La sociedad de la nieve
Desde aquella fecha, la catástrofe ha suscitado en dosis muy parejas el morbo colectivo y la reflexión humanista. La razón principal es harto conocida. Para sobrevivir 72 días en medio de la nieve, en condiciones muy adversas y cortados por completo de una civilización que los había dado por muertos, los tripulantes tuvieron que recurrir al canibalismo.
Los ingredientes dramáticos de la hazaña dieron lugar en 1974 a un bestseller de Piers Paul Read, ¡Viven!; un año después, a una cinta de tremendismo oportunista, Los sobrevivientes de los Andes, perpetrada por René Cardona y estelarizada por Hugo Stiglitz, basada en Survive, relato no autorizado de Clay Blair, Jr, y en 1993 a una cinta más, ¡Viven!, de Frank Marshall, con Ethan Hawke en uno de los papeles centrales.
El director de La sociedad de la nieve, el uruguayo Gonzalo Arijón, amigo cercano de la hermandad de sobrevivientes, describe sin sensacionalismo y con una recreación convincente el proceso de aclimatación del grupo de jóvenes a una situación de aislamiento absoluto, el ensayo de mil estrategias de supervivencia, y el dilema moral de tener que comer la carne de los compañeros muertos transformando el horror en un rito espiritual que equipara el canibalismo a la comunión sagrada.
Los episodios más sugerentes son aquellos en que el cineasta coloca al espectador frente a una naturaleza hostil que paulatinamente cobra tintes de irrealidad y de delirio. Más adelante, cuando la dramatización cede el paso al testimonio directo de los quincuagenarios que libran hoy con humor y serenidad el relato de lo vivido, y la manera en que el suceso transformó por completo sus existencias y la de sus hijos, la épica colectiva se desdobla en registros individualizados que valen cada uno por sus acentos de sinceridad y por la calidad moral de la valentía.
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