Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Sí, la mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero su repetición hasta el cansancio la regresa a su condición original con el agregado de vacunar a los receptores respecto de nuevos engaños. La credibilidad no sólo es producto del ejercicio de la veracidad, también es resultado del esmerado ejercicio de la falacia.
Creo llegado el momento de la corroboración de tales criterios: el desaseado abuso del poder mediático rebasó el punto crítico y, como el gigante de los pies de barro, cayó estrepitosamente; se gastó y, así lo espero, para siempre; se pasaron de rosca y se les corrió la cuerda, diría el más simple aprendiz de mecánico. Esta es mi particular lectura del venturoso mayo mexicano del 2012: la telecracia creyó en sus propias mentiras y se aventuró a tomar el poder total del país mediante la invención de una imagen a vender al electorado, a la que se le maquilló y se le manipuló convenientemente con un torrente de propaganda falaz, incluidas las encuestas a modo que, más que registrar la opinión pública, pretendieron inducirla a favor de su marca preferida; la machacona presencia en pantalla y en los espectaculares callejeros de un candidato “bonito” se desmoronó a partir del hartazgo de la población, prístinamente expresado por la protesta juvenil. ¡Bendita juventud!
Hay quienes pretenden adjudicar a una magistral jugada de AMLO este venturoso resultado, suponiendo en el tabasqueño una especial dote de maquiavelismo oculto tras una actitud generosa. No lo creo: a Peña Nieto lo despeñó Peña Nieto. López Obrador sólo aplica su fórmula invariable: honestidad y congruencia, muy lejos de cualquier viso de truculencia pero no ajena a una inteligencia superior que considera que el pueblo no es tonto y que hablar con la verdad rinde buenos frutos. La perseverancia en esta manera de hacer política es lo que le ha ganado la confianza y la simpatía popular, sumado esto al privilegio de la dignidad, extraña virtud en el abyecto mundo la politiquería. Esta misma condición convierte a Andrés Manuel en un político impredecible para los analistas acostumbrados a la interpretación de las huellas en el lodazal; buscan con lupa lo que tienen enfrente de cuerpo entero.
Para colmo de las hazañas de la manera diferente de hacer política, el tabasqueño (como suelen llamarlo los periodistas) realiza concentraciones populares por todo el país, brincando del norte al sur y del oriente al poniente en vuelos comerciales; nada de aviones particulares ni helicópteros a su servicio. El artificialmente apretado tiempo de la campaña y la ausencia en los noticieros de la televisión, obligan a la comparecencia directa y a realizar el inusitado esfuerzo físico de los traslados. Ahora hasta en los aviones se hace la campaña progresista, con pasajeros que aplauden y piden el mensaje convincente, con saludo de la tripulación al distinguido pasajero. Para el anecdotario: el piloto de Aeroméxico que saludó la presencia de AMLO por el sonido de la unidad fue vulgarmente despedido por la gerencia de la aerolínea; ni tardos ni perezosos sus compañeros pararon los vuelos y obligaron a la restitución del osado capitán.
Más aún: López Obrador se acerca al don de la ubicuidad. Ahora se dan concentraciones de apoyo sin la presencia física del apoyado, ni siquiera por teleconferencia. El domingo 20 se realizaron concentraciones de apoyo en la Ciudad de México y en otras veinte capitales del país atendiendo a una convocatoria de los grupos de MORENA en varias capitales europeas. La mano invisible del hartazgo y la esperanza mueve voluntades insospechadas.
Pero no hay que adelantar las vísperas; aún quedan cinco semanas de campaña electoral y es de esperarse una virulenta reacción de los que no quieren soltar la teta del poder para su beneficio. Seguramente vendrán nuevamente los bombardeos mediáticos, ya no para encumbrar a la criatura de plástico, sino para tratar de desbarrancar nuevamente al triunfador del 2006, tanto por la vía del infundio y la calumnia como la del fraude electoral. Son ladrones y criminales, pero ni son mancos ni son tontos y cuentan con Don Dinero, ese poderoso caballero.
La Cocina del Diablo, tituló Héctor Díaz Polanco su recientemente publicado libro en el que da cuenta, con aplicado rigor científico, de las entretelas del fraude del 2006. Nada es más oportuno que ponerlas nuevamente en circulación para aviso de la gente: que el fraude electoral jamás se olvide, pero que además se recuerden las maneras empleadas para cometerlo, en términos de prevenir su ya anunciada aplicación renovada. La teoría electoral vigente dice que las elecciones las ejecutan los ciudadanos al votar y al contar los votos, en ello se escudaron para dar carpetazo a la demanda del recuento de los votos; pero la investigación revela que hay ciudadanos honestos y también esbirros de la Gordillo disfrazados de ciudadanos para trucar la voluntad de los electores. Es imperativo evitar que lo vuelvan a hacer. Es deber patriótico cuidar las urnas y los votos.
