Cada que puedo desayuno en mi terraza que mira al jardín. Y suelo quedarme absorta mirando lo que me ofrezca el día. Veo mis flores, en especial las de las musaendas que plantamos hace mucho y que, contra sol y viento ahí siguen, floreciendo para mi alegría.
Veo a un cuarteto de lagartijas que salen de mis plantitas moradas a tomar el sol.
Veo las pequeñas flores que dan esas plantitas moradas, y veo como llegan abejas a chupar el polen. No sé si se dice “chupar”, pero juro que así parece. Y en mi pedazo de mundo eso hacen así sea invierno.
También suelo ver a un pajarito de pecho amarillo que me visita siempre o casi. Igual que mariposas amarillas y una que otra libélula. El pajarito (un bienteveo) grita para avisar que está por aquí. Las otras son más discretas. En cualquier caso, siempre me conmueven, porque dicen que son mensajeros del más allá para hacernos saber que nuestros seres amados mandan saludos.
Así pues, de vez en vez, desayuno en mi terraza y veo pequeños milagros a los que absurdamente llamo “míos”.
No lo había notado, hasta hace unos días que, como si hiciera inventario, me escuché decir: mis flores, mis lagartijas, mis abejas, mi arbolito, mis mariposas, mis libélulas, mi pajarito. Y caí en cuenta que así vamos por la vida haciendo nuestro lo que no nos pertenece en absoluto: mi esposo, mis amigas, mi hija, mi hijo…
Acaso la ilusión del posesivo “mío” es útil para crear una sensación de certezas y de eternidad.
Pero nada lo es. Ni lo material, en realidad. Cuando viajo no dejan de sorprenderme las haciendas, los fuertes, los castillos o cualquier construcción que sin duda debe haber hecho sentir muy poderoso a su propietario y, acaso, pensó que duraría para siempre. Y “siempre” significó lo que duró su riqueza, su poder o su vida.
Ni la vida es toda nuestra. En general no podemos decidir cuándo ni cómo terminará. Así que para ser una “posesión” es bastante frágil.
Sí, en efecto, puede haber un deseo de certezas y eternidad cuando usamos el posesivo.
No obstante, acaso hay otro ángulo. No es el objeto o el ser lo que poseemos, sino lo que sentimos por ello.
Así, evidentemente no poseo a “mis” cuatro lagartijas, pero el gozo que me produce verlas me pertenece. Y por eso las llamo mías.
La alegría o nostalgia o tristeza que evocan en distintos momentos el bienteveo, las mariposas, las libélulas, las flores, el arbolito es tan mía que puedo trasladarla y sentir que son mías.
Y sin duda el amor que siento por cada persona que amo, me permite nombrarla con el posesivo por delante.
La clave, quizás, es saber que nada y todo es mío. Y así el inventario cobra sentido.
Hoy mi sol salió puntualmente y cobijó un buen rato a mis lagartijas. Ayer vino mi pajarito a disfrutar un rato de la sombra que dan mis musaendas. Hace unos días disfruté mucho una comida con mi esposo, mi hija y mi yerno. El fin de semana fui muy feliz con mis amigas y amigos. Cada quince días comparto mis alegrías, reflexiones y tristezas con mis lectoras y mis lectores.
En momentos de tanta incertidumbre, realmente me siento afortunada. Tengo un gran inventario.
www.cecilialavalle.com contacto@cecilavalle.com @cecilavalle
No hay comentarios.:
Publicar un comentario