desechablespor el régimen neoliberal. Los que no tenían propiedades, los que no consumían lo suficiente, los que no sabían lo necesario, eran inhumanos. Pero ese rechazo, ese borramiento, empujó a los desechables desde la precariedad hacia la vida pública. Los desechables usan la politización para autodefinirse y, en su camino, ejercen ese influjo de clarificar nuestros conflictos hacia otras áreas que el antiguo régimen consideraba separadas y hasta superiores a la política: la economía, la academia y la moral. Todavía recuerdo a los que se escandalizaron cuando se comenzó a hablar de
moralizar la vida pública: se trastornaban porque
la moral era una cosa privada. La politización de la ética significa sacar al juicio entre hacer el bien o hacer el mal de la esfera puramente privada y hacerlo un asunto público. Así, se opera uno de los cambio sustanciales de cómo vemos al gobierno y a los gobernantes: no es que desplieguen una técnica, la indolente
gobernanza, lo corporativo llevado a los cargos públicos, sino que deben tener una moral pública a favor de la felicidad de los más.
Primero, hay que separar al humanismo de lo humanitario. Éste último
se preocupa por el pobre y el débil sin cuestionar el por qué de la
pobreza y la precariedad. Lo hace, con frecuencia, para quedar bien con
Dios, es decir, su objetivo no es resolver la injusticia, sino salvarse.
Lo vemos cuando los neoliberales hablan de la filantropía como forma de
aproximarse al tema de la pobreza, adoptando un mexicano
o
sorteando dinero por sus redes sociales. Ser humanitario es una opción
personal que puede o no tomarse, pero está dirigida, no a hacer el bien,
sino a quedar bien con los demás, a pasar por bueno, por caritativo. No
es una relación con el otro débil y vulnerable, sino con quien asiste
al acto de bondad, sea la divinidad o la celebridad. No es binaria, sino
triangular. El humanismo, al contrario, parte de otra coordenada: que
el individuo es resultado de una construcción social y que su buena o
mala fortuna es, en esencia, un producto del azar. Del azar de
nacimiento, de la geografía, de las desventuras. Es más: el sujeto es
sólo social; no existen esos sujetos-átomo del liberalismo que piensan y, luego, existen
,
que se conducen con racionalidad y un propósito deliberado. Cualquiera
que haya sufrido una pena o sentido una pasión sabe que no hay tal cosa
como sujetos que se autoconduzcan. Más aun, aunque el liberalismo creó
la individualidad como propiedad privada, el propio neoliberalismo tomó
la pasiones de la ambición y la avaricia para mover a sus sujetos, ahora
que nos remachan con aquello de que la democracia mala
es la de
las emociones. Reconociendo que somos movidos por algo que está más allá
de nosotros, es que podemos hablar de humanismo, como el reconocimiento
íntimo y común de que somos resultados del azar y que, en esa
vulnerabilidad existencial, somos iguales. La disposición al humanismo
es colectiva y es moral, pero también debe ser institucional. A
diferencia de la decisión individual del humanitario, el humanismo es
por derechos universales, no por donativos. Se otorgan los derechos como
reconocimiento de nuestra igualdad en la fragilidad. Y es política: hay
prioridades, se trata de atacar las inequidades, se escuchan las
dolencias ajenas, se actúa en consecuencia. La moral no es más un asunto
privado, sino que se ve arrastrada a lo público. No debe existir más
una población o grupo sobrante
por razas, clases sociales,
géneros, capacidades, tipos de familias, y sus esferas que habían sido
consideradas cuestiones privadas, íntimas, que no debían discutirse como
parte de la política.
Aquí surge otra distinción necesaria: entre responsabilidad y responsabilización. Como han dicho Judith Butler y Athena Athanasiou en sus diálogos, responsabilizar a los individuos cuando se privatizan los servicios, fue una de las maneras en que funcionó la moral encubierta del neoliberalismo. Tú eres el responsable de tu propia educación, salud, seguridad, y desarrollo. Si fallan los servicios es porque eres indolente para procurártelos. La responsabilización creó culpables. Por el contrario, la responsabilidad debe recaer en el Estado, que es auditable. El humanitarismo es caritativa, paternalista, y sentimentaloide. Al contrario, el humanismo es el reconocimiento político de que los daños ajenos son también parte de nuestra acción.
Cuando, entre los siglos XIV y XVI, Petrarca, Bocaccio, Alberti y
Bruni crearon la política humanista, además de separar a la divinidad y
al derecho heredado, imaginaron una pedagogía de las virtudes públicas.
Rechazaron el uso instrumental de hacer el bien para sostenerse en el
poder. Hacer el bien y ser bueno debían ser valiosos en sí mismos y
deberían constituir a los políticos, educados en la historia, las artes,
y la elocuencia. Ellos hablaban desde pequeños principados, pero ahora
que estamos en democracias, bien podrían servir sus enseñanzas a la
creación de ciudadanos. El humanismo siempre creyó en el mejoramiento de
las personas y los estados. Hay que recordar que a la inteligibilidad
moral de la política, ellos le llamaron conciencia
. Hasta el propio Maquiavelo, al que con facilidad se le tilda de pragmático, reconoció las virtudes públicas en sus Discursos: Sin
confianza, sólo queda el uso de la fuerza. Cuando no hay conciencia
para guiarse, sólo queda el cálculo frío que, en un mundo de
circunstancias siempre cambiantes, sólo puede salir mal. Un régimen
popular demanda, más que abolengo o linaje, virtud
. Petrarca y,
luego, Maquiavelo proponían a la política como parte esencial de la vida
buena y creían que los regímenes eran mejorables. Justo lo contrario de
lo que nos recalcaron durante 30 años los neoliberales: que el poder
era malo, la política, corrupta y todos los políticos, iguales. Ese
inhumanismo es el que habría que desterrar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario