Sus nombres, pocos conocidos y muchos ignorados
Por Guadalupe Gómez y Zacil Sansores
México DF, 15 sep 08 (CIMAC).- Manuela, Fermina, María, Tomasa, Luisa, Gertrudis, Petra, Ana, Francisca, Magdalena, Antonia y Catalina son los nombres de algunas de las mujeres sin las cuales la Guerra de Independencia de 1810 no se hubiera consumado o su fin habría sido diferente.
De otras se saben sólo sus apellidos, como González, Moreno y La Mar y de no pocas sólo quedó registrado el lugar de sus actos heroicos, como Soto la Marina y Huichapan.
La Guerra de Independencia, iniciada la madrugada del 15 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores, Guanajuato, contó desde antes de estallada con la participación de mujeres, como Josefa Ortiz de Domínguez, quien contribuyó en su preparación en Querétaro.
Pero fueron miles las que siguieron a las fuerzas independentistas, que participaron en los combates, que aportaron su dinero, curaron heridos, cuidaron a las y los huérfanos, que sirvieron de correo, de informadoras, miles las que alimentaron a las tropas y abastecieron con agua, ropas y armamento a las fuerzas insurgentes.
Fueron ellas también las que limpiaron la sangre derramada en calles y casas de los pueblos donde se libraron batallas y las que, durante los sitios a ciudades y comunidades, se arriesgaron a salir en busca de víveres, agua y ayuda.
En voz de la historiadora feminista Patricia Galeana, fundadora de la Federación Mexicana de Universitarias (FEMU), fue activa la partición de la población femenina en la lucha por la Independencia de México y, sin embargo, son pocas las mujeres rescatadas del olvido, peor aún, a sus acciones no se les ha dado la importancia que tuvieron.
La historiografía, añade la maestra Galeana en su texto “Lecciones de las mujeres de México en el siglo XIX y asignaturas pendientes”, publicado el año pasado en el boletín de la FEMU, sólo ha destacado a Josefa Ortiz de Domínguez y a Leona Vicario.
En menor medida a Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín y Gertrudis Bocanegra, que fue fusilada en 1818 por los realistas, y a María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, “La Güera Rodríguez”, que trascendió no sólo por su apoyo a la insurgencia sino por transgresora al deber ser femenino.
Investigaciones como la titulada Mujeres de Latinoamérica en Cifras, realizada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en 2003, demuestran que sin la participación de las mujeres el triunfo de la Independencia no hubiera sido posible y, a pesar de ello, sus acciones no aparecen en la historia (Cimacnoticias 16 sep 03).
LAS INSURGENTES, LAS OLVIDADAS
Mariana Rodríguez del Toro celebraba, junto con su esposo Manuel, el lunes santo de 1811 una tertulia en su casa, en la Ciudad de México, a la que acudían personas simpatizantes de la independencia, relata el cronista Luis González Obregón.
Después de las 8 y media de la noche, un brusco toque de campanas de la Catedral y una salva de artillería alarmaron a los asistentes a la tertulia. El gobierno virreinal, regocijado por la prisión de Miguel Hidalgo y de sus compañeros anunciaba así el acontecimiento. La noticia en casa de Mariana cayó como un rayo. El pánico, dice el cronista, enfrió las venas de los más tímidos.
Y Mariana se levantó en medio de todos diciendo “¿Qué es esto, señores? ¿Ya no hay hombres en América? Los asistentes se preguntaron “¿qué hacer?”. “¡Libertar a los prisioneros!”, dijo Mariana. ¿Pero cómo?, volvieron a preguntar. Y ella respondió resuelta: ¡Apoderarse del Virrey en el paseo, y ahorcarlo!”.
Esa noche nació la conspiración conocida como la conspiración del año 11, que fracasó, pero despertó en muchos habitantes de la colonia el espíritu público.
Manuela Medina, nacida en Texcoco y llamada La Capitana, levantó una compañía de independientes, participó en siete acciones de guerra y viajó más de cien leguas para conocer a José María Morelos. Murió en 1822 como consecuencia de dos heridas que recibió en combate y que la tuvieron postrada “en el lecho del dolor”, narra González Obregón.
María Fermina Rivera fue viuda de un coronel de caballería y --escribió José Joaquín Fernández de Lizardi-- tuvo que luchar con hambres terribles, caminos fragosos, climas ingratos y cuanto malo padecieron su compañeros de armas.
Algunas veces cogía el fusil de algunos de los muertos o heridos y sostenía el fuego al lado de su marido “con el mismo denuendo y bizarría que pudiera un soldado veterano”. Murió María Fermina en la acción de Chichihualco, defendiéndose al lado de Vicente Guerrero, en 1821.
