El peso del apellido Obama
J. JESúS ESQUIVEL
WASHINGTON, 14 de octubre (apro).- Las obsesiones de seguridad en los edificios federales de la capital estadunidense no tienen mejor ejemplo que el ingreso a la Casa Blanca, pero en ocasiones esos protocolos tan minuciosos se pueden eludir, sobre todo si el visitante se apellida Obama, aunque primero deba pasar el trago amargo de la certificación de los agentes del Servicio Secreto. El martes pasado, en la puerta ubicada en el 1600 de la avenida Pensilvania, que sirve de acceso para la prensa y público en general que tienen una cita con un funcionario de la Casa Blanca, pero no con el Presidente –por lo menos no los que llegan a pie, porque justo al lado de esa puerta se encuentra la reja por donde ingresan las limusinas de los dignatarios extranjeros y los lujosos automóviles de los legisladores estadunidenses que buscan entrevistarse con el Ejecutivo--, ocurrió un incidente que demuestra que el peso de un apellido puede estar por encima de cualquier protocolo de seguridad. Robert Gibbs, vocero del presidente Barack Obama, decidió pasar de la 13:45 horas a las 14:00 (hora local) su rueda de prensa cotidiana de ese martes 13 de octubre, debido a que el presidente extendió más de lo previsto la sesión de fotografías en la Oficina Oval con el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Afuera, en la puerta de entrada para la prensa, había una fila inusual de reporteros sin acreditación ante la Casa Blanca, esperando la aprobación del Servicio Secreto para poder entrar a la conferencia de prensa de Gibbs.Al frente de esa fila se encontraba una mujer de raza negra, de entre unos 35 a 40 años de edad, quien por medio del interfón se comunicaba con el agente del Servicio Secreto que debía aprobar su ingreso. --¿Qué desea? –preguntó el agente. --Tengo una cita. --¿Con quién? --Tengo una cita --contestó la señora sin dar más explicación. Extrañado y molesto, el agente arremetió: --¿Apellido? --Obama. --¿Apellido? --Obama --dijo por segunda ocasión la mujer, provocando la risa espontánea de los reporteros que estaban atrás de ella, quienes asumían se trataba de una impostora que quería llamar la atención. --Señora, por favor, su apellido --insistió el agente del Servicio Secreto desde la caseta donde se encuentra el arco detector de metales por el que todo visitante debe pasar. --Obama --respondió por tercera ocasión la señora. Molesto por la terquedad de la mujer en decir que se apellidaba Obama, el agente volvió a preguntar en tono de amenaza. --Señora, ¿cómo se apellida? --Obama. Soy familiar del presidente --respondió con enfado la señora que vestía un pantalón de mezclilla y una gabardina gris. El agente, incrédulo y molesto, decidió salir de la caseta para interrogar frente a frente a la señora que se atrevió a decir que era familiar de Barack Obama, lo que causó aún más la burla de los reporteros que la escucharon.
Frente a ella y sólo la reja de por medio, la mujer con toda la calma del mundo puso frente al rostro del agente su pasaporte emitido por el gobierno de Kenia. Confundido, el agente le arrebató el documento y se metió a la caseta de seguridad para cotejar los datos de las personas que tenían cita ese día con alguien de la Casa Blanca. En menos de un minuto el agente, perplejo, respondió por el interfón: "Señora, se equivocó de puerta, esta no es la entrada de los invitados especiales", y en ese mismo instante salieron a la reja tres agentes del Servicio Secreto, quienes con la mayor amabilidad del mundo hicieron pasar a la mujer a la Casa Blanca, sin tener que someterse a la máquina de detección de metales.
Los reporteros que atestiguaron el incidente se preguntaron si sería ¿prima?, ¿tía? o ¿hermana? del presidente de Estados Unidos. Nadie les dio respuesta, la señora tenía una "cita privada" en la mansión de la Casa Blanca. Barack Obama en su libro Sueños de mi padre, relata que en Kenia tiene una familia bastante numerosa, compuesta de medios hermanos, primos, primas, tíos, tías, sobrinos, sobrinas y un largo etcétera.
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