Quienes
siembran odio y discordias son los que se empeñan en mantener un estado
de cosas que sólo puede conceptuarse de antidemocrático e injusto
En los comicios de julio se deberá definir
no sólo el rumbo del país, sino la viabilidad de un futuro menos
riesgoso para la inmensa mayoría de mexicanos. La disyuntiva es seguir
siendo rehenes de una oligarquía apátrida y voraz, o abrirle cauces a la
participación ciudadana con el fin de apuntalar el Estado de Derecho.
En favor de esta última vía se ubican las marchas de miles de ciudadanos
en contra del abanderado de la derecha, Enrique Peña Nieto, ya que
demuestran el alto grado de conciencia de quienes ven con horror la
posibilidad del regreso del PRI a la Presidencia de la República, lo que
significaría no sólo el regreso a prácticas autoritarias y
antidemocráticas, sino el fortalecimiento de estrategias económicas
recesivas.
Las marchas del sábado, no sólo en la capital del país, sino en muchas ciudades del territorio nacional e incluso en urbes extranjeras, patentiza la preocupación que embarga a miles de estudiantes, trabajadores y ciudadanos comunes, por la posibilidad de que el partido tricolor no tuviera empacho en llevar a Peña Nieto a Los Pinos, incluso mediante un fraude electoral tan obvio como el que cometió el PAN hace seis años en contra de Andrés Manuel López Obrador. El querer culpar a éste del descontento que priva entre la juventud, diciendo que es un sembrador de odio, es equivalente a decir que los tiburones hambrientos atacan a seres humanos por un legítimo acto de defensa, no porque esté en su naturaleza.
Quienes siembran odio y discordias son los que se empeñan en mantener un estado de cosas que sólo puede conceptuarse de antidemocrático e injusto, como así lo ha hecho durante su mandato Felipe Calderón. Si su antecesor se empeñó en construir un gobierno de empresarios para empresarios, éste lo está en edificar un sistema político basado en prácticas decimonónicas, como lo prueba su interés en lograr que los trabajadores no cuenten con ningún derecho legítimo, para lo cual está firmemente dispuesto a dejar como legado a la oligarquía una reforma laboral de corte fascista, pues lo único que le interesa es asegurar mano de obra esclava, que abatiría el desempleo pero no la descomposición del tejido social, ni el fortalecimiento indispensable del mercado interno, sin el cual la economía seguirá en picada.
Esto lo saben los miles de jóvenes y ciudadanos que marcharon en varias urbes del país en rechazo no sólo a Peña Nieto, sino a todo lo que representan él y Josefina Vázquez Mota. Están plenamente conscientes de los peligros que existen si continuara vigente un sexenio más al servicio de una minoría apátrida y excluyente, que no tiene empacho en llevar al país a su bancarrota total con tal de seguir disfrutando de privilegios indebidos. Esta es la causa del temor de estos miles de marchistas, a quienes mueve su legítima preocupación por el futuro de México, no la supuesta capacidad de López Obrador para infundir odio entre la juventud, como empiezan a pregonar los voceros del partido tricolor.
Si por ahora las protestas son pacíficas y ordenadas, de continuar por el rumbo impuesto por los tecnócratas, necesariamente subirían de tono, no porque la gente afectada por tanta injusticia lo quisiera, sino porque no se les dejaría otro camino. Si la oligarquía se empeña en cerrar los cauces de la democracia, deberá atenerse a las consecuencias de su magna irresponsabilidad y ceguera. Que así actúa lo demuestra claramente el estilo personal de “gobernar” de Calderón, atento sólo a servir los intereses de sus patrones, como lo demuestra en cada oportunidad que se le presenta. Así quedó demostrado al inaugurar la 75 Convención Bancaria, donde culpó al Congreso de “secuestrar” las reformas antidemocráticas que ha pretendido imponer durante su mandato.
Según él, “son fundamentales para alcanzar el crecimiento acelerado que requiere el país”, cuando lo único que lograrían sería fortalecer la desigualdad imperante y las injusticias que definen a México en la actualidad. Aunque de acuerdo con la lógica de sus discursos triunfalistas, no habría necesidad de tales reformas, ya que “México tiene una economía sólida, competitiva y generadora de empleo, características que están siendo reconocidas en el ámbito internacional”. ¿Entonces por qué tanto empeño en que se aprueben las reformas laboral, energética, hacendaria, si la nación avanza a paso firme por un rumbo correcto?
