Sara Lovera López
saralovera@yahoo.com.mx
El 25 de noviembre en todo el mundo se inició una jornada de reflexión sobre la violencia contra las mujeres. Sucede que la violencia que se perpetra en las mujeres no es un fenómeno exclusivo de una ciudad o un país.
Los estudios realizados por las feministas a lo largo de los últimos 30 años muestran, por desgracia, que la violencia contra las mujeres es por eso, porque somos mujeres, consideradas menos que los hombres. Excluidas en la sociedad que mayoritariamente dirigen ellos, en todos los niveles y ámbitos y muchas mujeres que piensan y se comportan como los hombres.
Por ello es tan importante esta jornada que está cumpliendo 17 años y que une el 25 de noviembre, Día Mundial por la desaparición de las violencias contra las mujeres; hace énfasis en cómo la pandemia del sida produce violencia en la sociedad contra quienes la padecen, el primero de diciembre; que recuerda el 6 de diciembre, cuando un joven mató a un grupo de universitarias en Montreal, y llega al 10 de diciembre día en que se conmemora la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Nada es por casualidad. Esta vez se cumplen 60 años desde esa carta, en momentos en que la mayor conciencia de lo que son esos derechos, no ha detenido a la barbarie instrumentada por numerosos gobiernos del orbe.
Hoy la violencia institucional contra las mujeres es grave; hasta más allá del 25 por ciento de las mujeres que sufren violencia en este país se queja de toda clase de instituciones, incapaces de responder a la denuncia y a las demandas. Especialmente en el ámbito federal.
A pesar de ello, la tarea por enfrentar y explicar la violencia contra las mujeres, es una tarea de toda la sociedad, empezando por quienes tienen mayor conciencia, ese grupo pequeño, diverso y tesonero que somos las feministas, quienes hemos creado conocimiento, ciencia, método e instituciones para disminuir el fenómeno.
El problema de la violencia contra las mujeres, que sólo en el Distrito Federal cobra algunas vidas al año; donde hasta más del 57 por ciento de hogares vive en conflicto, donde las principales víctimas son las mujeres y es al mismo tiempo la ciudad más democrática y libre del país.
Es curioso cómo la ciudad es hostil a las mujeres, donde existe el mayor número de mujeres atacadas en la vía pública, en el transporte, en el camino a casa. Cerca de 2 millones de mujeres sufren esta violencia y al mismo tiempo es aquí donde más se ha hecho.
¿Quién puede pararla? No puede hacerlo una voluntad a secas, que en este caso existe desde el jefe de gobierno, no puede hacerlo una dependencia, tienen que trabajar coordinadas como dice la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia; coordinarse significa hacer bien cada quien lo que tiene que hacer, en actitud generosa y cooperante.
Esta es la parte más difícil, porque todavía existen sectores de funcionarios y funcionarias que no entienden qué es integral, cómo coordinar acciones en espacios de prevención, cómo y qué hacen las unidades que existen en cada delegación; de atención en la mesa de trámite de la Procuraduría, en las agencias investigadoras, en los juzgados; en la salud, en cada hospital y en áreas de salud mental; cómo coordinarse es la gran tarea de los tiempos por venir, para hacer de una voluntad política, una realidad.
Que disminuya este flagelo. Es verdad que la ciudad de México es la más democrática del país, históricamente aquí nacieron las instituciones para parar la violencia. Pero es verdad que el gobierno actual ha ido mucho más allá, en acciones que las feministas demandaron hace muchos años. Si el Estado apoya a una mujer golpeada en casa, puede salir de ello más fácilmente y esto no es una ocurrencia de una o dos funcionarias o una o dos académicas, lleva años en espera.
Se suman y multiplican esta jornada las reflexiones, decía, en todo el mundo. Lo hacen los gobiernos con la sociedad civil. Sólo en la ciudad de México habrá de todo, y es importante.
Sin embargo, habría que pensar en lo cotidiano, en las formas como cada funcionario trata a sus colaboradoras, en la manera como se relacionan hombres y mujeres en la vida de la ciudad, cada día, cada instante.
Una amiga me decía que en el fondo de la violencia y la pobreza, el problema siempre es de educación, de buenas maneras, de cultura, de capacidad para serenarse y actuar.
Y eso sólo se logra con la práctica de las buenas maneras, de volver a los detalles, de hacerse cada día humano y humana, para que no nos invada el terror del mundo, ese allá el de los hombres que necesitan ser reconocidos a cada instante para existir.
Acá las mujeres, por suerte, lo que tenemos es nuestra propia vida para salvar y evitar que la violencia nos haga tan feas y hostiles, como los que tienen poder y distribuyen sólo cosas fétidas e injustas.
Por eso sólo se resuelven el 3 por ciento de los crímenes, por eso no para la violencia, porque antes de servir al público se buscan los reflectores y el reconocimiento personal, cuando es sencilla la cosa, el del reconocimiento personal es el camino a la corrupción y el dinero.
Para abatir la violencia contra las mujeres lo que se necesita es profesionalismo, generosidad, valor para entender que con la violencia que se ejerce contra las mujeres, no se pude hacer política y discurso, sino actuar.
Y por qué lo digo. Porque en este problema los o las políticas tradicionales, del PRI o del PAN, hacen mucha demagogia; en otros gobiernos hay quienes centran su deseo sólo en figurar o ser nombrados o nombradas en los medios, sin hacer suficiente. Lo que sin duda no parará a la violencia contra las mujeres.
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