María Herrera, huérfana de madre, quemó su hacienda para no proporcionar recursos a los realistas. Alojó en su rancho del Venadito a Francisco Javier Mina y ambos fueron ahí apresados por el enemigo. Fue perseguida, robada e insultada después por “una soldadesca incapaz de respetar el heroísmo” y tuvo que vivir en medio de los bosques, desnuda y hambrienta “como una eremita en la soledad”, escribió González Obregón.
HEROÍNAS Y MÁRTIRES
Las fuerzas insurgentes, afirma González Obregón, nunca fusilaron a mujer alguna del bando realista, no así éstos: una noche tempestuosa de agosto de 1814, cerca del pueblo de Valtierrilla, Guanajuato, una partida de realistas se batía con un grupo de insurgentes.
Fue una lucha difícil que duró desde las 8 y media de la noche hasta las siete y media de la mañana. No se sabe quién fue el grupo vencedor, pero lo que sí se sabe es que la insurgente María Tomasa Estévez, “comisionada para seducir a la tropa”, fue fusilada en Villa de Salamanca días después.
Luisa Martínez tenía, junto con su esposo, un tendejón en Erongarícuaro, Michoacán. En el pueblo, dice González Obregón, todos eran “chaquetas”, es decir, partidarios de los realistas, pero ella era insurgente y proporcionaba a éstos noticias oportunas, víveres, recurso y les enviaba además comunicaciones de los jefes superiores con quienes sostenía continuada correspondencia.
Un día, el hombre que trabajaba como su correo fue sorprendido y Luisa huyó, pero la persiguieron, la encarcelaron y fue encapillada. Para recobrar su libertad dio 2 mil pesos y prometió no volver a comunicarse con los insurgentes. Pero no lo hizo así y tres veces más se le persiguió, encarceló y multo hasta que no pudo pagar 4 mil pesos y fue fusilada en el cementerio del lugar, en 1817.
“¿Por qué tan obstinada persecución contra mí? Tengo derecho a hacer cuanto pueda a favor de mi patria, porque soy mexicana”, dijo Luisa poco antes de morir.
También en Michoacán, Gertrudis Bocanegra luchó por la patria. Salvó, junto con su esposo, a Francisco Javier Mina y a otros caudillos en más de una ocasión. Murió fusilada en Pátzcuaro el 10 de octubre de 1817.
Se sabe también que María Petra Teruel de Velasco protegió a los insurgentes presos. Que Ana García acompañó a su esposo Félix a la guerra y lo salvó de dos sentencias de muerte.
Trascienden el tiempo las acciones de las hermanas González, de Pénjamo, que sacrificaron su fortuna y derribaron su casa para unirse a la lucha. También las hermanas Moreno, así como Francisca y Magdalena Godos, de igual forma hermanas, que durante el sitio de Coscomatepec hacían cartuchos y cuidaban a los heridos.
HEROÍNAS SIN NOMBRE
Nadie recuerda cómo se llamaba, pero sí que era esposa de Albino García y montada a caballo, sable en mano, entraba la primera a los ataques animando con su voz y ejemplo a los soldados.
En Soto La Marina, Tamaulipas, durante el sitio que sufrió la localidad, fue una mujer quien tuvo el arrojo y en medio de una lluvia de balas salió en busca de agua. Igual valentía mostró otra mujer en Huichapan que se quedó sola frente a los soldados enemigos quienes, asombrados, decidieron conservarle la vida.
Con el general Mina llegó al país una francesa de apellido La Mar, quien cuidó a los heridos, fue aprisionada varias veces y obligada a trabajos forzados.
En Guerrero, durante el sitio a Tlacotepec, cuando el hambre era angustiante para los insurgentes, ante el general Nicolás Bravo se presentaron Antonia Nava y su amiga Catalina González, al frente de un grupo de mujeres. “No podemos pelear, pero podemos servir de alimento para que sea repartido como ración a los soldados”, dijo Antonia e intentó herirse con un puñal.
Todos impidieron la acción y el desaliento desapareció de los soldados. Las mujeres se armaron de machetes y garrotes y salieron a pelear con el enemigo.
08/GGyZS/GG
Por Guadalupe Gómez y Zacil Sansores
México DF, 15 sep 08 (CIMAC).- Manuela, Fermina, María, Tomasa, Luisa, Gertrudis, Petra, Ana, Francisca, Magdalena, Antonia y Catalina son los nombres de algunas de las mujeres sin las cuales la Guerra de Independencia de 1810 no se hubiera consumado o su fin habría sido diferente.
