Teresa Mollá
https://teresamolla.wordpress.com/
Mujer trabajadora, profundamente de izquierdas, feminista, republicana y atea. Comunicadora de opinión en diferentes medios del Estado Español y México. Autora de “Pensamientos, reflexiones, rabias y protestas” (2014).
No es la primera vez que escribo sobre este tema. El cuerpo de
mujeres como arma de guerra, como campo de batalla, como materia prima
para negocios ilícitos o incluso para sufragar la guerra de Ucrania.
Hoy, una vez más quiero referirme a nuestros cuerpos de mujeres como
espacio que, ahora, incluso quieren borrar y/o copiar de forma un tanto
grosera, por decirlo de forma un tanto delicada.
El cuerpo femenino nunca ha tenido gran importancia aparte de su
capacidad de gestar para la sociedad. Ha servido, básicamente como un
vehículo a través del cual someternos.
Someternos con violaciones dentro y fuera del matrimonio o la pareja,
con abusos, con intimidaciones y un largo etc. sobre el cual utilizar el
poder patriarcal para dominarnos y, así, mantener el control a
cualquier precio.
Esas son formas brutales, pero hay otras más sibilinas con las que
ejercer ese mismo poder sobre nuestros cuerpos. Me refiero a las modas
de cuerpos normativos delgados, casi esqueléticos, insanos pero que los
grandes diseñadores de moda, casi todos hombres y misóginos, imponen
para que se pueden lucir sus piezas exclusivas. I si no los cumples
vienen las críticas, cuando no las burlas que emanan de esa misoginia
generalizada.
Además, se suman factores como la gordofobia, cada día más extendida
pero que, curiosamente se ceba en las mujeres y no en los hombres, otra
forma de presión añadida sobre cómo hemos de ser para “teóricamente”
gustarles, sin que importe nuestro estado de salud ni vuestro bienestar
físico y emocional.
Y lo peor de esta nueva tendencia es que las mujeres, en general se han
subido al carro y son muy pocas las que se aceptan y se quieren tal y
como son. Y, como se puede imaginar, sé de lo que hablo. Y, de nuevo el
patriarcado impone a las mujeres que juzguen los aspectos físicos de
otras mujeres y las cuestionen para, así ganar alianzas y reforzarse.
Otra nueva tendencia que cuestiona nuestros cuerpos es la de disfrazarse
de mujer y exigir ser tratadas como mujeres, sin más, como un simple
deseo individual que se impone de forma individual y obviándolos siglos
de luchas feministas que han impulsado que cada mujer se apropie de su
propio cuerpo y decida sobre él por encima de instituciones políticas y
religiosas.
Y eso por no hablar del paso de los años y del envejecimiento y sus
consecuencias. Las mujeres más mayores sufren situaciones de desdén y
desprecio por no ser útiles. Y con útiles me refiero a fértiles o
deseables a los ojos de los varones. Y entonces comienza la tiranía de
las arrugas y/o las canas como cuestionamiento. Y, para muchas
profesiones, la falta de trabajo como el ejemplo de las actrices que ya
llevan años denunciando la falta de papeles y, por tanto, de
oportunidades laborales para mujeres maduras y/o más mayores.
O las mujeres con discapacidad que son blanco de muchas más violencias
machistas de todo tipo, incluso institucionales que las mujeres que no
las sufrimos.
Y, con la trampa de la diversidad y la inclusividad, a las mujeres nos
las han jugado de nuevo. Desde las definiciones como por ejemplo
“diversidades funcionales” hasta la usurpación de identidades cuando no
la negación de la existencia del sexo biológico como realidad material
incuestionable y origen de todas las opresiones que sufrimos.
Los que venían a cambiar el sistema político tradicional, van camino de
conseguir imponer un sistema que nos borre con un neolenguaje y que
incluso desfigure nuestros cuerpos y los someta a tratamientos crónicos y
a cirugías innecesarias con tal de satisfacer deseos individuales e
insolidarias con el resto de las mujeres.
Esa pseudo izquierda posmoderna chupiguay y brilli brilli que ha
olvidado la lucha de clases, los problemas de las personas con menos
recursos, que se ha olvidado por completo de las tesis del socialismo
tradicional y del materialismo racional, quiere imponer un nuevo tipo de
opresión a los cuerpos de las mujeres basado en las mutilaciones y
medicalizaciones de por vida, para satisfacer deseos que pueden ser
puntuales a lo largo de la adolescencia.
Y, por supuesto convertirse en súper modernas avalando los beneficios de
grandes corporaciones farmacéuticas internacionales, de clínicas
privadas como ya se están beneficiando las de medicina estética, pero
para realizar las llamadas “transiciones” que condenaran a pacientes de
por vida a tratamientos que, además pretenden que sufrague la sanidad
pública.
Una sanidad pública que, de forma generalizada, sigue sin sufragar las
interrupciones voluntarias de los embarazos de las mujeres, ni aún
siendo consecuencias de violaciones, pese a estar previsto en la ley.
El surrealismo sobre los cuerpos de las mujeres, en esta ocasión viene
de la mano del hipercapitalismo disfrazado de pseudo izquierdista
posmoderno chupiguay y con mucho brilli brilli. Se le ve venir, pero
puede hacer mucho daño.
El feminismo, de nuevo está avisando y denunciando. No se nos quiere
escuchar, pero insistiremos. Porque si por algo se caracteriza el
feminismo radical, el que va a la raíz de las cosas, es por su
resiliencia. Porque fueron, somos. Y porque somos, serán.
Ontinyent, 4 de diciembre de 2022.
Teresa Mollá Castells
tmolla@telefonica.net
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