Manú Dornbierer
Un amigo fraterno me comenta: Estamos en una guerra y la única institución capaz de intervenir es el ejército.
La tesis es muy fuerte porque reconoce que las policías mexicanas son punto menos que inútiles para asegurar un clima de armonía y de respeto a las leyes. Durante varias décadas se deterioró la calidad de los cuerpos policíacos y del aparato de impartición de justicia, al grado que hoy se presentan al mejor postor policías y jueces y según muchos libros varios generales.
Se nos dice con frecuencia que una de las causas de la mala calidad de la policía es el bajo salario que reciben, sin negar que los agentes de “la ley” están mal pagados, uno debe plantear que si el salario no les gusta que se busquen otro trabajo, pero no se puede justificar la perversidad de aprovechar una oportunidad muy atractiva de contar con autoridad y un arma para violar esa misma ley que se comprometieron a respetar, luego entonces, habiendo llegado a ese nivel de cinismo no hay salario posible que los saque de la cultura de abuso, crimen e impunidad que han construido. Ya se les duplicara el salario y no dejarán de delinquir.
Por lo que toca a los jueces el cuadro es similar, mencionemos el caso del magistrado del tribunal electoral que organizó la corrupción no obstante contar con uno de los salarios más elevados de la burocracia, el de los jueces que no encuentran méritos a la flagrancia de capos de la droga, o de aquel magistrado del Supremo Tribunal de justicia que se vendió. El problema no es el salario, es cultural y no se resolverá en el corto o mediano plazo.
El argumento reconoce el fracaso de la política y de los políticos como factores de conducción societaria y administradores de instituciones destinadas a fomentar la buena convivencia social. Uno de los efectos perniciosos de la crisis actual es que a su fin las instituciones sufrirán de una crisis severa de falta de credibilidad, aspecto del que nadie se ocupa.
Para este tipo de análisis se debe considerar como premisa irrefutable que la corrupción es un signo de nuestros tiempos. La existencia del crimen organizado se explica en México solamente por su cruce con la política, como bien demuestran casi todos los libros que se han escrito sobre el narcotráfico y que consignan la protección de policías, jueces, gobernantes llegando hasta la misma presidencia de la república.
Para alguien perteneciente a la generación del 68, a la que pertenecemos mi amigo y yo, cuesta trabajo aceptar la tesis del ejército bueno o de la última opción del régimen. Son varios los problemas asociados con el papel e imagen del ejército.
Nadie puede sostener que el ejercito es la única institución limpia del país y que no esta inoculada por la corrupción o la cultura del abuso. La detención de militares de alto nivel que estaban involucrados con el narco demuestra que nadie esta fuera del alcance de las caricias del capo en turno, y las múltiples quejas en contra de los abusos del ejército demuestra que o la cultura de la impunidad esta acendrada entre los militares o que como dice mi amigo, estamos en medio de una guerra y los efectos colaterales se extienden a los inocentes. Un visitador de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos en Chihuahua habla de 9 desaparecidos y de 160 quejas contra abusos del ejército.
Aceptando la tesis de encontrarnos en una guerra hay que indicar que ni el gobierno ni el ejército están preparados para pelear en las ciudades en contra de fuerzas que han penetrado a la sociedad igual o en mayor medida que han penetrado a la política o al ejército mismo, un caso dramático lo representa el caso de los Zetas, una fuerza de elite que se preparó para luchar contra el narco y que se cambio de bando por motivos de ganancia económica al grado de hoy conformar un cartel por demás sanguinario, de nuevo la cultura del abuso.
La situación respecto al crimen organizado es lo suficientemente grave como para tomársela a la ligera y si el desplazamiento militar es una opción desesperada del gobierno, la conclusión es que deben ir hasta el final, lo que en principio anuncia que habrá más errores honestos, fuego amigo, pero también abuso e impunidad.
El ejército esta inmerso en una situación paradójica: no puede darse el lujo de perder porque el daño a la institución será mayúsculo en el caso que manden de regreso a los cuarteles a un ejército derrotado y para ganar el efecto colateral será inmenso con lo que el prestigio de la institución caerá por los suelos.
manoudornbierer@gmail.com
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