De otras se saben sólo sus apellidos, como González, Moreno y La Mar y de no pocas sólo quedó registrado el lugar de sus actos heroicos, como Soto la Marina y Huichapan.
La Guerra de Independencia, iniciada la madrugada del 15 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores, Guanajuato, contó desde antes de estallada con la participación de mujeres, como Josefa Ortiz de Domínguez, quien contribuyó en su preparación en Querétaro.
Pero fueron miles las que siguieron a las fuerzas independentistas, que participaron en los combates, que aportaron su dinero, curaron heridos, cuidaron a las y los huérfanos, que sirvieron de correo, de informadoras, miles las que alimentaron a las tropas y abastecieron con agua, ropas y armamento a las fuerzas insurgentes.
Fueron ellas también las que limpiaron la sangre derramada en calles y casas de los pueblos donde se libraron batallas y las que, durante los sitios a ciudades y comunidades, se arriesgaron a salir en busca de víveres, agua y ayuda.
En voz de la historiadora feminista Patricia Galeana, fundadora de la Federación Mexicana de Universitarias (FEMU), fue activa la partición de la población femenina en la lucha por la Independencia de México y, sin embargo, son pocas las mujeres rescatadas del olvido, peor aún, a sus acciones no se les ha dado la importancia que tuvieron.
La historiografía, añade la maestra Galeana en su texto “Lecciones de las mujeres de México en el siglo XIX y asignaturas pendientes”, publicado el año pasado en el boletín de la FEMU, sólo ha destacado a Josefa Ortiz de Domínguez y a Leona Vicario.
En menor medida a Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín y Gertrudis Bocanegra, que fue fusilada en 1818 por los realistas, y a María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, “La Güera Rodríguez”, que trascendió no sólo por su apoyo a la insurgencia sino por transgresora al deber ser femenino.
Investigaciones como la titulada Mujeres de Latinoamérica en Cifras, realizada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en 2003, demuestran que sin la participación de las mujeres el triunfo de la Independencia no hubiera sido posible y, a pesar de ello, sus acciones no aparecen en la historia (Cimacnoticias 16 sep 03).
LAS INSURGENTES, LAS OLVIDADAS
Mariana Rodríguez del Toro celebraba, junto con su esposo Manuel, el lunes santo de 1811 una tertulia en su casa, en la Ciudad de México, a la que acudían personas simpatizantes de la independencia, relata el cronista Luis González Obregón.
Después de las 8 y media de la noche, un brusco toque de campanas de la Catedral y una salva de artillería alarmaron a los asistentes a la tertulia. El gobierno virreinal, regocijado por la prisión de Miguel Hidalgo y de sus compañeros anunciaba así el acontecimiento. La noticia en casa de Mariana cayó como un rayo. El pánico, dice el cronista, enfrió las venas de los más tímidos.
Y Mariana se levantó en medio de todos diciendo “¿Qué es esto, señores? ¿Ya no hay hombres en América? Los asistentes se preguntaron “¿qué hacer?”. “¡Libertar a los prisioneros!”, dijo Mariana. ¿Pero cómo?, volvieron a preguntar. Y ella respondió resuelta: ¡Apoderarse del Virrey en el paseo, y ahorcarlo!”.
Esa noche nació la conspiración conocida como la conspiración del año 11, que fracasó, pero despertó en muchos habitantes de la colonia el espíritu público.
Manuela Medina, nacida en Texcoco y llamada La Capitana, levantó una compañía de independientes, participó en siete acciones de guerra y viajó más de cien leguas para conocer a José María Morelos. Murió en 1822 como consecuencia de dos heridas que recibió en combate y que la tuvieron postrada “en el lecho del dolor”, narra González Obregón.
María Fermina Rivera fue viuda de un coronel de caballería y --escribió José Joaquín Fernández de Lizardi-- tuvo que luchar con hambres terribles, caminos fragosos, climas ingratos y cuanto malo padecieron su compañeros de armas.
Algunas veces cogía el fusil de algunos de los muertos o heridos y sostenía el fuego al lado de su marido “con el mismo denuendo y bizarría que pudiera un soldado veterano”. Murió María Fermina en la acción de Chichihualco, defendiéndose al lado de Vicente Guerrero, en 1821.
María Herrera, huérfana de madre, quemó su hacienda para no proporcionar recursos a los realistas. Alojó en su rancho del Venadito a Francisco Javier Mina y ambos fueron ahí apresados por el enemigo. Fue perseguida, robada e insultada después por “una soldadesca incapaz de respetar el heroísmo” y tuvo que vivir en medio de los bosques, desnuda y hambrienta “como una eremita en la soledad”, escribió González Obregón.
