Ricardo Raphael
“Lo que no se publique aquí, lo vamos a ver en los periódicos de El Paso”, afirmó la periodista juarense Sandra Rodríguez en una entrevista que le hice hace poco más de un año. “Por eso los reporteros de Juárez tenemos más libertad. En cambio, en Tamaulipas no puedes siquiera informar sobre los muertos”.
La libertad de expresión pierde todos los días terreno en nuestro país. Son prácticas de uso corriente impedir que ciertos hechos se conozcan, esconder fragmentos de la realidad, exhibir machaconamente algún argumento mientras, al tiempo, se ignora otro.
Los autores del silencio pueden ser criminales organizados o sus socios que, desde las oficinas públicas, odian a quienes les denuncian. Son también aquellos que, con recursos privados o gubernamentales, compran publicidad y a cambio exigen una línea editorial favorable. Son las empresas dedicadas a la comunicación que subordinan la tarea de informar a sus pueriles intereses económicos. Son los voceros de la inteligencia bien pagada que suelen terminar muy amigados con el príncipe de moda.
Poco importa si se pasean libremente o si permanecen escondidos en la madriguera de la ilegalidad, los autores del silencio trabajan, juntos, para un México donde la libertad de expresión y el derecho a la información sea prerrogativa de unos cuantos. Lo pueden hacer porque cuentan con dinero en abundancia para corromper conciencias, o porque están dispuestos a usar la violencia en sus peores expresiones.
Tengo para mí que la rebeldía joven lanzada a las calles el pasado fin de semana tiene mucho que ver con este asunto: “Con información, no hay manipulación”, reza un mensaje que se multiplica al infinito en redes sociales. Corren también las consignas que instan a informarse en internet y no en televisión.
Y es que las redes sociales están siendo para la libertad de expresión, lo que los periódicos de El Paso han sido siempre para Ciudad Juárez.
En un México donde el dueño de la principal televisora mexicana podía declararse soldado del régimen, los habitantes de nuestro país estábamos arrojados a la arbitraria desinformación. Pero en este siglo XXI, de muy poco sirve torcer la realidad si en la ciudad virtual lo relevante se hace público en cuestión de minutos.
La joven rebeldía que marchó este fin de semana señaló a los autores del silencio y al paso les advirtió que su política editorial es repugnante. La suya no es una generación a la que pueda mentirse, a la que pueda ningunearse, a la que se le ofrezca, sin pagar las consecuencias, mal circo y poco pan.
Las redes sociales se están convirtiendo, para el mundo y también en México, en el lugar donde la información compite sin filtros, sin límites policiacos o políticos, sin desviados intereses económicos. Se han quedado viviendo en el sueño electromagnético sólo unos cuantos antepasados que añoran Tamaulipas o Veracruz sin darse cuenta de que todo el país marcha hacia Ciudad Juárez.
Hoy cabe preguntarse qué harán las autoridades, sobre todo las electorales, para no sumarse al bando de los silenciadores. Hay demasiadas denuncias que, desde dentro y desde fuera de las campañas políticas, apuntan hacia una severa corrupción informativa. De investigarse como procede, el país podría estar de nuevo ante expedientes tan escandalosos como el Pemexgate o los Amigos de Fox.
¿Cuánto dinero de nuestros impuestos ha sido manipulado por empresas como TV Promo o Maz México para propósitos político electorales? El conflicto de interés que se incuba en estas y otras empresas tiene a esta contienda metida en el riel de la ilegitimidad. Ya vivimos antes lo que tal cosa significa y por eso resulta buena noticia que estas marchas ocurran previo al día de la elección y no durante los meses posteriores.
Si desde el IFE no se atiende pronto la voz que hoy ocupa las calles, la joven rebeldía terminará montada sobre la espiral de la amarga oposición. Bien decía el viejo Albert O. Hirschman: si las instituciones obstruyen la voz, al final sólo resta la defección. A nadie conviene llegar tan lejos.
@ricardomraphael
Analista político
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