Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Después de escuchar la propuesta perredista en voz de Cuauhtémoc Cárdenas, ya no tengo la menor duda de que se aprobará casi en todos sus términos la iniciativa de reforma energética del presidente Enrique Peña Nieto.
Antier, salvo el obligado calificativo de privatizadora y algunos agregados en materia ambiental y anticorrupción, hay algunas coincidencias importantes, palabras más, palabras menos, en puntos torales como cambio de régimen fiscal y autonomía de gestión para Petróleos Mexicanos. Luego habría que destacar lo que no hubo: un rotundo rechazo a la propuesta federal. Porque eso de que el ingeniero declare que de aquí en adelante dedicará todos sus esfuerzos a realizar una consulta popular ¡en julio de 2015! es, con el debido respeto, una broma de mal gusto. Porque de verdad ¿alguien podría creer que serviría de algo que dentro de dos años se condenara por antipatriótica una propuesta constitucional que probablemente se apruebe ahora? Como decía aquel: en el largo plazo, todos estaremos muertos.
Y el problema de este país es que tiene prisa: con 60 millones de pobres de 118 que somos; con más de 20 millones de hambrientos; con 8 millones de ninis. Y lo peor, ni una sola señal optimista en el horizonte, todo apunta a la quiebra, al colapso, al estallido. Y hasta ahora nadie nos ha propuesto una solución sensata viable e inteligente que, si bien no resuelva de inmediato los problemas, sí por lo menos cambie el rumbo negativo de las actuales tendencias. La única posibilidad se llama Pemex. No hay otra. Porque es una respuesta relativamente rápida y probadamente suficiente.
Lo que debe estar a discusión es el uso que podemos y debemos darle a este formidable instrumento con el que ya contamos en nuestro patrimonio colectivo. Si logramos ponernos de acuerdo en ello, habría que intentar llevarlo a cabo, con todo lo que implica, incluidas reformas constitucionales. Sin embargo, el debate como hasta ahorita está planteado no parece tener ningún caso. De un lado, los peñistas del gobierno federal, afirmando que sí, que están dispuestos a discutir, pero que son indispensables los cambios constitucionales a los artículos 27 y 28. En la acera de enfrente, la oposición de izquierda señalando que sí están listos a debatir, pero que de ninguna manera aceptan rozar la Constitución ni siquiera con el pétalo de modificación alguna. Así se ve difícil. En cambio, parecería una vía más factible encontrar y asumir las aparentes coincidencias: cambiar el régimen fiscal de Pemex para que pueda fortalecerse, reinvertir y crecer; darle una autonomía de gestión corporativa que le permita competir en el mercado global de combustibles; eficientarla al máximo, para poder desterrar las prácticas de corrupción que han mermado su patrimonio.
En paralelo, una y otra parte habrán de admitir para el debate algunas consideraciones e interrogantes:
*¿Cuánto tiempo le queda al mercado petrolero con precios altos?
*¿Hay posibilidades de conseguir inversiones financieramente puras y sin otro propósito que los rendimientos?
*¿Cuántas opciones de inversión están atadas a la tecnología de grandes consorcios petroleros? ¿De todas esas hermanas, queda alguna de la caridad?
*¿Si las invitamos al pastel cuántas porciones querrán devorarse?, ¿la mitad, más de la mitad o casi todo?
*¿Seremos capaces de poner reglas y orden en la casa, para que esas insaciables invitadas se comporten?
*¿Por qué son tabú las modificaciones al 27 y 28, cuando hemos hecho antes cientos de cambios a la Constitución?
*¿Por qué la izquierda sí está pidiendo cambios constitucionales para la reforma política del DF y nadie se escandaliza?
Preguntas que, junto con algunas otras, creo debiéramos plantearnos sin estridencias, sin dogmas y sin falsos puritanismos. Ni muy muy, ni tan tan.
@RicardoRocha_MX
Periodista
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