HEROÍNAS Y MÁRTIRES
Las fuerzas insurgentes, afirma González Obregón, nunca fusilaron a mujer alguna del bando realista, no así éstos: una noche tempestuosa de agosto de 1814, cerca del pueblo de Valtierrilla, Guanajuato, una partida de realistas se batía con un grupo de insurgentes.
Fue una lucha difícil que duró desde las 8 y media de la noche hasta las siete y media de la mañana. No se sabe quién fue el grupo vencedor, pero lo que sí se sabe es que la insurgente María Tomasa Estévez, “comisionada para seducir a la tropa”, fue fusilada en Villa de Salamanca días después.
Luisa Martínez tenía, junto con su esposo, un tendejón en Erongarícuaro, Michoacán. En el pueblo, dice González Obregón, todos eran “chaquetas”, es decir, partidarios de los realistas, pero ella era insurgente y proporcionaba a éstos noticias oportunas, víveres, recurso y les enviaba además comunicaciones de los jefes superiores con quienes sostenía continuada correspondencia.
Un día, el hombre que trabajaba como su correo fue sorprendido y Luisa huyó, pero la persiguieron, la encarcelaron y fue encapillada. Para recobrar su libertad dio 2 mil pesos y prometió no volver a comunicarse con los insurgentes. Pero no lo hizo así y tres veces más se le persiguió, encarceló y multo hasta que no pudo pagar 4 mil pesos y fue fusilada en el cementerio del lugar, en 1817.
“¿Por qué tan obstinada persecución contra mí? Tengo derecho a hacer cuanto pueda a favor de mi patria, porque soy mexicana”, dijo Luisa poco antes de morir.
También en Michoacán, Gertrudis Bocanegra luchó por la patria. Salvó, junto con su esposo, a Francisco Javier Mina y a otros caudillos en más de una ocasión. Murió fusilada en Pátzcuaro el 10 de octubre de 1817.
Se sabe también que María Petra Teruel de Velasco protegió a los insurgentes presos. Que Ana García acompañó a su esposo Félix a la guerra y lo salvó de dos sentencias de muerte.
Trascienden el tiempo las acciones de las hermanas González, de Pénjamo, que sacrificaron su fortuna y derribaron su casa para unirse a la lucha. También las hermanas Moreno, así como Francisca y Magdalena Godos, de igual forma hermanas, que durante el sitio de Coscomatepec hacían cartuchos y cuidaban a los heridos.
HEROÍNAS SIN NOMBRE
Nadie recuerda cómo se llamaba, pero sí que era esposa de Albino García y montada a caballo, sable en mano, entraba la primera a los ataques animando con su voz y ejemplo a los soldados.
En Soto La Marina, Tamaulipas, durante el sitio que sufrió la localidad, fue una mujer quien tuvo el arrojo y en medio de una lluvia de balas salió en busca de agua. Igual valentía mostró otra mujer en Huichapan que se quedó sola frente a los soldados enemigos quienes, asombrados, decidieron conservarle la vida.
Con el general Mina llegó al país una francesa de apellido La Mar, quien cuidó a los heridos, fue aprisionada varias veces y obligada a trabajos forzados.
En Guerrero, durante el sitio a Tlacotepec, cuando el hambre era angustiante para los insurgentes, ante el general Nicolás Bravo se presentaron Antonia Nava y su amiga Catalina González, al frente de un grupo de mujeres. “No podemos pelear, pero podemos servir de alimento para que sea repartido como ración a los soldados”, dijo Antonia e intentó herirse con un puñal.
Todos impidieron la acción y el desaliento desapareció de los soldados. Las mujeres se armaron de machetes y garrotes y salieron a pelear con el enemigo.
08/GGyZS/GG
Palabra de Antígona
Mexicanos al Grito de Guerra
Por Sara Lovera*
México DF, 15 sep 08 (CIMAC).- El mes de septiembre es considerado como el mes patrio, vocablo que viene de pater, patria, poder y sistema patriarcal.
Se celebra en toda las plazas del país, sin distingo. Hombres y mujeres, por una noche estamos en unión libertaria, hasta para tomarnos un buen pozole y una cerveza fresca.
La independencia de México, esa liberación del grillete español de más de tres siglos es, sin duda, lo que momentáneamente une a mexicanas y mexicanos.
Es la reafirmación de la paz y no de la guerra. Por eso los soldados en el desfile conmemorativo salen de sus cuarteles y muestran sus destrezas acrobáticas y no guerreras.
Para nosotras las figuras emblemáticas de Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario son el precedente histórico de la participación social y política de las mexicanas, con nombre y rostro.
De las indígenas que resistieron durante más de tres siglos a la conquista, sólo nos queda la piel y la sangre, dolorosa y tremenda, ya que el mestizaje se produjo a fuerza de violaciones sexuales masivas y oprobiosas. Se nos enseñó a reconocerlas como la forma, brutal, de la constitución de nuestra identidad.
Muchas crecimos y nos desarrollamos por muchos años reconociendo los días patrios como símbolo de libertad y autonomía. Creímos acríticamente en los héroes de esa guerra y cantamos todos los lunes, en la escuela, frente a la bandera nacional, un himno cuyas coordenadas son esa historia que hoy, vacía y distante, es siempre guerrera.
¡Vaya, ¿cuántas veces nos hemos emocionado hasta las lágrimas? ¿Cuántas veces nuestros labios han temblado, sinceramente, con esa frase de que dios le dio a la patria en cada hijo un soldado?!
Y luego, nuestro corazón inflamado, sostiene, tiernamente, como en un estallido molecular, “Mexicanos al grito de guerra….
Este 12 de septiembre de 2008 Felipe Calderón, en una ceremonia en el Colegio Militar llamó a la guerra, no sólo a sus administradores, funcionarios públicos, sino a todos y cada uno de los gobiernos de la Federación.
Llamó a la guerra a todas y todos los ciudadanos de este país, les dijo “deber patrio” la “defensa de México”, y agregó, con palabras profundas, propias de la tremenda telenovela del momento: “no habrá tregua ni cuartel, rescataremos uno a uno los espacios públicos y los pueblos y las ciudades… para devolverlos a los niños, a los ciudadanos, a las madres de familia, a los abuelos”.
Un verdadero llamado a la violencia, un llamado al enfrentamiento, a la denuncia de los “malvivientes”, a “defender a México de sus enemigos”.
Calderón, abrió hace 20 meses una guerra que los especialistas identifican con inútil militarización y una estrategia equivocada que sólo conducirá a una crisis de violencia, porque empiezan a cerrarse los espacios a la participación civil.
Calderón, cuyo rostro se ha ido poco a poco deformando, anunció, esa misma semana, que aumentará el presupuesto a los cuerpos policíacos y castrenses. Hasta en 49.8 por ciento a la Secretaría de Seguridad Pública; 29 por ciento a la Procuraduría General de la República; 16.1 por ciento a la Secretaría de la Defensa Nacional.
Y en 20 meses, una guerra que él declaro a las sombras que se materializan con ejecuciones sistemáticas, hasta más de tres mil este año; una guerra que está enviando como misiles mensajes continuados de temor y de horror, una guerra que ya es comparada con los aciagos días de las dictaduras militares en tierras latinoamericanas.
Una guerra a la que le aplicará los recursos que son urgentes en otras áreas, para crear empleos, aplicar en programas de salud y educación, la Secretaría más castigada en su proyecto de presupuesto para 2009; dinero para cultivar nuestras tierras y producir alimentos. Dinero de los impuestos y los débitos de cada uno y una de quienes trabajamos. Dinero para la investigación y la educación superior.
Es posible, como dijo la diputada Claudia Cruz, pensar que tras esta guerra un poco ficticia y mediática, está el enorme negocio de las armas y la industria militar, cuyos gananciosos son grandes capitales internacionales y bancarios.
El fervor patrio que se metió en nuestra corriente cerebral y sanguínea, ese de la independencia, la autonomía y la libertad, en los actos, el discurso guerrero y manipulador, se ha convertido en reguero de muertos, como los que se encontraron a 15 kilómetros del Distrito Federal, ese mismo viernes 12, en los terrenos del parque de La Marquesa.
Los especialistas claman por prevención, educación, desarrollo social, reestablecimiento de la paz. Ellos, como Erubiel Tirado, que coordina un diplomado de seguridad nacional en la Universidad Iberoamericana, dicen que la militarización está en puerta.
Mientras, los ya antiguos y festivos días de septiembre se van dibujando en 2008 como los más tristes y penosos de nuestra pequeña biografía personal.
* Periodista mexicana. Cumplirá 40 años de vida profesional en 2008. Es integrante del Consejo Directivo de CIMAC, corresponsal de Semlac en México, integrante del Consejo del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal y todos los lunes forma parte de la Mesa Periodistas del Canal 21, el Canal de la Ciudad de México en TV por Internet.
saralovera@yahoo.com.mx
08/SL/GG
No hay comentarios.:
Publicar un comentario