Editorial La Jornada
Ayer, al participar en
la inauguración del cuarto Foro Nacional sobre Seguridad y Justicia, y
en alusión a los candidatos presidenciales y al proceso electoral en
curso, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Honojosa, los
conminó a aclarar si
van a seguir o nocon la política de seguridad pública adoptada por la actual administración, si
van a seguir luchando contra los criminales o noy si
van a reconstruir las instituciones y forzar a quienes no las han reconstruido o no. A renglón seguido, el político michoacano sostuvo que
faltan a la verdadquienes afirman que el actual problema de seguridad se soluciona con educación y empleos, y dijo que hay una disyuntiva en esa materia entre
seguir enfrentando a los criminales y luchando por la seguridado
arreglarsecon los grupos delictivos.
Si dicha pretensión es por principio inaceptable en cualquier ámbito del ejercicio gubernamental, en el caso que se comenta resulta tanto más improcedente al referirse a una de las líneas más cuestionadas, oscuras y contraproducentes del actual régimen: a contrapelo de las proclamas triunfalistas del discurso oficial, la política de seguridad adoptada por el calderonismo no sólo ha resultado ineficaz en sus objetivos de combatir a las organizaciones criminales, reducir su capacidad de fuego y de corrupción y restablecer el estado de derecho en las franjas del territorio bajo su control, sino que ha arrojado saldos catastróficos en pérdidas humanas y materiales y ha implicado un retroceso inadmisible en materia de soberanía nacional. Con tales precedentes, la intención de perpetuar en sus términos actuales la cruzada de combate al narcotráfico y el crimen organizado equivale a pedir al país y a su población que se resignen a padecer un nuevo ciclo de muertes, destrucción y catástrofe social e institucional y declive nacional, y de ejercer un poder transexenal a todas luces violatorio del marco legal y de la lógica republicana.
Pero acaso lo más grave de la alocución presidencial de ayer
sea que, con ella, Calderón busque incidir en el proceso electoral en
curso mediante el descrédito de uno de los contendientes: Andrés Manuel
López Obrador. A fin de cuentas, sin desconocer que los cuatro
aspirantes a la Presidencia de la República han tomado distancia, cada
cual a su manera, de la desastrosa estrategia de seguridad en curso, ha
sido el abanderado del Movimiento Progresista el que ha hecho explícita
la necesidad de hacer frente a la criminalidad, la violencia y la
inseguridad con una política sustancialmente distinta: ir a las raíces
profundas de esos fenómenos y atender sus causas originarias –entre las
que destacan la pobreza y falta de empleo y educación–, y es lógico
inferir, por tanto, que los destemplados dichos calderonistas están
fundamentalmente dirigidos al abanderado presidencial de las izquierdas.
En suma, con las expresiones de ayer, Calderón se coloca en una línea
de acción no muy distinta a la que adoptó hace seis años Vicente Fox
para favorecer la candidatura presidencial de su partido, que fue
considerada en su momento por el Tribunal Electoral del Poder Judicial
de la Federación como una serie de
intromisiones gravesque
pusieron en riesgo la validez de la elección, y que resultó, a la postre, uno de los componentes principales del déficit de legitimidad que la actual administración ha arrastrado desde su origen
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