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Sí, la mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero su repetición hasta el cansancio la regresa a su condición original con el agregado de vacunar a los receptores respecto de nuevos engaños. La credibilidad no sólo es producto del ejercicio de la veracidad, también es resultado del esmerado ejercicio de la falacia.
Creo llegado el momento de la corroboración de tales criterios: el desaseado abuso del poder mediático rebasó el punto crítico y, como el gigante de los pies de barro, cayó estrepitosamente; se gastó y, así lo espero, para siempre; se pasaron de rosca y se les corrió la cuerda, diría el más simple aprendiz de mecánico. Esta es mi particular lectura del venturoso mayo mexicano del 2012: la telecracia creyó en sus propias mentiras y se aventuró a tomar el poder total del país mediante la invención de una imagen a vender al electorado, a la que se le maquilló y se le manipuló convenientemente con un torrente de propaganda falaz, incluidas las encuestas a modo que, más que registrar la opinión pública, pretendieron inducirla a favor de su marca preferida; la machacona presencia en pantalla y en los espectaculares callejeros de un candidato “bonito” se desmoronó a partir del hartazgo de la población, prístinamente expresado por la protesta juvenil. ¡Bendita juventud!
Hay quienes pretenden adjudicar a una magistral jugada de AMLO este venturoso resultado, suponiendo en el tabasqueño una especial dote de maquiavelismo oculto tras una actitud generosa. No lo creo: a Peña Nieto lo despeñó Peña Nieto. López Obrador sólo aplica su fórmula invariable: honestidad y congruencia, muy lejos de cualquier viso de truculencia pero no ajena a una inteligencia superior que considera que el pueblo no es tonto y que hablar con la verdad rinde buenos frutos. La perseverancia en esta manera de hacer política es lo que le ha ganado la confianza y la simpatía popular, sumado esto al privilegio de la dignidad, extraña virtud en el abyecto mundo la politiquería. Esta misma condición convierte a Andrés Manuel en un político impredecible para los analistas acostumbrados a la interpretación de las huellas en el lodazal; buscan con lupa lo que tienen enfrente de cuerpo entero.
Para colmo de las hazañas de la manera diferente de hacer política, el tabasqueño (como suelen llamarlo los periodistas) realiza concentraciones populares por todo el país, brincando del norte al sur y del oriente al poniente en vuelos comerciales; nada de aviones particulares ni helicópteros a su servicio. El artificialmente apretado tiempo de la campaña y la ausencia en los noticieros de la televisión, obligan a la comparecencia directa y a realizar el inusitado esfuerzo físico de los traslados. Ahora hasta en los aviones se hace la campaña progresista, con pasajeros que aplauden y piden el mensaje convincente, con saludo de la tripulación al distinguido pasajero. Para el anecdotario: el piloto de Aeroméxico que saludó la presencia de AMLO por el sonido de la unidad fue vulgarmente despedido por la gerencia de la aerolínea; ni tardos ni perezosos sus compañeros pararon los vuelos y obligaron a la restitución del osado capitán.
Más aún: López Obrador se acerca al don de la ubicuidad. Ahora se dan concentraciones de apoyo sin la presencia física del apoyado, ni siquiera por teleconferencia. El domingo 20 se realizaron concentraciones de apoyo en la Ciudad de México y en otras veinte capitales del país atendiendo a una convocatoria de los grupos de MORENA en varias capitales europeas. La mano invisible del hartazgo y la esperanza mueve voluntades insospechadas.
Pero no hay que adelantar las vísperas; aún quedan cinco semanas de campaña electoral y es de esperarse una virulenta reacción de los que no quieren soltar la teta del poder para su beneficio. Seguramente vendrán nuevamente los bombardeos mediáticos, ya no para encumbrar a la criatura de plástico, sino para tratar de desbarrancar nuevamente al triunfador del 2006, tanto por la vía del infundio y la calumnia como la del fraude electoral. Son ladrones y criminales, pero ni son mancos ni son tontos y cuentan con Don Dinero, ese poderoso caballero.
La Cocina del Diablo, tituló Héctor Díaz Polanco su recientemente publicado libro en el que da cuenta, con aplicado rigor científico, de las entretelas del fraude del 2006. Nada es más oportuno que ponerlas nuevamente en circulación para aviso de la gente: que el fraude electoral jamás se olvide, pero que además se recuerden las maneras empleadas para cometerlo, en términos de prevenir su ya anunciada aplicación renovada. La teoría electoral vigente dice que las elecciones las ejecutan los ciudadanos al votar y al contar los votos, en ello se escudaron para dar carpetazo a la demanda del recuento de los votos; pero la investigación revela que hay ciudadanos honestos y también esbirros de la Gordillo disfrazados de ciudadanos para trucar la voluntad de los electores. Es imperativo evitar que lo vuelvan a hacer. Es deber patriótico cuidar las urnas y los votos.
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