Carlos antonio villa guzmán
La disparidad casi antitética entre el gobernante mexicano, tan corto de miras como de estatura y el atlético y culto presidente estadounidense, es apabullante.
El sonriente Barak Obama asume con una aceptación casi universal, como no se había visto en mucho tiempo en su país. En contraste, Felipe Calderón va siempre rodeado de militares y policías a sabiendas de encontrarse con gente que enardecidamente le grita: ¡Espurio!, aunque luego tenga que soportar los maltratos del “amable” y suavecito personal del “Estado Mayor Presidencial”, adiestrado para silenciar y reprimir todo lo que vaya en contra de la imagen de su protegido.
Las multitudes apretujadas en la explanada del Capitolio de Washington, aclamando hasta las lágrimas a su presidente legítimo, porque les inflama de esperanza, no guardan nada en común con el gentío defraudado que deseaba manifestar su coraje ante la presencia del cínico ladrón que asumió el cargo de presidente de México entrando y saliendo por la puerta trasera, custodiado de guardias.
No tiene nada que ver Barak, un hombre inteligente cuyo lenguaje y sentimientos dejan ver claramente un espíritu cultivado, dispuesto a ejercer el cargo bajo una presión que no se puede comparar a ningún otro presidente del mundo, con un individuo que constantemente tropieza con las palabras y con los hechos. Tan falto de idea como de asesores que le eviten caer en los atolladeros donde constantemente resbala, como cuando iba en bicicleta.
Calderón está pagando la necedad y vanidad de verse de mandatario a como de lugar: “haiga sido como haiga sido”, dijo y se retrató con sus palabras. Impuesto por un clan de voraces que se acaban lo que queda del país a dentelladas, no sabe si continuar de soldado- policía, o predicar homilías oficiales, rodeado de sotanas. El hombrecillo despistado solo puede impresionar monjas, curas, y ciertos clasemedieros despolitizados, además de colegiales, pero no de todas las escuelas.
Allá sienten alegría, aquí vivimos con terror y vergüenza. Estamos bajo un régimen refractario a la cultura universal, capaz de prohibir besos entre seres que así manifiestan su cariño públicamente. Los gobernantes de ese partido que se llama Acción Nacional, resultaron tan faltos de ética como lo fueran los peores políticos del régimen de setenta años. Prometieron honestidad, eficacia, pero en cambio nos han dado los peores resultados imaginables. Construyeron un “narcoestado”, en tanto se arrulla al pueblo con sermones, le distraen con cohetes, futbolismo o bandas.
Opaca demasiado la figura del presidente estadounidense a la sombra que dice que gobierna en México. Qué pena. Los ciudadanos vecinos acaban de despedir al que consideran el peor presidente de la historia, tan identificado con las lacras que le sirvieron desde aquí y de las cuales no hemos podido librarnos: Salinas, Zedillo, Fox y este pelele: coautores del “Estado fallido”.
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