y secundario.
Todo forma parte de la construcción androcéntrica de poder cuyo objetivo es acumular más poder. Y para lograrlo utiliza los diferentes instrumentos que el propio sistema desarrolla para conseguirlo, y ahora el más práctico es la economía capitalista con todas sus variantes (financiera, mercado, empresarial, monetaria, energética…) Al final es ese marco y son esas referencias las que se utilizan para alimentar y mantener el orden, porque “si es bueno para el sistema, es bueno para todos los que forman parte de la estructura de poder del sistema”, con independencia de que en un momento determinado alguno de ellos no se beneficie de la iniciativa puesta en marcha.
Curiosamente, nunca se ha planteado ayudar a celebrar un Mundial en países pobres donde se respetan los Derechos Humanos, que necesitan la atención de todo el planeta para salir de su situación.
Todo ello forma parte de las estrategias de la cultura androcéntrica que oculta la injusticia social de la desigualdad y sus abusos bajo la normalidad, para que cuando se presentan sus consecuencias parezca algo inevitable, y así darle entrada a las justificaciones que contextualizan el problema en lo inmediato, en lugar de entenderlo como una derivada más del sistema y sus estrategias.
Con la violencia de género ocurre lo mismo, se oculta bajo la normalidad y sus justificaciones para hacer creer que lo invisible es inexistente, y cuando se produce la agresión grave o el homicidio todo se presenta como un “accidente” fruto de un hecho puntual, como se aprecia al decir que el asesinato se ha producido “tras una fuerte discusión”, ignorando toda la historia previa de violencia. La situación es tan terrible y enraizada en la normalidad, que muchas familias manifiestan tras el homicidio de la mujer, “sabíamos que la maltrataba, pero no pensábamos que la iba a matar”. Y la idea de “inevitabilidad” tras el resultado está tan presente que con frecuencia, cuando se da la noticia del homicidio de una mujer por violencia de género, desde la propia administración se manifiesta que “no había interpuesto ninguna denuncia”, sin que se pregunten por la responsabilidad propia para que el 70-80% de las mujeres asesinadas nunca haya denunciado, ni ninguna de ellas haya sido detectada como víctima de la violencia de género en los diferentes contactos que tiene con la administración.
No es casualidad, se trata de una ceguera interesada construida por el machismo para aprovecharse de ella con cada “de repente”.
Un ejemplo muy cercano y reciente lo tenemos con el cambio climático, como hemos visto en la cumbre de Egipto. Se niega desde el punto de vista práctico, da igual que se reconozca si no se hace nada para actuar contra él, y a pesar de estar bajos sus efectos no se actuará hasta que sea inevitable. Pero no será un error, será parte de la estrategia de poder androcéntrica para permitir que en ese mientras tanto se beneficien y acumulen poder muchos de los que ya lo tienen. Al igual que Catar acumulará más poder con el Mundial de fútbol, los hombres lo hacen con la violencia de género invisibilizada, y el sistema androcéntrico con todo ello.
No tomar decisiones y actuar cuando es posible evitar las consecuencias que luego criticamos, y quedarnos con los gestos y los minutos de silencio cuando ya se ha producido el resultado y su daño, nos hace cómplices, además de demostrar la hipocresía de una sociedad que vive más en la expiación de la culpa que en la responsabilidad de evitarla.
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