Vuelve a la vida
El Acapulco del jet set post-alemanista y lo que trabajosamente fue sobreviviendo, y que en su momento capturó la lente de Demetrio Bilbatúa para programado asombro de propios y extraños. Ese Acapulco mítico, anterior a la especulación inmobiliaria y a las periódicas incursiones de los narcotraficantes, es el que hoy recrea el cineasta Carlos Hagerman, con testimonios e imágenes de archivo, en su nostálgico y efusivo documental Vuelve a la vida.
La historia de este coctel fílmico la cuenta John Grillo, hijastro del Perro Largo, y comienza por explicar el doble significado del apodo del protagonista: largo por la estatura y por su fama de hablador y mitotero
, perro por sus dientes filosos y posiblemente por su habilidad para caer bien y ser de todo mundo amigo y recuerdo entrañable. Su esposa, Robyn Sidney, una espléndida modelo anglosajona, con el finísimo talle de moda en la época (el look Twiggy), llegó a Acapulco en compañía del pequeño John, y se enamoró del Perro Largo Martínez.
Vuelve a la vida cuenta la historia de la pareja, a partir del relato memorioso del hijo de Robyn, guionista y también fotógrafo de la cinta, y refiere de paso la mítica persecución, a lo Moby Dick tropical, de una tintorera asesina. Los personajes sobrevivientes de esa épica de antaño desfilan hoy en la playa, celebratorios y altivos ante la cámara, como personajes fellinescos, para sugerir en este pintoresco álbum de familia, estupendamente musicalizado, la pátina de una entrañable postal vieja de aquel paraíso perdido.
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