Había una vez un proletario
Si uno piensa en un documental clásico occidental (Cómo Yu Kong desplazó las montañas, de Joris Ivens y Marceline Loridan, monumental saga de los años 70 del siglo pasado), o más recientemente, los incisivos trabajos minimalistas de Wang Bing (Al oeste de las vías del tren, 2003; Crónica de una mujer china, 2007), la tarea de Xiaolu sólo podía ser un gran reto.
Su aproximación se mantiene alejada de la épica y de toda complacencia ideológica. Una serie de entrevistas –a obreros, comerciantes, jóvenes, mujeres– refiere las mutaciones más recientes de la sociedad china y el paulatino abandono del ideal maoísta de una sociedad igualitaria.
Las 12 viñetas que integran el documental de Xiaolu recurren al procedimiento novedoso de intercalar escenas en las que algunos niños comparten la lectura en voz alta de anécdotas humorísticas que son parábolas de la vida colectiva. Las personas entrevistadas comentan y denuncian, con amargura, pero también con buena dosis de humor, el colapso de la ilusión colectivista y el advenimiento de una feroz competencia neoliberal.
Asistimos de paso a algo asombroso: la vieja patria comunista, con los episodios de terror que fueron la revolución cultural y la matanza de la plaza Tian’anmen, casi aparecen hoy, para algunos personajes, como un paraíso perdido al lado de la creciente deshumanización que genera desempleo, explotación laboral y corrupción generalizada.
La cinta no matiza estas realidades y sólo confronta lo viejo y lo nuevo, la tradición comunista y la pujanza neo-capitalista, y ofrece a final de cuentas, y sin un análisis más profundo, una oscura visión de las contradicciones sociales en la gran potencia económica. El desencanto es particularmente fuerte en el personaje anciano de una anécdota leída por los niños, quien comenta: No me atrevo a morir, los cementerios son demasiado caros
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