La respuesta no puede ser otra que la urgencia de Calderón por completar la tarea que le impuso la oligarquía, sin parar mientes en las consecuencias de sus terribles desatinos, pues continuar por la senda trazada hace tres décadas nos habrá de conducir a una realidad apocalíptica, como así está sucediendo en la Unión Europea, donde no existen las dramáticas desigualdades que caracterizan a nuestro país. Esto lo saben los muchachos que antes de la respuesta de los estudiantes de la Ibero eran considerados apolíticos y desinformados. Por fortuna no es así, lo que hace renacer esperanzas en que la oligarquía no se saldrá con la suya de imponer a Peña Nieto.
Las marchas del sábado, no sólo en la capital del país, sino en muchas ciudades del territorio nacional e incluso en urbes extranjeras, patentiza la preocupación que embarga a miles de estudiantes, trabajadores y ciudadanos comunes, por la posibilidad de que el partido tricolor no tuviera empacho en llevar a Peña Nieto a Los Pinos, incluso mediante un fraude electoral tan obvio como el que cometió el PAN hace seis años en contra de Andrés Manuel López Obrador. El querer culpar a éste del descontento que priva entre la juventud, diciendo que es un sembrador de odio, es equivalente a decir que los tiburones hambrientos atacan a seres humanos por un legítimo acto de defensa, no porque esté en su naturaleza.
Quienes siembran odio y discordias son los que se empeñan en mantener un estado de cosas que sólo puede conceptuarse de antidemocrático e injusto, como así lo ha hecho durante su mandato Felipe Calderón. Si su antecesor se empeñó en construir un gobierno de empresarios para empresarios, éste lo está en edificar un sistema político basado en prácticas decimonónicas, como lo prueba su interés en lograr que los trabajadores no cuenten con ningún derecho legítimo, para lo cual está firmemente dispuesto a dejar como legado a la oligarquía una reforma laboral de corte fascista, pues lo único que le interesa es asegurar mano de obra esclava, que abatiría el desempleo pero no la descomposición del tejido social, ni el fortalecimiento indispensable del mercado interno, sin el cual la economía seguirá en picada.
Esto lo saben los miles de jóvenes y ciudadanos que marcharon en varias urbes del país en rechazo no sólo a Peña Nieto, sino a todo lo que representan él y Josefina Vázquez Mota. Están plenamente conscientes de los peligros que existen si continuara vigente un sexenio más al servicio de una minoría apátrida y excluyente, que no tiene empacho en llevar al país a su bancarrota total con tal de seguir disfrutando de privilegios indebidos. Esta es la causa del temor de estos miles de marchistas, a quienes mueve su legítima preocupación por el futuro de México, no la supuesta capacidad de López Obrador para infundir odio entre la juventud, como empiezan a pregonar los voceros del partido tricolor.
Si por ahora las protestas son pacíficas y ordenadas, de continuar por el rumbo impuesto por los tecnócratas, necesariamente subirían de tono, no porque la gente afectada por tanta injusticia lo quisiera, sino porque no se les dejaría otro camino. Si la oligarquía se empeña en cerrar los cauces de la democracia, deberá atenerse a las consecuencias de su magna irresponsabilidad y ceguera. Que así actúa lo demuestra claramente el estilo personal de “gobernar” de Calderón, atento sólo a servir los intereses de sus patrones, como lo demuestra en cada oportunidad que se le presenta. Así quedó demostrado al inaugurar la 75 Convención Bancaria, donde culpó al Congreso de “secuestrar” las reformas antidemocráticas que ha pretendido imponer durante su mandato.
Según él, “son fundamentales para alcanzar el crecimiento acelerado que requiere el país”, cuando lo único que lograrían sería fortalecer la desigualdad imperante y las injusticias que definen a México en la actualidad. Aunque de acuerdo con la lógica de sus discursos triunfalistas, no habría necesidad de tales reformas, ya que “México tiene una economía sólida, competitiva y generadora de empleo, características que están siendo reconocidas en el ámbito internacional”. ¿Entonces por qué tanto empeño en que se aprueben las reformas laboral, energética, hacendaria, si la nación avanza a paso firme por un rumbo correcto?
La respuesta no puede ser otra que la urgencia de Calderón por completar la tarea que le impuso la oligarquía, sin parar mientes en las consecuencias de sus terribles desatinos, pues continuar por la senda trazada hace tres décadas nos habrá de conducir a una realidad apocalíptica, como así está sucediendo en la Unión Europea, donde no existen las dramáticas desigualdades que caracterizan a nuestro país. Esto lo saben los muchachos que antes de la respuesta de los estudiantes de la Ibero eran considerados apolíticos y desinformados. Por fortuna no es así, lo que hace renacer esperanzas en que la oligarquía no se saldrá con la suya de imponer a Peña Nieto.
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